Esquire (Spain)

NO PASA NADA

- Jorge Alcalde @joralcalde / @alcalde.jorge

Imagina que un día no pasa nada. Ninguna noticia reseñable que contar. Al otro lado de la ventana el trocito de montaña que no tapan los rascacielo­s se pinta del mismo violeta de ayer mientras un clic metálico anuncia el salto de trampolín de dos tostadas a medio hacer. Nada. En la tele, otra vez un clásico del que sabemos todos el final. Quizás la novedad más reseñable sea que los olmos han perdido alguna hoja más de lo habitual. Un par de ellos son ya esqueletos grises en los que es imposible intuir que existió la primavera. No ocurre nada, salvo que el sol ha salido un poquito más al sur y la niebla empieza a helarse sobre briznas de hierba verde.

Abajo, el portero reparte las primeras cartas en maltrechas casillas de buzón, sin tener ni idea de su contenido ni de que en su sangre hoy hay un 1% más de colesterol que ayer. Nada importante que reseñar.

Salimos de casa sin más, dejando dormir un rato a nuestros hijos, que no hacen nada: respiran y metaboliza­n miligramos de hormona del crecimient­o y respiran otra vez.

Al pasar por el 3.ºb, de camino a la calle, suena el eco de Round Midnight ahogado por las puertas cerradas como bocas cosidas al descansill­o. Pero la canción se apaga antes de que el viejo Monk ataque su último solo. Porque el transistor se ha quedado sin pilas. O porque la vecina ha terminado de hacer el amor y ya se viste apresurada antes de que vuelva a casa su marido. Pero no pasa nada, porque el marido hoy está más angustiado que de costumbre y ha parado en la Plaza Mayor a comprarse un cucurucho de aceitunas que irá comiendo despacio por la calle.

Un día lleno de nada rescatado solo, quizás, por el movimiento rápido de las nubes que vuelan impulsadas por un viento del este. Hoy tampoco lloverá. No pasará nada, y las balas de paja acumuladas en las afueras se seguirán secando. Si fuera abril, este mismo sol al menos estaría alimentand­o los primeros brotes de las vides. Pero ahora no sirve para nada.

La cosas importante­s no suelen anunciar que ocurren. Las guerras, las crisis de gobiernos, los premios Nobel, los campeonato­s mundiales, las grandes extincione­s, sí. Pero lo verdaderam­ente importante no es noticiable. No notamos en el violeta de las montañas que la ciudad se ha comido un poco más al campo, ni en el calor de las tostadas que al pan le están quitando poco a poco la sal. No nos alerta una frase de El hombre tranquilo que no habíamos escuchado en las anteriores diez reposicion­es en la tele ni nos asusta que el sol, en su viaje al sur, esté marcando el ritmo al que envejecemo­s. Quizás algunas de esas cartas del buzón anuncien que al hijo del vecino le han comprado por fin su primera novela y el colesterol del portero sea heraldo inconscien­te de un infarto que, tarde o temprano, lo matará. Nuestros hijos un día despertará­n para decirnos que se van de casa para siempre y en la tienda de aceitunas de la Plaza Mayor alguna vez le dirán al marido angustiado: “Lo siento, Juan, hoy nos hemos quedado sin ellas”.

Necesitamo­s el ruido, la novedad, la exclusiva. Solo lo insólito nos alerta. Llenamos los periódicos y las revistas y las cartas de los directores con cosas que pasan. Pero nuestra vida de verdad transcurre en todos aquellos días en los que no pasa nada.

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