Esquire (Spain)

UN CONTABLE”,

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Entonces, por fin, había dejado de beber. Lo hizo en 1986, meses después de nacer su hijo Conor de la efímera relación que tuvo con la actriz Lory del Santo. No quería estar borracho con él y logró rehabilita­rse. Pero en 1991, historia conocida también, el niño falleció cuando se cayó por la ventana del rascacielo­s de Nueva York donde vivía con su madre. Clapton perdía así lo único que había paliado su dolor crónico. Ni la música ni las drogas ni las mujeres lo habían logrado. Y se hundió como nunca antes lo había hecho. Volvió entonces a encerrarse en su casa de Surrey. Y allí, solo, aislado de nuevo como cuando era un niño, envuelto en música, desde la voz de Maria Callas a la guitarra de Tommy Mcclennan, se enfrentó a sus fantasmas y a la nada. Se enfrentó a sí mismo. Podía volver a beber. Regresar a las botellas con las que logró llenar el vacío durante años. O, por una vez en su vida, mantenerse sobrio.

Aquella tragedia fue el pozo del que salió el famoso y premiado Tears in heaven. Pero también del que iba a emerger un nuevo Clapton, el que más conocemos hoy, ese cuya imagen hace que casi cueste creer que existió otro en el pasado. El músico se prometió que no bebería más. Que así honraría a su hijo muerto. Y lo logró. Pero el cambio fue más profundo. Con el Clapton sobrio desaparecí­a del todo también aquel músico exótico y atrevido de los 60 y 70, el que había sido, junto a Hendrix, icono del estilo psicodélic­o con sus abrigos de pieles, sus joyas y al menos una docena de peinados diferentes, desde los cardados a los rapados militares. Y también el de los 80, el que se puso en manos de su amigo Gianni Versace, que le diseñaba incluso las correas de las guitarras. Versace era entonces el primer diseñador del rock and roll y a Clapton nada le gustaba más que experiment­ar y cambiar. Para Clapton todo era una búsqueda perpetua.

MUJERES ALIVIO

Pero a comienzos de los 90 el nuevo Clapton casi cincuentón y sobrio conoció a Armani y empezó a vestir sus trajes, uno rosa incluido, sobre los escenarios. A Versace no le gustó el cambio. Había perdido un cliente. Sobre todo, uno famoso. “Parece un contable”, dijo de su transforma­ción. Pero aquel ya no era el viejo Clapton. O todavía sí, porque el dolor seguía ahí. No había desapareci­do. Aún tardaría una década en empezar a hacerlo. Limpio de sustancias, durante los años 90 el guitarrist­a buscó alivio en las mujeres. “Ninguna signifcó realmente nada. Ninguna de aquellas conquistas añade hoy nada a su biografía. Todas formaron parte del mismo proceso”, lo resume su amiga Zanuck.

Su catálogo de citas durante aquellos años es el sueño de cualquier representa­nte: Sharon Stone, Naomi Campbell, Sheryl Crow, Charlotte Lewis, Patsy Kensit, Carla Bruni… Incluso Lady Di, como insinúa el periodista inglés Paul Scott en la biografía Motherless Child, pudo haber tenido un romance con él. “Me metí en las relaciones más extrañas de mi vida hasta que encontré a mi esposa”, ha explicado el bluesman. “De nuevo estaba perdido. Buscando algo. Segurament­e, una madre. Y ahora lo veo. Nunca se me dio bien salir de esos momentos, pero al menos siempre pude expresarlo­s musicalmen­te”.

En 2001 se casó con Melia Mcenery, con quien hoy tiene tres hijas. Y aquel año ese viejo Clapton desapareci­ó finalmente. Se acabaron las drogas, el alcohol y las mujeres. Se acabaron las subidas y bajadas. Y empezó a suavizarse el dolor. Incluso se acabaron los trajes rosas. Hoy Clapton, que acaba de cumplir 73 años, parece un ratón de biblioteca, un tipo incapaz de haber destrozado nunca una habitación de hotel, un padre mayor que escribe letras sobre lo mal que se duerme cuando lloran los bebés. Y un anciano prematuro, como el que confesaba en una entrevista en la BBC que está perdiendo audición, que sufre tinnitus –una dolencia que le hace escuchar golpes y ruidos en el oído sin que estos tengan una procedenci­a física real– y que tiene también problemas en los nervios que le agarrotan las manos. Las huellas más reales de que ese pasado realmente existió. De ahí que haya preparado una minigira en Europa y Estados Unidos para este verano: Colonia, Hamburgo, Londres y Nueva York. Apenas cuatro shows tras los que, según ha anunciado, terminará su carrera.

Aunque eso mismo, como también sabe, como también cuenta, lleva diciéndolo desde que tenía 17 años. Cuando todavía era aquel adolescent­e introverti­do que se escabullía del mundo en el blues. Cuando aún no había siquiera descubiert­o que la mejor forma de dejar de sufrir es morirse, pero que los muertos no pueden beber.

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