ARISTOPHIL, MADOFF
Emergiendo de la niebla de la mañana que envolvía las galerías de arte y boutiques del Distrito 7 de París, el 18 de noviembre de 2014 la policía llegaba al Hotel de La Salle, la que era la sede de Aristophil, un fondo de inversión fundado por Gérard Lhéritier, hijo y nieto de un fontanero. En poco más de dos décadas, el Rey de los Manuscritos –como lo apodaron los medios locales– había amasado la mayor colección de cartas y manuscritos históricos del país, construyendo un auténtico monopolio. Entre sus 130.000 propiedades destacaban la obra original de André Breton Manifiesto surrealista, cartas de amor de Napoleón a Josefina, el último testamento de Luis XVI o fragmentos de los manuscritos del mar Muerto. La mayor parte de sus posesiones se encontraba en el Museo de Cartas y Manuscritos de Aristophil, pero una de sus adquisiciones más preciadas descansaba dentro de una vitrina de cristal hecha a medida. Dentro se exponía un pergamino amarillento y deshilachado, de 11,5 centímetros de ancho por 1.200 centímetros de largo, cubierto por ambos lados de 157.000 diminutas palabras redactadas a mano y prácticamente ilegibles sin una lupa.
Creada en una celda de la prisión de la Bastilla por Donatien Alphonse François, conocido como el marqués de Sade, Los 120 días de Sodoma ha sido destacada como una de las novelas más importantes jamás escritas o el evangelio del mal. Perdido durante más de un siglo, se convirtió en uno de los manuscritos más valiosos del mundo cuando Lhéritier lo compró por cerca de siete millones de euros en marzo de 2014, justo cuando se conmemoraba el bicentenario de la muerte de Sade.
Lhéritier, un hombre robusto y menudo, de fina cabellera gris y vestido con un traje a medida, hablaba con algunos empleados cuando su asistente le informó de que la policía estaba abajo. A la vez, docenas de agentes entraban en el museo, en las oficinas de varios de sus socios y en su villa de Niza. Y mientras los oficiales se llevaban documentos y discos duros, sus cuentas bancarias quedaban congeladas. El empresario fue acusado de estafar más de 1.000 millones de euros a casi 18.000 clientes. La acusación, de ser cierta, lo convertiría en el arquitecto de la mayor estafa piramidal de la historia de Francia. Las extensas guerras que Luis XIV tuvo que librar a lo largo de su reinado mientras se agotaban las finanzas del estado y los recursos del pueblo, sin embargo, descubrieron el secreto para enriquecer a un número enorme de sanguijuelas siempre al acecho… Fue hacia el final de este reinado cuando cuatro de ellos concibieron una hazaña única de libertinaje que estamos a punto de describir... Ha llegado el momento, querido lector, de que prepare su corazón y su mente para la historia más impura jamás escrita desde que comenzó el mundo...
Así comenzaba Sade Los 120 días de Sodoma el 22 de octubre de 1785, mientras estaba encarcelado en la Torre de la Libertad de la Bastilla. Nacido en una familia noble en 1740, Sade vivía sumido en el escándalo. En 1777, su poderosa suegra, la señora de Montreuil, harta de su comportamiento, consiguió una orden de arresto para el marqués firmada por su amigo Luis XVI. Sade fue encerrado sin cargos y cuando comenzó Los 120 días de Sodoma llevaba ya ocho años preso.
Los 120 días de Sodoma cuenta la historia de cuatro aristócratas que secuestran a 16 niños y niñas de entre 12 y 15 años y los someten, durante cuatro meses, a violaciones y torturas. La novela comienza con sacerdotes pedófilos y degenera en incesto, necrofilia, canibalismo… Sade escribió la obra en 37 noches y unió todas las páginas hasta formar un solo rollo que escondería en la pared de su celda.
El 3 de julio de 1789, el marqués fue trasladado a la fuerza a un asilo mental y 11 días después una multitud insurgente irrumpió en la Bastilla; la Revolución Francesa había comenzado. En 1801, y con 61 años, Sade fue arrestado de nuevo y pasó sus últimos años en el asilo. El autor se fue a la tumba creyendo que su obra había sido destruida en el saqueo a la prisión, por lo que llegó a escribir que “todos los días derramaba lágrimas de sangre”. Dos años antes de la acusación a Lhéritier, el fundador de Aristophil daba la bienvenida a sus invitados en el Hotel de La Salle a su flamante “panteón de cartas y manuscritos”. “Una empresa de éxito provoca celos, deseos, preguntas y crea enemigos. Es una lucha permanente”, dijo. Lhéritier había trabajado duro para llegar hasta ahí. Como hijo de clase trabajadora de Meuse, en el noreste de Francia, soñaba con vivir en Niza junto al mar. Tras pasar por el Ejército, trabajó para una compañía de seguros en Estrasburgo y creó una empresa de inversión en diamantes que entraría en bancarrota en 1984. Casado y con dos hijos, se divorció en 1987.
Con la esperanza de encontrar un regalo para su hijo, en un viaje a París Lhéritier entró en una tienda de sellos. Allí descubrió un sobre con las palabras Par ballon monté escritas en lo que resultó ser una de las primeras cartas enviadas por aire. Costaba 150 francos (menos de 15 euros) y aquello le hizo sentir como un descubridor de oro. Tras este episodio, comenzó a comerciar con sellos monegascos raros y las autoridades francesas le acusaron de inflar su valor. En marzo de 1996 terminó pasando 15 días en prisión. Según afirmaría diez años después, había sido víctima de una conspiración del Gobierno.
En 1990 Lhéritier fundó su tercera empresa y la llamó Aristophil. Esta se mantuvo en un segundo plano hasta 2002, cuando adquirió, por 560.000 dólares, una serie de cartas escritas por Albert Einstein en las que hablaba sobre la teoría de la relatividad. Mientras tanto, Lhéritier ideó un modelo de negocio alternativo: dividió la propiedad de las cartas en
acciones, una práctica común en el sector inmobiliario pero nada usual en el mundo de los libros y manuscritos. A partir de ese momento, todo aquel que quisiera hacer una inversión exenta de impuestos en el patrimonio literario del país podría hacerlo por unos cientos de euros y convertirse así en copropietario de la correspondencia que cambió la historia. Además, los accionistas tendrían la opción de vender sus acciones a la empresa al cabo de cinco años y, mientras, Aristophil salvaguardaría dichos documentos exhibiéndolos en su recién inaugurado museo, aumentando así su valor. Brókers independientes prometían un retorno del 40 % de la inversión. Comenzaba a desarrollarse un mercado alcista de cartas y manuscritos.
LAS TIENDAS DE LIBROS ANTIGUOS y manuscritos de París se concentran en el barrio de Saint-germain-des-prés. Allí se guardaban cartas históricas y primeras ediciones que compraban amantes de la palabra escrita tras un apretón de manos. Ahora, estos tesoros estaban siendo adquiridos por personas que rara vez los vieron y ni tan siquiera llegaron a tocarlos. Se habían convertido en vehículos de inversión y la vieja guardia estaba en pie de guerra.
Uno de ellos era Frédéric Castaing, hijo del dueño de Maison Charavay, la tienda de manuscritos más antigua del mundo. “Sus acuerdos de ventas eran una absoluta vulgaridad”, decía de Aristophil en noviembre de 2016. Tenía, además, un odio especial contra Jean-claude Vrain, un vendedor de libros que había ayudado a Lhéritier.
Castaing, que con frecuencia hablaba en contra de Lhéritier, fue contratado para encabezar una importante venta en 2012. La subasta fue un desastre: 49 de los 65 lotes no se vendieron. Resultó que Lhéritier les había dicho a sus socios que no hicieran ninguna una oferta. En esta misma línea, un año antes, el Gobierno francés había declarado que una serie de cartas escritas por el expresidente Charles de Gaulle que habían sido compradas por Aristophil pertenecían al Estado. Cuando Aurélie Filippetti, el recién nombrado ministro de Cultura, revisó las misivas entregadas por Aristophil, descubrió que Lhéritier le había dado fotocopias. Tras el enfrentamiento, este renunció a los originales, pero Filippetti no olvidó la afrenta.
Casi al mismo tiempo, las autoridades belgas iniciaron otra investigación contra Aristophil por fraude y blanqueo de dinero en Bruselas, donde la compañía había abierto un segundo museo. Y en diciembre de 2012, la Autorité des Marchés Financiers emitió una advertencia sobre la inversión en mercados no regulados como el de las cartas y manuscritos. Un año después, Aristophil se negaba a recomprar algunos de los manuscritos de sus inversores al porcentaje de rendimiento esperado.
SIN EMBARGO, SI LHÉRITIER estaba preocupado, no lo demostró. La gala de apertura en su nueva sede fue como meter el dedo en el ojo de sus enemigos. Había ganado 210 millones de euros en el Euromillón e invirtió 40 en Aristophil. Se estaba preparando para su adquisición más importante hasta la fecha.
Sade se equivocaba: Los 120 días de Sodoma no se perdió en el asedio de la Bastilla. La obra fue descubierta por un joven llamado Arnoux de Saint-maximin, que sacó el pergamino enrollado de la prisión en ruinas y se lo vendió al marqués de Villeneuve- Trans. Los descendientes del noble lo escondieron durante más de un siglo hasta que, a su vez, se lo vendieron a un coleccionista alemán en 1900. El rollo regresó a Francia en 1929, cuando Charles y Marie-laure de Noailles, mecenas del movimiento europeo de vanguardia, lo compraron. La familia guardó el pergamino en el armario de una biblioteca y solo salía de ahí cuando intelectuales como Luis Buñuel o Salvador Dalí lo pedían. “Lo sacábamos de la caja tres o cuatro veces al año. No era algo que enseñásemos a todos”, dice Carlo Perrone, nieto de De Noailles.
EN 1982, PERRONE, que entonces tenía veintitantos años, recibió una llamada de su madre, que estaba en shock: el manuscrito había desaparecido. Tras dejárselo prestado a un amigo cercano, el editor Jean Grouet, este lo había vendido en Suiza por 60.000 dólares. El comprador era Gérard Nordmann, propietario de una de las mayores colecciones de contenido erótico del mundo. Perrone viajó a Suiza para recuperar el documento, pero Nordmann no quiso vendérselo. “Lo guardaré el resto de mi vida”, le dijo.
Después de una larga batalla legal, el máximo tribunal de Francia dictaminó que el rollo ológrafo había sido sustraído y ordenó que fuera devuelto a la familia De Noailles. Pero Suiza, que aún no había ratificado la convención de la Unesco que exige la repatriación de bienes culturales robados, no estaba de acuerdo. En 1998, el tribunal federal suizo dictaminó que Nordmann lo había comprado de buena fe.
El autor del manuscrito, mientras tanto, disfrutaba de un resurgimiento cultural. Cuando en 1970 sus libros dejaron de estar prohibidos en Francia, Sade fue visto como un hombre adelantado a su tiempo. Con sus obras publicadas por la distinguida Bibliothèque de la Pléiade y la editorial Penguin Classics, el Divino Marqués había ingresado en el panteón literario de Francia.
Durante generaciones, la familia Sade rechazó el título del marquesado debido a sus notorias asociaciones. Hoy, Hugues de Sade, un descendiente directo, vende vino, licores y cerveza bajo la marca Maison de Sade. “Debe estar mirándonos desde su tumba con una sonrisa”, afirmaba Hugues en su casa, donde un cráneo de bronce de su antepasado ocupa un lugar privilegiado en una mesa.
Nordmann se mantuvo fiel a su palabra: guardó Los 120 días de Sodoma el resto de su vida. En 2010, su viuda y sus herederos pusieron a la venta su colección erótica. Ante tal oportunidad, Bruno Racine, director de la Biblioteca Nacional de Francia, con el respaldo de la Comisión de Tesoros Nacionales, consiguió donaciones privadas por aproximadamente cuatro millones de euros para comprar el pergamino en 2013. Dos días antes de firmar el acuerdo, los Nordmann se retiraron.
En marzo de 2014, Lhéritier anunció que había comprado Los 120 días de Sodoma por siete millones de euros. La mayor parte del dinero fue para los Nordmann y para Perrone y su familia. El resto cubría impuestos, tarifas y, presumiblemente, una comisión considerable para Vrain, el cerebro de la operación. Lhéritier ofreció donar el manuscrito a la Biblioteca Nacional después de exhibirlo unos años y a cambio de una reducción significativa de sus impuestos. La Biblioteca Nacional estuvo de acuerdo con la propuesta, pero el Ministerio de Cultura de Filippetti, que aún sufría por el episodio de De Gaulle, dijo que no. El Museo de Orsay pidió prestado el pergamino para su exposición Sade. Atacando al Sol, pero Lhéritier se negó creyendo que si prestaba el manuscrito al museo, que operaba bajo la autoridad del ministro de Cultura,
ES POSIBLE QUE TERMINE EN LA BIBLIOTECA NACIONAL, SIN OFERTA NI SUBASTA PÚBLICA, Y NO SE PAGUEN LOS 7 MILLONES DE EUROS QUE LHÉRITIER DESEMBOLSÓ EN 2014