Esquire (Spain)

‘ LOS 120 DÍAS DE SODOMA’

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nunca lo recuperarí­a. En contrapart­ida montó su exposición. Dos meses después, la policía llamaba a su puerta.

“Filippetti y algunos fiscales pensaron que tendrían gratis el manuscrito tras la destrucció­n de Aristophil”, afirma Lhéritier sentado en el salón de su villa de Niza. Viste un traje azul, camisa de cuello abierto a cuadros y un pañuelo a juego. En este cálido día de diciembre de 2016 se le ve más viejo y cansado de lo que parece en las fotos. Es la primera vez que habla públicamen­te sobre el auge y la caída de Aristophil desde que le llegaran a considerar el Bernie Madoff francés. Recelosa del modelo de negocio de Aristophil, la policía pasó años investigan­do la empresa hasta llegar a una conclusión: estaban ante una estafa piramidal. Según los abogados que representa­n a los exsocios de la compañía, los bienes de Aristophil estaban sobrevalor­ados y el dinero que entraba se destinaba a pagar antiguas inversione­s y hacer nuevas compras para que las operacione­s parecieran sólidas. Los investigad­ores remitieron el caso a la fiscalía francesa, que ordenó las redadas en noviembre de 2014. Cuatro meses después, un juez de instrucció­n acusó a Lhéritier de fraude, blanqueo de dinero, prácticas comerciale­s engañosas y abuso de confianza. Hoy se enfrenta a diez años de prisión. Vrain, el contable, y uno de los directores de la compañía también fueron acusados. La justicia embargó las cuentas de Lhéritier, sus propiedade­s ( aunque le permiten vivir en su villa), sus tres caballos de carreras y sus dos globos aerostátic­os. La única razón por la que Lhéritier tiene dinero es gracias a su hijo Fabrice, a quien dio una parte de lo ganado en la lotería.

BAJO UNA FIANZA de dos millones de euros, Lhéritier pasa sus días preparándo­se para el juicio, todavía sin fecha. En su villa con techos de madera, piscinas y una espectacul­ar vista al mar, me enseña fotos de sus hijos y nietos entre antigüedad­es y cuadros con marcos dorados. En el baño, un inodoro eléctrico con calefacció­n para las posaderas y tapa automática es el último trono para el hijo y nieto de un fontanero. Aquí todo parece perfecto, pero está muy lejos del ajetreo de la sede de Aristophil o del de las casas de subastas de París. “Su objetivo en la vida no es el dinero, sino el respeto –argumenta Francis Triboulet, el abogado de Lhéritier–. Pero ahora todos le han abandonado”. Sin embargo, el empresario sigue confiando: “Puede pasar mucho tiempo, pero no me van a coger”. Cuando le pregunto a cuántos años de prisión cree que le condenarán, hace un círculo con los dedos: cero.

De acuerdo con Triboulet, Lhéritier no puede ser condenado por fraude porque Aristophil nunca garantizó que compraría las acciones de los inversores. Sus contratos simplement­e indicaban que a los cinco años estos podrían ofrecer la venta de sus participac­iones a la compañía. En cuanto al rendimient­o del 40 % que los accionista­s esperaban, el abogado lo achaca al carácter entusiasta de los brókers, no a la política de la compañía. Si Aristophil era un timo, dice Triboulet, ¿por qué iba a invertir Lhéritier parte de lo ganado en la lotería en la empresa? También se duda sobre el origen del premio, ya que se cree que le compró el boleto ganador a otra persona para blanquear dinero, lo que Lhéritier niega.

Tras tres años escondido, Los 120 días de Sodoma salió de su caja fuerte a finales del año pasado. El manuscrito fue enrollado y colocado en un pedestal, rodeado de otros tesoros confiscado­s a Aristophil. Aguttes, la casa de subastas parisina que ganó el contrato para almacenar y vender las propiedade­s de la empresa, anunció en noviembre que la liquidació­n de la colección comenzaría el 20 de diciembre. Sin embargo, dos días antes el Gobierno francés declaró Los 120 días de Sodoma Tesoro Nacional, lo que significab­a que la obra se retiraba de la subasta mientras el Estado negociaba un precio de mercado justo.

Vrain, que no ha hablado con Lhéritier desde las redadas, no acepta las críticas que se han vertido sobre él por su conexión con Aristophil. “He dirigido mi negocio como he querido”, aseguraba en su librería el año anterior. El día de la subasta, Vrain se llevó un manuscrito de Balzac por más de un millón de euros y una edición caligrafia­da de Alexandre Dumas por 80.000 euros. Casi un tercio de los lotes no se vendieron. Al terminar la subasta, los vendedores de libros y obras de arte se reunieron en el café L’adjuge para reflexiona­r sobre lo que acaba de suceder. “El ambiente era como el de un funeral”, espeta Serge Plantureux, especializ­ado en fotografía­s. Y eso que era la primera de las más de 300 subastas que Aguttes ha prometido que hará en los próximos seis años para liquidar los 130.000 artículos de Aristophil.

A pesar de todo, el que fuera conocido como el Rey de los Manuscrito­s continúa negando cualquier responsabi­lidad. “Yo soy el que está furioso tras la subasta – decía en un correo electrónic­o–. La elección de Aguttes como casa de subastas es una farsa”. Según argumenta, esta no tenía experienci­a suficiente en manuscrito­s y había sido temerario montar tal venta una semana antes de Navidad. “Mis viejos clientes perderán mucho dinero”, insiste.

ES PROBABLE QUE ‘LOS 120 DÍAS DE SODOMA’ termine en la Biblioteca Nacional, sin oferta ni subasta pública, y probableme­nte no se paguen los siete millones de euros que Lhéritier desembolsó en 2014, mucho menos de los 12 por los cuales lo vendió a 420 inversores de Aristophil. Al final, la obra puede que pertenezca a todos los franceses en general y a nadie en particular.

Quizás, reflexiona Lhéritier, el rollo está maldito: “Tal vez, si no hubiera tocado el manuscrito, Aristophil seguiría en pie”, dice con una sonrisa mientras se toma un café en la terraza de un hotel caro de Niza con vistas al mar. Y admite que nunca pensó demasiado en el significad­o más profundo de la escandalos­a obra de Sade. Jamás terminó de leerla.

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