“TENÍAMOS DEMASIADO MATERIAL REAL”
Seis horas de locura colectiva, western, intentos de asesinato... Si crees que ‘Wild Wild Country’ fue una paranoia, te equivocas, porque ocurrió. Y nos lo cuentan sus creadores
Ma Anand Sheela, la robaplanos absoluta de Wild Wild Country, la serie documental de Netflix dirigida por los hermanos Chapman y Maclain Way, es ya un icono pop. No está mal para una señora que vive en un pequeño pueblo suizo alejada de todo.
MIEDO A LO EXTRANJERO
Lo cierto es que esta aparentemente frágil mujer hace casi cuatro décadas fascinó y atemorizó a un pequeño pueblo, Antelope, luego a un estado, Oregón, y después a un país entero, Estados Unidos. Sheela fue durante años la mano derecha de Bhagwan Shree Rajneesh, un gurú indio que, tras ser rechazado por las autoridades de su país a principios de los años ochenta, decide trasladar su chiringuito pseudoreligioso al oeste norteamericano. Así empieza Wild Wild Country, con una premisa digna de una comedia de Sacha Baron Cohen: el santón espabilado que se va a América a vender el nirvana a quienes puedan pagarlo. Sin embargo, como todas las historias realmente locas, esta es verdadera. “Después de hablar con ella nos dimos cuenta de que podíamos hacer un muy buen documental”, me cuentan los hermanos Way de su encuentro con la ya sexagenaria Sheela. Fueron varios días de entrevistas (y no desvelaremos con qué frase genial terminan), pero qué son unos días en comparación con los cuatro años que ha tardado Wild Wild Country en ver la luz. Algo lógico si tenemos en cuenta el material del que partían sus directores: unas 300 horas de metraje bruto, procedente en su mayoría de la Oregon Historical Society. La excepcionalidad del hallazgo la explica Chapman Way: “normalmente uno solo dispone de archivos que ya han sido emitidos, clips de dos o tres minutos, pero nosotros teníamos muchas tomas de más de una hora sin editar”. Sobre todo grabaciones realizadas en el gigantesco rancho que el culto de Bhagwan, más conocido como Osho, adquirió para levantar una ciudad que hiciera realidad su utopía. Pero el proyecto, pese a ser más capitalista que el capitalismo mismo, chocaba
frontalmente con la Norteamérica real. “Es el miedo a lo extranjero”, llega a verbalizar uno de los residentes de Antelope, atónito ante la que se ha liado en lo que antes no era más que una enorme extensión de tierra olvidada. Con Osho casi siempre en la sombra y Sheela convertida en material de primera para talk shows provocadores, la ciudad de Rajneeshpuram crecía y crecía mientras la América blanca y cristiana no sabía cómo reaccionar. “Lo que para una persona es una secta para otra es su religión”, sentencia Mclane Chapman sobre el conflicto central de Wild Wild Country: ¿cómo atacar a una comunidad que en el fondo representa todo aquello por lo que Estados Unidos en teoría lucha? Así estaban las cosas en Oregón… hasta que el asunto se les fue de las manos. A todos. Sheela terminó en la cárcel.
EL NIRVANA EN OREGÓN
En Wild Wild Country pasa de todo porque en Rajneeshpuram, Oregón, Estados Unidos, la realidad superó a la ficción. A cualquier ficción. Sus directores querían mostrarlo fielmente y para eso necesitaban una serie. Primero porque “para muchas de las personas que aparecen en el documental, estos hechos son lo más importante que les ha pasado en la vida” y segundo porque no sabían cómo meterlo todo en noventa minutos. Cuando series como Making a Murderer o The Jinx todavía no existían, los hermanos Way comenzaron a dar forma a los seis episodios que forman Wild Wild Country. Seis horas de distopía, western, meditación, baile, armas, drogas, intentos de asesinato, ropas rojas, envenenamientos, relojes de lujo y castores. Aunque así enumerado suene absurdo, tiene sentido. Tiene sentido porque ocurrió. El nirvana quizá no exista, pero Sheela sí.
Con Sheela convertida en estrella de ‘talk shows’ provocadores, la ciudad crecía y crecía y América no sabía cómo reaccionar