UN TIPO DISPUESTODISPUEST a todo A SIDO JESUCRISTO...
TEXTO ASH CARTER FOTOGRAFÍA MARC HOM ESTILISMO MATTHEW MARDEN Willem Dafoe INICIA SU QUINTA DÉCADA EN EL CINE ENFRENTÁNDOSE
H... y un dios de la muerte japonés, prisionero en Auschwitz y ofcial de las SS, agente federal sin tacha y sociópata lascivo de dientes podridos y bigotito de lápiz. Vampiro, sacerdote y, una vez, en una pieza de teatro experimental, monja. Banquero londinense y director de un hotel de Florida. T. S. Eliot y el Duende Verde de Spider-man.
Willem Dafoe, actor destacado entre los de su generación –o en cualquier otra–, es, además, uno de los más prolífcos. A fnales de este año aparecerá en Aquaman de DC Comics (21 de diciembre), en la que interpreta al científco Nuidis Vulko, y en la cinta de Julian Schnabel At Eternity’s Gate (sin fecha de estreno aún en España) será Vincent van Gogh.
Dafoe es capaz de interpretar cualquier rol, excepto tal vez a un estadounidense de clase media con inquietudes culturales, que es precisamente lo que es. “Tengo que admitir”, confesa el artista de 63 años mientras desayunamos en Morandi, en el West Village de Manhattan, “que a veces miro al pasado y pienso: ‘¿Cómo he acabado aquí?’”.
Dafoe nació en Appleton (Wisconsin, EEUU). En 1977, el año del apagón de Nueva York, de los crímenes del asesino en serie David Berkowitz y del incendio premeditado del Bronx, dejó la universidad de su estado para ir a la Gran Manzana. Allí se unió a un colectivo teatral de vanguardia, el Wooster Group, que daría forma a un momento cultural que ahora es objeto de tanta fascinación como el teatro de París de fnales del XIX o el Berlín de la República de Weimar.
En 1980, Kathryn Bigelow eligió a Dafoe para interpretar al líder de una banda de motociclistas forajidos en su primer largometraje, The Loveless. Le siguieron rápidamente una serie de papeles de renombre: en Vivir y morir en Los Ángeles, de William Friedkin; Platoon, de Oliver Stone; Arde Mississippi, de Alan Parker, y Corazón salvaje, de David Lynch. Aunque sigue trabajando con directores como Abel Ferrara y Paul Schrader, Dafoe también ha estado bajo la dirección de algunos de los cineastas más originales y dispares, como Wes Anderson, Lars von Trier o Sean Baker. Ha sido nominado tres veces para un Oscar, las tres al mejor actor de reparto: en 1986 por Platoon, en 2000 por La sombra del vampiro y en 2017 por The Florida Project.
A Dafoe le gusta Morandi por razones prácticas y sentimentales. Su dueño, Keith Mcnally, fue antes el propietario de Lucky Strike, el restaurante que estaba a la vuelta de la es-
UNA INFANCIA PECULIAR
“De niños solíamos contar un chiste: ¿sabes cuál fue la mejor huida de Houdini? Respuesta: dejar su ciudad natal, Appleton, Wisconsin”. Dafoe, cuyo verdadero nombre es William, es el séptimo de ocho hermanos. Nacido en 1955, su padre, William, era médico, y su madre, Muriel, enfermera. “Mi primer hermano tomó el testigo”, comenta el intérprete,“porque se hizo médico. Y casi todas mis hermanas se dedicaron a la enfermería, así que yo pude elegir otra profesión”. Adoptó el sobrenombre de Willem para poder distinguirse de su progenitor.
Sus padres no eran especialmente devotos. “Íbamos a la iglesia, es una de las pocas cosas que hacíamos juntos, pero era algo social”. Aun así, la ética protestante era férrea. “Mi padre solía decir: ‘¡Tienes que producir!’”, asegura. “Nunca hubo refrescos en casa. Ni alcohol. Mis padres eran abstemios. De vez en cuando mi madre montaba un club de lectura en casa, y entonces ofrecía café. ¡Nos resultaba muy exótico, porque mis padres no lo bebían! Bajábamos a escondidas y nos tomábamos los restos con crema y azúcar. ¡Era como la heroína!”. William murió en 2014, a los 97 años, dos después de Muriel. “Me di cuenta en su lecho de muerte de que no le quedaba mucho y, bromeando, le solté: ‘Bueno, ¿cuál es tu conclusión? ¿Qué es la vida?’. Hizo una larga pausa y respondió: ‘La vida es una prueba’. Eso te da una idea del tipo de hombre que era”.
Los siete hermanos de Dafoe fueron a la Universidad de Wisconsin, entonces un semillero de protestas estudiantiles. “De adolescente me encantaba ir a verlos, dormir en sus so- fás, oler la marihuana. Le pedía a mi hermana Dee Dee que me explicara una y otra vez el White Album de los Beatles”. Ella se lo llevó una vez a ver una obra de teatro estudiantil. “Me hizo pensar que yo podría hacer algo así, que no era obligatorio tener un trabajo convencional”.
En 1973, se matriculó como estudiante de teatro en la Universidad de Wisconsin-milwaukee, pero abandonó los estudios en su segundo año para unirse a una compañía local no tradicional llamada Theatre X. En Youtube se puede ver el vídeo de una obra titulada Civil Commitment Hearings, en la que aparece un Dafoe de veinte años. “Mis padres les pagaron la universidad a todos mis hermanos. A mí, nada, porque pensaban que estaba vagueando, pero tampoco me importó”. Dafoe trabajaba a media jornada en un taller de encuadernación y después en una cafetería. “Si de verdad necesitaba dinero, solo tenía que hacer una llamada, pero me gustaba vivir de mi trabajo”.
Durante una gira con Theatre X Dafoe conoció en Ámsterdam a Richard Schechner, el fundador de Performance Group. Fue él quien animó a Willem a mudarse a Nueva York, y eso hizo. Después de meses en sofás de unos y otros, él y un amigo encontraron un apartamento en Manhattan por el que pagaban 225 dólares al mes. Comenzó a trabajar como tramoyista para Performance Group –“era un carpintero terrible”, asegura– y enseguida se incorporó al colectivo, justo cuando se estaba reformando para formar el Wooster Group bajo la dirección de Elizabeth Lecompte, protegida de Schechner. A muchos las obras del Wooster les parecían agresivas y confusas. Una de las primeras piezas, Route 1 & 9, mezclaba extractos de Nuestro pueblo, de Thornton Wilder, con vídeos pornográfcos y sketches cómicos. En LSD, de 1984, se yuxtaponía una entrevista a una niñera de Timothy Leary con una versión acelerada de Las brujas de Salem, lo que provocó una carta en la que el abogado de Arthur Miller exigía el cese inmediato de las representaciones.
“Para comprender a Willem, hay que entender su interés en el teatro experimental”, expone Paul Schrader, quien contrató a Dafoe para que hiciera de trafcante en la película Posibilidad de escape (1992), la primera de sus seis colaboraciones. “Probablemente es la parte más importante de su enfoque creativo”. Cuando se le pregunta qué efecto ha tenido ese trasfondo en la obra cinematográfca de Dafoe, Schrader contesta: “Lo convierte en un camaleón, lo saca de su zona de confort. A Willem, a diferencia de la mayoría de los actores, no le da miedo arriesgarse”. Wes Anderson, que ha trabajado con Dafoe en tres ocasiones, la más reciente en El gran hotel Budapest, comenta: “Es un intérprete que tiene todas las herramientas: experiencia, claridad y confianza. Pero es que además está dispuesto a todo”.
Poco después de unirse al Wooster Group, Dafoe tuvo una relación sentimental con Lecompte, lo que la llevó a romper con Spalding Gray, entonces también miembro de la compañía. “Fue complicado, porque todos trabajábamos juntos”, asegura Dafoe. Gray se hizo famoso más tarde con sus monólogos autobiográfcos. “A mí me interesa más crear una más-
¿TELEVISIÓN? NO, GRACIAS
¿Le ha tentado a Dafoe la edad de oro que vive la televisión? “Para nada”. Reconoce que “la televisión es de lo que todo el mundo habla hoy en día, pero es algo cómodo. Es como tener un círculo de amigos gratis. Cuando solo tienes una hora y media para dar lo mejor de ti, es un reto”.
Una semana más tarde, estamos sentados en un banco del parque Abingdon del West Village. “Me gusta esto”, comenta Dafoe, ahora con camiseta y chinos, de manera convincente en medio de la ola de calor. “Desacelera a cualquiera. Parecemos pájaros en un oasis”. At Eternity’s Gate se ha mezclado en un estudio de posproducción cercano. La película, la sexta de Schnabel, narra los dos últimos años de la vida de Van Gogh, hasta que se suicida, a los 37. Según Dafoe, “no es una biografía forense”.
Dafoe lleva un 2018 bastante intenso, todo hay que decirlo. Solo en el primer semestre ya rodó un par de películas: Motherless Brooklyn, de Edward Norton, adaptación de la novela Huérfanos de Brooklyn, de Jonathan Lethem, y The Lighthouse, el segundo largometraje de Robert Eggers, director de La bruja.
Dafoe solo tiene dos exigencias: un buen café y un exprimidor. Su ritual matutino, incluso en el plató, comienza con meditación y yoga. Viaja con su propia esterilla. “Me lleva alrededor de una hora y media, así que a veces eso signifca levantarme a las tres de la mañana”, explica. Menos conocido es su hábito, desde hace más de 40 años, de llevar un diario. “Es algo muy práctico. No se trata de reflexiones, sino más bien un ejercicio para aprender a expresarme. También escribo chistes, números de teléfono, recordatorios, cosas que he oído o visto”.
“Tengo montones de libretas”, menciona. Está claro, hojeándolas, que nunca servirán de base para sus memorias. Son prácticamente ilegibles. El texto se interrumpe aquí y allá por un dibujo o un recuerdo: recortes de periódico, billetes de moneda extranjera, polaroids. “A veces hay mucho color, según la película que esté haciendo”, explica Dafoe al hojear uno de sus diarios. Se detiene y lee una cita de T. S. Eliot que copió en 1984 durante el rodaje de Tom & Viv, un flme sobre el problemático matrimonio del poeta: “El patrón que percibimos en nuestras propias vidas en los raros momentos de desatención y desapego... es el patrón dibujado por lo que el mundo antiguo llamaba Destino”. Cierra el diario. “La verdad es que no vuelvo a ellos”, asegura el intérprete. “Nunca los releo”.