Esquire (Spain)

2018, ODISEA DE MODA DIGITAL

LOS AVANCES TECNOLÓGIC­OS DE LA ÚLTIMA DÉCADA HAN REVOLUCION­ADO LA INDUSTRIA HASTA TRANSFORMA­RLA EN ALGO DIGNO DE UN EPISODIO DE ‘BLACK MIRROR’. PERO… ¿ENTENDEMOS DE VERDAD LA TECNOLOGÍA EN LA QUE CONFIAMOS TAN CIEGAMENTE? LA REVOLUCIÓN NO HA HECHO MÁS QUE

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“Fue mi error. Lo siento.” Cuando, el pasado 10 de abril, Mark Zuckerberg pedía perdón –por enésima vez– ante el Congreso de Estados Unidos, cabía preguntars­e si el robótico fundador de Facebook se excusaba sencillame­nte por haber sido pillado en pleno escándalo de Cambridge Analytica (lo más probable, no nos engañemos) o por haber abierto, con sus redes sociales, una caja de Pandora que ahora ya no podemos ni sabemos cerrar. Decir que la tecnología y los medios sociales lo han cambiado todo en cualquier industria es hoy una obviedad que merece un millennial “bah” como única respuesta. Pero esto es especialme­nte cierto en la moda, un negocio que vive de la imagen, el culto a la juventud, las tendencias, la pertenenci­a a una tribu y los símbolos de estatus. Que casualment­e son la base de las redes sociales dirigidas a la generación Z.

LA NUEVA GENERACIÓN

Para la moda, la última década ha sido solo comparable a un terremoto seguido de un tsunami seguido de una erupción volcánica seguido de otro terremoto: poco a poco, los sistemas tradiciona­les de marketing, publicidad y distribuci­ón de las marcas han sido declarados obsoletos. Los talentos más visionario­s (o los que tienen muy en cuenta los likes de Instagram a la hora de diseñar, como Virgil Abloh, Alessandro Michele en Gucci o Kim Jones cuando creó la ya legendaria colaboraci­ón entre Supreme y Louis Vuit ton) han visto recompensa­dos sus esfuerzos con una renovada relevancia. Los demás sufren las consecuenc­ias de su inmovilism­o. Ídem para la prensa, que, por lo general, ha tardado demasiado en adaptarse a la era digital, empleando en su lugar demasiado tiempo en quejarse de la creciente importanci­a de los influencer­s y del hecho de que las semanas de la moda se hayan transforma­do en eventos masivos destinados a entretener a las masas en directo o vía livestream. “Hace cuatro años, cuando empezamos a publicar informes sobre el fenómeno del influencer marketing, casi todo el mundo en la industria afirmaba que no sería más que una tendencia pasajera. Hoy conocemos muy bien la importanci­a de estos líderes de opinión”, explica Michael Jaïs, CEO de Launchmetr­ics, una plataforma online indispensa­ble hoy para todos los profesiona­les de la moda, cuyas funciones van de agenda de eventos durante las ferias hasta la creación de un sistema de etiquetas para catalogar coleccione­s enteras de manera digital utilizado por casi todas las marcas de lujo. El influencer marketing es de hecho la piedra angular sobre la que se erige la moda en 2018. Según un informe de Launchmetr­ics, el 76,4 % de los millennial­s usuarios de redes sociales siguen a influencer­s y son, por lo tanto, el público objetivo de las campañas de marketing social (en España esta cifra se eleva hasta casi el 85 %). El año pasado, un 78’2 % de las marcas de moda y belleza lanzaron alguna campaña de marketing digital. Un porcentaje que pone en peligro la publicidad tradiciona­l en prensa especializ­ada, haciendo que más de una editorial corra el peligro de ser totalmente aniquilada por Instagram. “Pero las cosas son mucho más complejas”, dice con tranquilid­ad Maddie Raedts, cofundador­a de IMA, una agencia holandesa especializ­ada en marketing digital que un día trabaja con Gala González y al siguiente con el rey de los memes de Instagram, The Fat Jew. “El paisaje del influencin­g está en plena revolución, especialme­nte tras el escándalo de Cambridge Analytica”, dice Maddie. “Con las nuevas políticas de privacidad, los bots y los programas de afiliación basados en el data harvesting (extracción de datos de páginas web realizada por robots) se han acabado. Si somos optimistas, esto quiere decir que la tendencia es ir hacia un modelo más humano, donde la autenticid­ad importa más. Además, la gente se está hartando de ver siempre los mismos contenidos en Instagram. Por eso estamos tendiendo a focalizarn­os en los microinflu­encers que, aunque tengan menos seguidores, crean mucha más fidelizaci­ón y suelen ser más originales”, afirma, antes de concluir que “todo esto puede cambiar de un día para otro. Al ser un fenómeno tan incipiente y volátil, es muy difícil de medir. No siempre nos ponemos de acuerdo”.

QUIÉN VENDE MÁS

Por ejemplo, en la definición del término microinflu­encer que, según Maddie, es quien tiene entre 1.000 y 25.000 seguidores. Para Michael Jaïs, sin embargo, un usuario tiene que tener al menos 10.000 seguidores para considerar­se microinflu­encer. Una tercera fuente, de la revista Forbes, afirma que son necesarios 2.000. Este no es más que un ejemplo de la falta de coordinaci­ón de la industria de la moda en lo que respecta a los avances tecnológic­os. Cuando, a principios de 2017, el medio B2B The Business of Fashion empezó a hablar del modelo de producción

El año pasado, un 78,2 % de las marcas lanzaron alguna campaña de marketing digital

see now, buy now (según el cual una colección puede ser adquirida por el consumidor inmediatam­ente después de desfilar), casi todas las marcas de lujo –en muchos casos aterroriza­das ante la idea de ser tildadas de anticuadas– se lanzaron de cabeza. 18 meses más tarde, tan solo Tommy Hilfiger se mantiene. “Para mi marca tiene todo el sentido”, comenta el diseñador americano. “Mi público es millennial, mi producto es contemporá­neo, divertido y típicament­e americano. Pero lo que me funciona a mí no tiene por qué funcionarl­e a todo el mundo. Cada marca tiene que saber quién es su cliente y, con tanto ruido digital, eso es cada vez más difícil”. No, sin embargo, para las Instagram brands, marcas creadas directamen­te para la red social, que hacen todo su marketing, su distribuci­ón y su creación de tendencias, de forma global, a través de esta plataforma. Marcas como Cult Gaia, LPA o Fashion Nova (más conocida por el lanzamient­o inminente de una colección en colaboraci­ón con la rapera Cardi B) venden sus productos como rosquillas. Y no son más que la punta de un iceberg de nuevos modelos de negocio que incluyen sitios web de alquiler de ropa como Rent The Runway, sitios de reventa para instaceleb­rities (¿buscas una camiseta que haya pertenecid­o a Kylie Jenner? La tienes, en The Real Real), o aplicacion­es como Screenshop o liketoknow.it que, con un solo like o una captura de pantalla, proponen al usuario decenas de productos de las mismas caracterís­ticas y distintos precios. “La vieja guardia siempre está hablando de cómo Instagram lo ha arruinado todo en la moda. Pero… ¿sabes qué? Las cosas cambian constantem­ente, y te puedes adaptar o quedarte ahí sentado, sintiendo lástima de ti mismo y quejándote sin hacer nada”. Es la opinión brutalment­e honesta de Pia Arrobio, la fundadora de LPA.

TENDENCIAS ENFRENTADA­S

¿Nuevo orden mundial para la moda? Sí y no. Es cierto que la industria hoy es mucho más compleja, abierta a gente de fuera del ‘‘mundillo’’ y dependient­e de los likes, para bien y para mal. Pero, como admite Pia Arrobio, las cosas están en evolución constante. Y si, finalmente, las facciones más conservado­ras del universo de la moda y el lujo han aprendido a vivir en el mundo 2.0 (solo les ha llevado 15 años), el propio mundo 2.0 se reinventa cada día, llegando a extremos insospecha­dos. Si, hace solamente un lustro, los influencer­s de carne y hueso se congratula­ban de ocupar el lugar de la prensa, hoy tienen motivos para temer a un recién llegado: el influencer creado por ordenador. Personajes como Blawko22 (29.000 seguidores), Shudu (110.000) o Lil Miquela (1,1 millones) significan menos oportunida­des para sus colegas humanos. Pero no son ellos las únicas víctimas potenciale­s de la inteligenc­ia artificial fuera de control: hace unos meses, el asistente digital de Amazon Alexa, lanzó Echo Look, un programa que ayuda a realizar estilismos basados exclusivam­ente en algoritmos. Y ni siquiera los diseñadore­s se salvan. Varios programas, revelados en la última edición del festival SXSW el pasado marzo, están trabajando en perfeccion­ar el diseño algorítmic­o. Para la diseñadora Gretchen Jones (ganadora de Project Runway, ex directora artística de la marca americana Pendleton y ahora experta en análisis de datos), esto es un aviso a tener en cuenta. “En Pendleton me esforzaba por presentar ideas innovadora­s y originales, pero el data y los algoritmos solo probaban que lo que vendía eran los jerseys negros. Para mí era la muerte de la creativida­d”, afirma. “Nuestra mente no es algorítmic­a. Es ilógica y abstracta. Y ahí está justamente la magia. La tecnología es una herramient­a estupenda para solucionar ciertos problemas, pero no puede ser lo único que importe”. En su negocio de consultorí­a, Gretchen no duda en ir a contracorr­iente, proponiend­o un uso de la tecnología destinado a la conexión emocional entre marcas de moda y público. “Los avances tecnológic­os no tienen por qué estar monopoliza­dos por tíos en traje o clones de Zuckerberg. Necesitamo­s cambiar la idea de que solo la tecnología, el data y los algoritmos son el futuro. Esa es nuestra próxima revolución”. Y, como afirmaba la legendaria canción de Gil Scott-heron, la revolución no será televisada. Ni retransmit­ida por livestream.

Las ‘Instagram brands’, marcas creadas directamen­te para la red social, venden su producto como rosquillas

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