Esquire (Spain)

ANA MORGADE HACER REÍR ES ALGO MUY SERIO

Ana Morgade bien podría haber triunfado en el rutilante mundo de las vedetes. Humor, desparpajo y dotes interpreta­tivas y musicales le salen a chorros; solo le falta una cosa: haber nacido a mediados del siglo XX

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Como en el microrrela­to de Augusto Monterroso (fallecido en 2003, el escritor hondureño se hubiera forrado a followers en esta década), podría decirse que: “Cuando encendió la televisión, Ana Morgade todavía estaba allí”. Y nos gustaría, ya puestos, que hubiera llegado antes y que se quedara para siempre, porque esta actriz, humorista y presentado­ra madrileña, cosecha de 1979, es uno de los rostros más amables hoy en día en televisión, alguien que no despierta sino simpatías, a quien invitarías a tu cena de Nochebuena en casa para equilibrar al coñazo de tu cuñado. Ana Morgade lleva más de una década trabajando, casi sin descanso, y en todo ese tiempo ha logrado algo tan sencillo como meritorio: caer bien. Pocos personajes televisivo­s dedicados al humor pueden fardar de eso. Más aún: pocas personas, en general, pueden hacerlo.

“No tenía ni idea de que pudiera parecer la mujer de un narcotrafc­ante”, dice entre risas cuando ve las fotos que le hemos hecho. “No suelo hacer este tipo de reportajes, pero cuando me lo propuso Josie dije que sí a ciegas, porque es él”. Ana Morgade y Josie se conocen bien, ya que llevan años trabajando juntos en el programa Zapeando (La Sexta) y la química y las risas fueron una tónica habitual durante la producción. “Me piden que pose sexy y no entiendo nada... ¡parece que me han tirado de un quinto piso!”.

Cierto es que ella se mueve mejor delante de una cámara de televisión que de una de fotos, y tiene todo el sentido, ya que en su currículum se apuntan más de una decena de programas en los que ha participad­o como colaborado­ra o presentado­ra, amén de aquellos en los que ha concursado. “¿Los has contado? Madre mía”, dice. Pregunto cómo es posible que, haciendo un tipo de programas con formatos bastante similares, uno funcione y otro no. “Macho, si yo lo supiera no estaría aquí [ risas]”, contesta. “He hecho muchos infoshows, programas que mezclan noticias con humor, de todo tipo y a todas horas, y los ha habido que lo han reventado y otros que han pasado desapercib­idos. Seguro que hay alguna fórmula... pero ¡ el cabrón que la tiene no la suelta!”. ESQUIRE: ¿Cómo eras de pequeña? ANA MORGADE: En mi casa éramos muchos. Tenía dos hermanos mayores y luego tuve una hermana pequeña. Al ser tantos, tenía que diferencia­rme por algo, y en mi caso decidí tirar por el humor. En casa siempre era la que se inventaba chistes, organizaba concursos de disfraces, obras de teatro... ESQ: Ibas para actriz, entonces. AM: Totalmente, tenía toda la pinta. Mis padres se temían lo peor desde muy pequeña [risas], pero me apoyaron. Al principio se pegaron un susto gordo, pero después vieron que me lo tomaba en serio, que no era un hobby ni un pasatiempo, y no les quedó más remedio que echar una mano. Me ayudaron a pagar la escuela de Cristina Rota, que yo no me hubiera podido permitir. Estudiaba Imagen y sonido en la Complutens­e, y en mis horas libres hacía cosas de teatro, estudiaba improvisac­ión... Pero Cristina Rota era muy cara y muchas horas, y sin la ayuda de mis padres hubiera sido imposible. ESQ: ¿Cómo llegaste al humor? AM: La verdad es que no era mi primera intención. Cuando empiezas a estudiar, como casi todos, creo yo, quieres ser una actriz intensa, dramática, que todo el mundo recuerde, ganar un Goya... Pero también me di cuenta de que el entretenim­iento y el humor eran terrenos donde no había muchas mujeres y yo podía encajar con facilidad. Y, además, me resultaba mucho más fácil encontrar trabajo que en todo lo demás, donde hay millones de actrices increíbles contra las que no tengo nada que hacer.

Nuestra conversaci­ón continúa en la terraza del café Pavón, en la calle Embajadore­s, soportando como podemos el primer día de frío del invierno, suavizándo­lo con el abrigo y buscando como locos unos rayos de sol de media mañana que ni siquiera derretiría­n un hielo sobre el asfalto. No es masoquismo: es que dentro la cafetería está llena. ESQ: ¿Es más difícil hacer reír a la gente o triunfar en la comedia siendo mujer? AM: El mundo profesiona­l, sea cual sea, siempre te lo pone todo un poco más difícil si eres mujer. ¿Qué es más difícil? [Piensa mientras bebe del té con leche que ha pedido]. Levantarse por la mañana es difícil, llegar a fn de mes es difícil... vivimos en un mundo en el que hay pocas cosas fáciles. Para mí es muy placentero ver que cada vez es más natural que una mujer haga humor universal y para todo el mundo. Hace años todavía me preguntaba­n: “¿Puedes especifcar que tu espectácul­o también es para hombres?”. Es atroz, y no hace tanto de esto. Ser divertido tiene que ver con ser desinhibid­o e inteligent­e, y ambas cosas nada tienen que ver con el género. ESQ: Te lo habrán preguntado mil veces. Pues aquí está la mil y una: ¿tiene límites el humor? AM: Los límites del humor siempre están en la boca de quien pronuncia los chistes y en el oído de quien los escucha. Ahí están los dos límites, y es muy difícil que coincidan, con lo cual lo que tiene que hacer cada uno es desarrolla­r su propio criterio. ESQ: ¿ Piensas en las consecuenc­ias de lo que vas a decir? ¿Le das muchas vueltas a algo que puedes presuponer polémico? AM: Sí, claro. Siempre pensamos en eso. Pero no hay ningún humorista que no tenga intención de hacer reír. Eso sería una estupidez, sería no hacer tu trabajo. Lo que es imposible es ser mentalista y averiguar donde están los límites del humor de cada persona.

Mientras hablamos saluda a un par de personas que pasan por la acera. Está en su barrio, pero pasa bastante desapercib­ida. “Soy como Clark Kent y Supermán, pero al revés. Me convierto en Clark Kent cuando me quito las gafas”, dice. “Yo no me considero una persona especialme­nte conocida de la televisión, no voy a muchos saraos... Me mantengo bastante al margen de ese mundo”. ESQ: ¿ A qué momento de tu carrera le tienes más cariño? AM: Joder... Me lo he pasado muy bien trabajando, que es algo que poca gente puede decir, pero reconozco que le tengo especial cariño al programa Estas no son las noticias, con Quequé. Fue el primero de este calibre que hice, aprendí muchísimo y, por una serendipia que yo creo que no se podría volver a dar, nos juntamos una generación muy poderosa: Anna Simón, Dani Rovira, Broncano, Quequé, Coronas, Tania Llasera, Marta Nebot, David Verdaguer... Fue una barbaridad. Ahora mismo sería imposible volver a juntar a todas esas

personas. Me lo pasé increíble. Imagínate cómo era esa sala de reuniones... [risas]. ESQ: También diste las campanadas con Berto Romero un par de años... Eso es un hito. AM: Sí, un hito que pasó desapercib­ido [risas]. ESQ: Pero es algo para enmarcar, hombre. Como los diplomas de los dentistas. AM: La verdad es que las dimos en una época en la que La Sexta no era un referente de audiencia, y en realidad para nosotros fue más un encargo que otra cosa. ESQ: Un marrón, vamos. AM: Eso lo has dicho tú. Lo negaré con testigos pagados en el juicio [risas]. ESQ: Ahora, sin embargo, es un evento de máxima notoriedad. Se habla un mes antes de quién va a presentar las campanadas AM: Sí. Cristina Pedroche ha conseguido revitaliza­r un evento que era totalmente casposo. ESQ: ¡Podrías haber sido tú! AM: ¡Jamás! Yo no tengo ese don.

Ana Morgade tiene cuentas ofciales en Twitter e Instagram que suman un millón de seguidores. “Hay que mantener una distancia prudencial con ellas, no confundirl­o con tu patio de amigos ni con un diario. Hay que tener muy claro para qué sirven y para qué no sirven. La única manera de discernir está en ti. La herramient­a de silenciar en Twitter es un regalazo”. Y así, entre sorbos de té, Coca-cola Zero y un tipo que nos ha pedido dinero para un bocadillo, llega la una del mediodía y, cual Cenicienta, Ana Morgade tiene que dejar de ser mi pareja de baile porque un coche la espera para llevarla a la televisión. El lugar del que no queremos que se vaya nunca, como el dinosaurio de Monterroso.

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