Esquire (Spain)

MISIÓN: DESTRUIR A

MARIO CASAS

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Msario Casas tiene en su haber unos cuantos premios ya. Varios Fotogramas de Plata, una Biznaga de Plata del Festival de Málaga, tres premios Feroz y un ACE, que entregan los cronistas de espectácul­os de Nueva York. En 2016, en el Festival de Sitges, recibió un premio por “su espíritu indomable y lucha constante en su carrera”. Y es segurament­e este el que mejor defne a Mario Casas, un actor que no renuncia a su parte más salvaje en cada trabajo y que es currante. Muy currante. Con veinte películas y una serie de papeles clave en las produccion­es televisiva­s de los últimos años, es uno de los actores más taquillero­s del cine español. Palmeras en la nieve recaudó 16 millones de euros (y obtuvo en televisión una cuota de pantalla de más del 19%); Tres metros sobre el cielo, 9; y Los 33: una historia de esperanza y Contratiem­po, más de 25.

Tiene en su contra, para empezar, que la crítica más sesuda nunca se ha tomado en serio a los actores mainstream, desde Chaplin a Harrison Ford. Y si además el actor es cero pelota con la industria, él solito se autocoloca en el lado de los outsiders. Tampoco se toma demasiado en serio a actores que, como él, vienen acompañado­s por un cuerpo de diez. Pero seamos claros: esto le pasa factura porque sigue llenando titulares que hablan de sus parejas y de sus abdominale­s. ¿En serio? ¿Aún?

UN OBRERO TRAS LA ESTRELLA

Esquire pasa de todo eso y queda con el actor, incansable, indestruct­ible y (creo que esto ya lo he dicho, pero no me canso de repetirlo) currante. Entre rodaje y rodaje, viaje y viaje, escucha atento, espera paciente. Esto no es incompatib­le con los personajes feroces que ha interpreta­do tantas veces.

Quedamos con él en un gimnasio lleno de socios. Le metemos en una piscina, le ponemos a dar puñetazos a un saco, le afeamos, queremos que sude. Sin embargo, él, educado y atento, dice que sí a todas nuestras propuestas. Tres horas de sesión para hablarnos, entre otras cosas, del papel que más esfuerzo físico le ha requerido: el de Francesc Boix en El fotógrafo de Mauthausen (que tiene algo de él, de su picardía y su espíritu inagotable.

Para dar vida a este personaje real, Casas perdió 15 kilos y se sometió a horas de maquillaje que le dejaron el aspecto degradado y mugriento que tiene en todo el flme. Y se empapó de la vida real de Francesc Boix, un republican­o español que salvó de Mauthausen los negativos que mostraban las atrocidade­s que allí se realizaron, que él fotografó y que fueron mostradas en los juicios de Núremberg. “Los cambios físicos, sobre todo tan marcados como este, me ayudan siempre en mi trabajo del personaje. Es una manera de separarte completame­nte de ti como persona. Mirarte al espejo y verte sin pelo, con barba y flaco te sumerge en lugares no cotidianos, te transforma y te ayuda con el personaje que empiezas a crear”, asegura. Así que centramos la entrevista con él en torno a esa idea: la transforma­ción. Porque no solo él, como actor, se transforma en un supervivie­nte pícaro e inteligent­e, sino que el mismo Boix se transforma en el flme y pasa de ser un mero supervivie­nte a alguien comprometi­do. El cambio tiene ciertas sutilezas y ha de producirse solo en 90 minutos. “A diferencia del cine, la televisión te permite tener un abanico mucho más amplio de creación de personajes y puedes dar mucha informació­n. Pero se pierden matices, cosa que en el cine no puede pasar porque tienes poco tiempo, es más concreto. Me gusta mucho porque se va más al grano”, explica Casas. Su Francesc Boix está construido desde la humanidad. Es un hombre de cuyo pasado no se sabe nada (de hecho, hasta bien entrado el flme ni siquiera se sabe que es comunista). Es un privilegia­do dentro del campo: hace fotografía­s y no está en constante peligro de muerte a manos de un nazi loco porque otro nazi le necesita en su laboratori­o. “No lo

trabajé desde el aspecto político, porque realmente no creo que eso fuera lo que le motivase, sino desde un profundo deseo de justicia con la historia: lo que aquí pasa se tiene que saber. Me sorprendió que un grupo de españoles en un campo de concentrac­ión se lo jugaran todo por salvar unas fotos. Lo poco que debía valer su vida para no importarle­s jugársela así”, confesa.

UN FUTURO TRAS LAS CÁMARAS

Mario, que ya ha salido de la piscina y procede a dar golpes a un saco de boxeo, me habla entonces del guion. Una tiene la sensación de que se toma igual de en serio cada cosa que hace, como su Francesc, con el que dice haberse “dejado la vida” porque para él era muy importante no arrebatarl­e ni un ápice de credibilid­ad. “Que si todavía queda alguien vivo que le haya conocido se sienta orgulloso de mi trabajo”, dice. Y para ello echó los restos en la creación del personaje. “Cada guion es un mundo. Los matices entre un personaje que ha existido y otro de fcción, procedente de una novela, son muy distintos. A Boix lo investigué: sabía que era muy listo y sonriente, que hablaba varios idiomas, que se sabía mover por el campo... Leí mucho sobre él. Lo metí todo en una bolsa y a partir de ahí lo creé. Pero sin fustigarme si no resultaba ser idéntico. Lo primero es la historia. Luego entra el personaje”, apunta.

Entonces le pregunto por lo que vendrá, por cómo se ve a medio plazo. A lo que contesta casi sin pensar: “Tirándome a la piscina, sin duda, creando personajes de toda clase y distintos. Me da igual si es una película grande, pequeña o más o menos comercial: me importa el proyecto. Me apetece arriesgar. Ahí creo que radica mi propio crecimient­o personal”. A fn de cuentas, tiene 32 años y a este ritmo, con 40, no sé qué Mario Casas podemos encontrarn­os: “Pues segurament­e uno que se haya equivocado varias veces, pero que habrá aprendido muchísimo... Y a ver si para esa edad ya he hecho algo con el gusanillo que tengo por dirigir, que siempre está ahí”, termina.

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