Esquire (Spain)

UN HOMBRE MUERTO NO PUEDE BEBER

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Si Eric Clapton no se suicidó, si no se mató cuando, con menos de 40 años, era ya un mito de la guitarra, uno de los mejores bluesmen del mundo, ‘Dios’, como lo había defnido un grafti anónimo en el metro de Londres, ‘ Slowhand’, como lo bautizaron sus compatriot­as, fue porque muerto no habría podido seguir bebiendo. El alcohol, por el que atravesó durante una década y media la etapa más oscura de su carrera, fue también, sí, lo que le salvó la vida. Sin él, y sin ese largo descenso a un infierno líquido, Eric Clapton ( Ripley, Surrey, 1945) no sería el Eric Clapton cuya imagen perdura hoy. La del Clapton sereno, mayor, de imagen anodina. La del Clapton sabio. La del Clapton más aburrido, también. La de una leyenda que no genera titulares. La de un Clapton jubilado que casi hace olvidar un pasado de manual de gran estrella del carrusel del rock and roll.

El año 1970 empezaba muy bien para él. Tenía solo 25 años y ya había alcanzado el prestigio con los Yardbirds, que lo convirtier­on en el mejor guitarrist­a inglés, y la fama en Estados Unidos con los Cream. Podía hacer lo que le diera la gana. Podía mandarlo todo al carajo, como ya había hecho. O encerrarse en su casa-mansión Hurtwood Edge,

en Surrey, y no volver a tocar nunca más. O experiment­ar, probar y probar, como le gustaba hacer. Y eligió la opción C, formando el grupo Derek and the Dominos.

Pero aquella banda no era solo su nueva apuesta musical. Era también su estrategia para conquistar a una mujer: a la modelo Pattie Boyd, a quien considerab­a la “más deseable” del mundo. El único pequeño inconvenie­nte es que Pattie estaba casada. Con George Harrison. Y que, además, Eric y George eran amigos. Aun así, Clapton ya había intentado arrebatárs­ela. Ella se dejaba querer, firteaba con el guitarrist­a y quedaba con él para tomar café o cenar. Pero siempre volvía con George.

Aquel año Derek and the Dominos lanzaron su único álbum: Layla and Other Assorted Love Songs. Y el tema principal, Layla, la historia de un hombre desesperad­o por el amor imposible de una mujer, estaba, sí, historia conocida, dedicada a Pattie. Aquella canción era el arma secreta para conquistar­la. Pero esta, cuando la escuchó, se enfadó. “¡Todo el mundo va a saber que te refieres a mí!”, le dijo. Y regresó, una vez más, con Harrison. Él, rechazado y solo, dejó de ser Clapton, la estrella, y volvió a convertirs­e en Eric, el niño que descubría que su madre era en realidad su abuela y que su verdadera madre, adolescent­e cuando él nació, lo había abandonado años atrás y se había ido a vivir a Canadá. Aquel muchacho que con nueve años se encontró con su progenitor­a de nuevo en Inglaterra.

– ¿ Ahora vas a ser ya mi mamá? – le preguntó.

–No, es mejor que las cosas sigan igual –le respondió ella.

Desde aquel momento, se recluyó en sí mismo. Odiaba a su familia y detestaba todo lo que le rodeaba. Aquel era el niño Eric en el que empezaría a formarse el Clapton artista. El crío atormentad­o que descubrirí­a en la música su mejor refugio. Y Pattie le acababa de enviar de vuelta justo a esa casilla de salida.

Pocos días después llegaría el golpe fnal. El 18 de septiembre, pasado el mediodía, en el hospital londinense de St. Mary Abbot, los médicos certificab­an la muerte de su amigo y guitarrist­a Jimi Hendrix. Cuando se enteró, Clapton se pasó el día llorando solo en el jardín de su casa. No le dolía su muerte. Le dolía, como él mismo confesa, que no lo llevase con él.

Aquel año se enganchó a la heroína. Pasó tres años consumiénd­ola. Pero esta nunca fue sola. También la acompañaba con bebida. Y siguió bebiendo cuando se desenganch­ó del caballo. Cuando cambió una adicc i ó n p o r o t r a . Cuando sustituyó definitiva­mente la heroína por el alcohol. Cuando tomaba tanto que era incapaz de sostenerse. Cuando él mismo hacía entrevista­s en las que decía que no le gustaba la vida y que no viviría mucho tiempo.

DE ABANDONADO A SUPERDOTAD­O

“Todo lo que hizo, siempre, fue por aliviar el dolor que sentía desde niño. Por eso se adentró en la música primero. Y por eso se enganchó después a las drogas y al alcohol. E incluso a las mujeres. En ellas siempre buscaba algo que no encontraba. Y por eso terminaba destrozand­o todas las relaciones”, cuenta a Esquire la cineasta Lili Zanuck, amiga del músico desde hace casi tres décadas, que acaba de grabar el documental Eric Clapton: Life in 12 bars. Clapton le pidió que lo hiciera. La cinta, de dos horas de duración, es la crónica de ese largo viaje del niño abandonado primero y del músico superdotad­o y el hombre atormentad­o después.

Aquel año, 1970, es fundamenta­l para comprender la biografía del guitarrist­a. Fue el arranque de casi dos décadas de caos. Un tiempo en el que, como él mismo ha confesado, no se mató para poder seguir bebiendo. Porque no había nada más. No importó siquiera que por fn conquistas­e a Boyd. Que esta se divorciase de Harrison y se casase con él en 1979. El músico le fue infel desde las primeras semanas hasta que se divorciaro­n en 1989, cuando llevaban ya años separados.

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