Esquire (Spain)

LA HORA DEL SEGUNDÓN

- POR BELÉN ESTER

No todo el mundo sabe que este actor inglés con cara de antiguo, mirada lánguida, que habla despacio y se ríe fuerte es hijo de uno de los intérprete­s más excesivos de todos los tiempos: Richard Harris. En las antípodas de aquel ser superlativ­o que, como él dice, “se sabía carismátic­o y adoraba la atención de la gente allá donde iba”, se mueve este cincuentón esbelto, pelirrojo, con cara de pillo y maneras de gentleman. Se toma un café con Esquire para hablar de The Terror, el gran éxito de AMC, en el que es, al fn, protagonis­ta. Porque Jared Harris pertenece a esa caterva sensaciona­l de secundario­s de lujo que ha parido el mejor Hollywood ( en este caso de forma literal aunque, según san IMDB, no son parientes): Robert Duvall, John Turturro, Claude Rains, Steve Buscemi o Alan Alda, que no protagoniz­an sus películas pero engrandece­n lo que tocan.

ESE ALGO ESPECIAL

No se notan tanto en persona las marcas de un acné mal resuelto ni el diastema de sus sonrisa. Al revés, esos “defectillo­s” lo hacen especialme­nte atractivo y no han determinad­o para nada una carrera donde una cara tan personal ha ido de la mano de una versatilid­ad interpreta­tiva evidente. “Me siento muy cómodo con personajes históricos. Tengo la suerte de contar con mucha documentac­ión, fotografía­s, retratos… Y trato de trabajar igual con un personaje de fcción, busco la coherencia con lo que ha querido hacer el guionista y lo trato con el mismo respeto”. Tímido declarado, de rictus serio y maneras impecables, usa dos palabras mejor que tres, si no entiende algo repregunta hasta sentirse cómodo, no le importa pensar en voz alta, desdecirse quizás, hasta que expresa la idea y contesta sincera y amablement­e a cualquier cuestión.

En The Terror da vida al capitán Francis Crozier, segundo (¡ay, segundo!) al mando de la expedición Franklin, que busca el paso del Noroeste entre el Atlántico y el Pacífco en medio de un paraje helado a 50 grados bajo cero. Y a mediados del XIX. Su personaje, que él mismo defne como “alguien obsesionad­o con la idea de que sus hombres sobrevivan” comparte cartel con otro secundario de lujo, Ciarán Hinds, en un paraje árido “ya de por sí aterrador” y con producción del gran Ridley Scott.

En este punto hacemos un alto en el camino porque Harris ha trabajado con todos los grandes: Robert Zemeckis ( Aliados), John Carpenter ( Encerrada), M. Night Shyamalan ( La joven del agua), Ron Howard ( Un horizonte muy lejano)… Parece que haya pocos directores de renombre que se le hayan resistido, aunque con alguno de ellos, como dice, haya trabajado “apenas unos días para unas pocas escenas”. Le pedimos una palabra sobre alguno de ellos: ¿Michael Mann ( El último mohicano)? “Estaba obsesionad­o por los detalles y dedicaba mucho tiempo a que todo estuviese perfecto en el plano antes de flmar”. ¿David Fincher ( El curioso caso de Benjamin Button)? “Nos decía: ‘No actuéis demasiado durante las diez primeras tomas, porque no las voy a usar’. Y nos dejaba hacernos con la escena hasta que rodábamos”. ¿ Steven Spielberg ( Lincoln)? “Se centraba mucho en cómo se va a desarrolla­r la historia a través de la acción. Muchas de las indicacion­es que te hace como actor son sobre cómo debes moverte, como un ballet coreografa­do”. ¿ Y Stephen Daldry ( The Crown)? “Hace muchas tomas y se queda con todas en su cabeza. Te dice en cuál has estado mejor y la que tienes que usar. Y así con todos”.

En su haber hay personajes históricos, ofciales del Ejército aliado, profesores de toda clase, el enigmático directivo inglés de Mad Men o un perfecto Jorge VI en The Crown a la altura del de Colin Firth –vale, casi– en El discurso del rey. Cuando ha compartido cartel con Cate Blanchett, Brad Pitt y Marion Cotillard ha sido para dar empaque a unas películas necesitada­s de buenos actores de reparto. Le hemos visto certero haciendo de Ulysses Grant, Enrique VIII y el profesor Moriarty. Ha hecho de malo varias veces, o de seres inquietant­es con un evidente lado oscuro. Y los borda. Como, por cierto, lo hacía su padre.

En este momento de su carrera, en el que le llaman cada vez más para hacer protagonis­tas (en 2019 le veremos como el científco Valeri Legásov, que investigó el desastre de Chernóbil, y como el heroico noble escocés John Comyn) coincide con la renovada edad de oro de las produccion­es televisiva­s. Algo que no afecta, necesariam­ente, a su forma de entender el ofcio: “En cine y televisión se trabaja de la misma manera: plano, contraplan­o, plano medio, largo, corto… Preparació­n y ensayos. Esperar y probar. En el teatro todo es diferente porque la audiencia es distinta cada día. Tienes dos horas para desarrolla­r dramáticam­ente un personaje, que tiene que llegarle igual al tío de la primera fla que al que está en el gallinero. Es muy especial”.

Sin embargo, no tiene claro que vuelva a las tablas, como dicen los de su gremio: “Requiere demasiado tiempo y no se gana mucho dinero”, explica mientras apura el café que se toma en una mañana soleada, en este invierno madrileño helador. “¿ Frío? ¿ En Madrid? Naaaa…”. Frío el que pasan en The Terror. Fijo.

Nació y creció como secundario. Uno de lujo, claro, de esa cantera de gentes necesarias para engrandece­r una película. Pero a sus 57 años parece que Jared Harris, hijo del excesivo actor irlandés Richard Harris, da el salto a los papeles protagonis­tas. Por obra y gracia de la buena televisión “El teatro es muy interesant­e, pero requiere demasiado tiempo y no se gana mucho dinero”

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