CORTADOS POR EL MISMO PATRÓN
BRUNELLO CUCINELLI DIRIGE UNA DE LAS CASAS DE MODA MÁS ELEGANTES DEL MUNDO. PERO TAMBIÉN SE HA PASADO LOS ÚLTIMOS 20 AÑOS ENCARGANDO ESCULTURAS CLÁSICAS CON EL MISMO MÁRMOL QUE UTILIZABA MIGUEL ÁNGEL
Para celebrar el 40 aniversario de la firma de moda, viajamos a Pietrasanta, una antigua localidad italiana situada entre la orilla del Mediterráneo y los Alpes Apuanos. A diferencia de muchas antiguas ciudades italianas, sus calles no son un amasijo de senderos y giros ciegos, sino que se distribuyen en una cuadrícula elegante y racional. Eso hay que agradecerselo al Imperio romano, cuya legión disponía las calles en cuadrículas para facilitar su defensa.
La mayoría de la gente en Pietrasanta se gana la vida como lo han hecho durante siglos: cultivando tomates y verduras en los campos aledaños o trabajando la piedra proveniente de las montañas cercanas al pueblo. Esas montañas constituyen el rasgo más espectacular de la zona, sobre todo la que los lugareños denominan la Tacca Bianca, la ‘cicatriz blanca’. Si te situas de pie, delante del taller del escultor Stefano
Giannoni, es imposible apartar la mirada de esa montaña y de la pared que sirve de telón de fondo al pueblo. Cuando el verano pasado estuve en el estudio de Giannoni, supuse que era nieve, que se habían librado del deshielo primaveral. Giannoni me corrigió. “Eso no es nieve. Ahí es de donde los canteros sacan la piedra”, aseguró. “Es una de las venas minerales más perfectas del mundo. Mármol de Carrara. El que usó Miguel Ángel para su David. Y todos los grandes escultores, desde Henry Moore hasta Botero, trabajan con él porque es el que toda gran escultura debe tener”.
Esta piedra, y su vínculo con las más grandes obras de la Antigüedad, es lo que llevó precisamente hace unos veinte años al diseñador Brunello Cucinelli a Pietrasanta. Para quienes tienen el placer de conocerlo, Cucinelli es el de Adriano hasta una biografía de Bobby Kennedy. Cucinelli es un hombre que te recuerda que lo más importante en la vida no es la adquisición de bienes, sino adquirir conocimiento.
Así que era de esperar que alguien como él descubriera Pietrasanta, cuna de los clásicos, al menos en lo que se refiere a la piedra que sirve de base a las grandes esculturas. Sucedió en 1998. Cucinelli llevaba 16 años restaurando Solomeo, la aldea de Umbría de la que procede su mujer y donde tiene su empresa
drásticamente sus encargos de esculturas tras las reformas del Vaticano de los años 60. Después, como sucede con tantas cosas hoy en día, la culpable fue la tecnología. Los brazos robóticos realizan ahora una copia exacta de una chimenea de mármol con todos sus intrincados detalles en mucho menos tiempo. Antes había en Pietrasantra un gran número de estudios de piedra, pero ahora apenas quedan cuatro.
“Cuando conocí a Stefano”, me comenta Cucinelli, “le pregunté que por qué nadie hacía estatuas clásicas. Me contestó que porque nadie las encargaba”. Esa noche Cucinelli estuvo dándole vueltas al asunto. Y al día siguiente encargó diez estatuas, entre ellas cinco bustos de los grandes filósofos, la mayoría copias de los de Canova. Y así, en un solo día, Cucinelli se convirtió en un Médici del mármol.
EL BUSTO DE STEVE JOBS
Desde entonces le ha encargado 51 piezas. “Creo que únicamente la mano humana, el talento del artesano, es capaz de producir belleza, de captar el flujo natural de las formas. Toda esta belleza desaparece bajo el peso de la precisión absoluta de la tecnología”, asegura. “La única concesión de Stefano a la tecnología es un par de brújulas y un pantógrafo para reproducir formas”.
Es en esta pequeña bottega donde más tiempo pasa Giannoni. A veces, según la hora, quien sale a recibirte es Blanca, su hija de diez años, que trabaja con las astillas y trozos desechados de los bloques de mármol. Giannoni es un hombre tranquilo y si no fuera por el precario sombrero que luce parecería sacado de otro siglo. Y si no fuera por un busto que tiene detrás de él, en un estante, entre Aristóteles y Sófocles, ¿ese es Steve Jobs?
Sí. Como explica Cucinelli, “Jobs es uno de los grandes”.
Puede ser. Giannoni me comenta que Jobs –o al menos su escultura– fue un trabajo complicado, principalmente por la perpetua barba sombreada que lucía. Al escultor le llevó unos cuantos intentos lograr este detalle.
Jobs es la más reciente de las obras de Giannoni. Todas las piezas se encuentran en Solomeo o en la finca de Cucinelli. Las de su casa están dispuestas en un orden lógico: En el jardín están los artistas y las grandes obras de arte, en la planta baja, los emperadores, y arriba, en la biblioteca, los pensadores.
Cucinelli pasa la mayor parte del tiempo arriba, sentado frente a su chimenea, entre bustos de Platón, Sócrates y Epicuro. “Al atardecer les hablo. De verdad. Porque este es un lugar para reflexionar, para estar en comunión con las ideas, para inspirarse. ¿Y cómo no hacerlo en su presencia?”.
Está deseando ver las piezas que acaba de encargar, prestigiosas figuras contemporáneas: Mandela, Einstein, King, etc. “Quiero rendir homenaje a aquellos que he conocido y que me han guiado. Las esculturas no solo reproducen las obras de nuestros antepasados, de esos grandes artistas y pensadores, sino que espero que también nos recuerden nuestra humanidad y los valores eternos a los que estamos vinculados”.
Ha colocado muchas piezas en Solomeo y asegura que seguirá encargando esculturas. “Creo que todos tenemos la responsabilidad de ser guardianes de la creación, preservando la belleza de la naturaleza, del mundo que nos rodea. Por eso quise llenar de arte el pueblo”. ¿Qué es más importante, la verdad o belleza? Le pregunto.
Duda y trata de no contestar. Al final, cede y responde: “La belleza. Es eterna. La belleza es la estrella por la que nos hemos de guiar, porque siempre nos conduce a la verdad”.