LECTURA PARA VAGOS
Nos resumimos en las redes con un par de líneas. Contamos lo que pensamos en 280 caracteres. Felicitamos todos los cumpleaños con una frase y varios emoticonos. No es que no tengamos tiempo, es que nos hemos vuelto perezosos.
Pensar en esos libros que se acumulan en la mesilla de noche nos produce una profunda desidia. Lo que está y no se usa nos fulminará. El título del último libro de Patricio Pron no podría ser más premonitorio. Buscamos en él una respuesta y la encontramos. Necesitamos buenas historias, eso sí, en píldo- ras, por favor. Nos dejamos convencer por los relatos del argentino primero, porque pasa de las convenciones formales, después, porque es una genialidad su juego de repeticiones, capaz de desesperarnos en Lo que contó la niña y de urdir una magistral historia sobre ética y política en Un divorcio de 1974, el mejor de sus cuentos.
Sacudido el tedio, nos adentramos en otros territorios con Mark Haddon y El hundimiento del muelle o Edith Pearlman y Visión binocular. Ellos tienen en su mano la clave para dejarnos durante días con el regusto de quien ha satisfecho su paladar con platos contundentes pero de digestión ligera, como los que prepararían Truman Capote o John Updike. Sin florituras, pero con la agudeza y la inteligencia de la alta literatura, los leemos con esa extraña sensación de quien ansía conocer el fnal de una historia mientras a la par desea que jamás acabe. ¡Increíbles!
EL INFILTRADO
“No es el mejor (escritor) de su país, ni el más popular, ni aquel que ha obtenido la mayoría de los galardones, pero sí el que más le gusta, el más afín a su sensibilidad”, lee- mos en uno de los relatos de Pron. De nuevo nos da la clave, y nos permitimos meter entre estas líneas a un novel. ¿ Quién sabe? Quizás Tom Hanks, ese actor que confiesa escribir a ratos mientras hace películas, comprende nuestro modus operandi, el de los vagos, se entiende, y sabe que también leemos así, a salto de mata. De momento, y con Tipos singulares, ya ha dejado “atónito, pasmado y alucinado de pura admiración” a su colega Stephen Fry. Y sí, sus relatos tienen una gracia cautivadora, incluso en ocasiones festiva, que sacude la desgana.
Si más de cien páginas te parecen un tocho, busca en estos relatos la fórmula para calmar tu conciencia y no esperar a que salga la película