Esquire (Spain)

“Muchas veces me quedaba a dormir en la ciudad porque ni siquiera tenía dinero para el autobús de vuelta a casa”

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stamos ante un futbolista brasileño atípico. No viste de forma hortera, no tiene el cuerpo plagado de tatuajes, no lleva encima joyas por valor de miles de euros. Transmite una sencillez sorprenden­te (por poco habitual) para un jugador que es titular indiscutib­le en el mejor club de la historia del fútbol (al menos eso dice la FIFA; si no estás de acuerdo puedes escribirle­s tú mismo). “Debes ser el único futbolista brasileño que no se ríe en un campo de fútbol”, le apunto, exagerando lo justo. “Bueno… Mauro Silva tampoco se reía mucho”. Y entonces sonríe.

Su historia personal sí es, sin embargo, más común a la de muchos de sus compatriot­as que se dedican al fútbol profesiona­l, meninos para los que el balón es la única alegría en una infancia donde las difcultade­s son tan habituales como la salida y la puesta del sol. “Yo no tenía padre y mi madre siempre estaba trabajando. Para ella yo jugaba al fútbol como diversión, no como profesión, y es verdad que al principio era así, solo era otro chaval brasileño que quería jugar al fútbol”, cuenta. Pero la pelota era un actor secundario por entonces. Carlinhos, como le llama su madre, empezó a quedarse al cargo de sus hermanos pequeños cuando solo tenía 8 años. “Hacía las veces de padre… y así ha sido hasta hoy. Siempre estoy muy pendiente de mi familia”.

São José dos Campos, a unos 90 kilómetros de São Paulo, es una de las ciudades de Brasil con mayor renta per cápita, y numerosas multinacio­nales tecnológic­as tienen sede en la ciudad, que da cobijo a unas 700.000 personas. Precisamen­te, esta particular idiosincra­sia hace que las desigualda­des sean más evidentes, y la familia de Casemiro vivía en una de las zonas más pobres de la ciudad. A buen seguro, el destino del hermano mayor (y de toda la familia) hubiera sido muy distinto si no se hubiera cruzado el fútbol en su vida; o, más bien, si Casemiro no se hubiera cruzado con el fútbol, que fue cuando ojeadores del São Paulo apuntaron su nombre en una lista cuando tenía 11 años y jugaba en la escuela de fútbol Moreira. “Empecé a hacer pruebas con ellos y me quedé

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