DOLCE & GABBANA, MÁS ES MÁS
Siempre tiene que existir el contrapunto que equilibra la balanza. Por eso es necesario que existan los trajes de Dolce & Gabbana. Frente al tweed, el brocado, frente a los colores tierra, los tonos pastel y, en defnitiva, frente al uniforme masculino clásico, la fantasía indumentaria solo apta para valientes.
Valientes, decíamos, a los que les interesa la moda, pero además tienen un lema: “Hemos venido a jugar”. El corte del traje es lo de menos cuando dicho traje está bordado en hilo de oro o está estampado con mosaicos sicilianos. Eso es lo que quiere su clientela, no pasar desapercibida. Por lo general, los fans varones de Dolce tienen un estilo de vida en el que, en cuestiones estéticas, da igual ocho que ochenta. Son futbolistas que quieren que el mundo sepa el dinero que tienen en el banco, son infuencers que viven de llamar la atención en las redes, magnates de clubes nocturnos que rebosan ostentación o estrellas televisivas sin prejuicios. Está claro por qué se decantan por esta frma: es cara, es absolutamente reconocible por cualquiera y, sobre todo, es estéticamente imbatible. Ningún cliente de Dolce & Gabbana piensa que es un hortera. Muy al contrario, cree que la elegancia tiene que ver con la originalidad y con el maximalismo.
Todos ellos ostentan roles necesarios, como necesario es que Domenico Dolce y Stefano Gabbana sigan yendo a lo suyo. Frente a la monotonía sartorial y la explotación de la moda deportiva, una buena chaqueta de lentejuelas anima a cualquiera. Y el que tiene las narices de ponérsela se carga de un plumazo todas las aburridas reglas de etiqueta y decoro con las que todavía carga la industria de la moda para hombre. Así que, en lugar de mirarlo horrorizado, hay que darle las gracias.