RESPONSABLE EMPRESA ANUNCIADORA
EL ARTE URBANO HA PASADO DE MOVIMIENTO VANDÁLICO A PROTAGONIZAR SUBASTAS, INTERVENCIONES SUBVENCIONADAS Y COLABORACIONES CON MARCAS DE LUJO. ¿CUÁNTO QUEDA DE REBELDÍA EN LAS ARTES ANTES CONOCIDAS COMO OUTSIDER?
Chamartín, Madrid, 9 de la mañana. Como cada día, el mercado de San Cristóbal abre sus puertas. Su fachada parece hoy salida de una instantánea tomada en Brick Lane más que de un mercado municipal del extrarradio madrileño. Los responsables de su nuevo look colorista son el colectivo Boa Mistura, conocidos por llevar su arte a lugares de la city como el Mercado de la Cebada o, más recientemente, a 1.100 pasos de cebra como parte de la iniciativa del Ayuntamiento de Madrid Versos al paso. Detrás de su intervención en la plaza de abastos se encuentra la frma de relojería Swatch. De un plumazo, se hace inevitable pensar en los entre 100 y 600 euros que un graftero tiene que pagar en nuestro país si es pillado en faena. O en la condena de cárcel que tuvo que asumir un ‘trenero’ (se denomina así a los artistas que pintan en vagones del metro) tras ‘exponer’ su obra en el suburbano de Barcelona. Hay quien opina que por culpa de estos casos el sector se está aburguesando, pero también los hay que aseguran que estas ‘ acciones pagadas’ son en realidad el sustento que permitirá a estos artistas desarrollar una carrera personal. Aunque en algunos casos lo remunerado da para bastante más que un sustento, pues se traduce en estratosféricas sumas de dinero.
ARTE DE ENCARGO
Ampparito lleva años pintando en la calle. Acaba de llegar de Dubai, donde ha realizado un mural en gran formato. También allí ha llegado la febre del arte callejero. Sin embargo, la espontaneidad que caracteriza el estilo se ve aquí truncada por la frma de un contrato de miles de euros que prefere “no desvelar por motivos de confidencialidad”. El propio gobierno del país se puso en contacto con él. “Todo estaba muy planeado. Lo que pinto en Europa no puedo pintarlo allí, el choque cultural es enorme. Mi mural ha llegado a pasar tres fltros, lo que hace que al fnal muchos de estos proyectos maten la esencia del arte: el criterio del artista”, reconoce al otro lado del teléfono.
Como él, cientos de artistas sucumben cada año a la demanda de empresas, agencias y frmas de moda, expertas en hacer suyas las tendencias que nacen a pie de calle y convertirlas en verdaderos objetos de deseo.
Antonyo Marest empezó dejando su nombre en fábricas abandonadas. Pocos
fuera de la escena conocían su nombre hace cinco años. Hoy, las grandes marcas llaman a su puerta. Un mural suyo puede costarles alrededor de 20.000 euros. “Hay artistas en España que rondan los 300.000 euros por mural, aunque la suma depende de si es benéfco, efímero o permanente…”, cuenta desde Miami, donde acaba de hacer uno en el Basel House Mural Festival.
Pero si hay uno que se rifan las marcas, ese es Okuda San Miguel. Sus encargos rondan los 60.000 euros y van desde retratar a Paco de Lucía en una estación de metro hasta pintar la iglesia de Llanera o ‘decorar’ con su geometría colorista la casa de un estrella como la mismísima Alicia Keys.
MÁS ALLÁ DE LOS PIRINEOS
Y si cruzamos Andorra, el valor puede llegar a multiplicarse por seis. Alrededor de dos millones de euros recibió Shepard Fairey –más conocido por el nombre de su marca de ropa OBEY– por un mural. “A las marcas siempre les ha interesado todo lo que llega de la cultura alternativa. Lo que ocurre es que terminan fagocitándolo”, explica Jordi Pallarès, comisario e investigador sobre arte urbano y espacio público. No hay más que recordar hitos como la protesta feminista de cartón piedra que se marcó Chanel en el interior del Gran Palais para presentar una colección, la línea de Dior en colaboración con el artista hiperrealista Dan Witz o cuando H&M se intentó apropiar de un grafti de REVOK para usarlo como imagen de su campaña.
Otra firma de moda que desde sus inicios se ha arrimado al arte de la contracultura es la reverenciada Supreme, con colecciones dedicadas a la obra de Basquiat o Dondi White, casi imposibles de encontrar al minuto de su puesta en venta. A fin de cuentas, el cool hunter siempre ha ido en busca de lo que está fuera de los circuitos para la creación de nuevos conceptos. “Los que empezamos en los años 90 no pensábamos que esto se convertiría en un negocio. Basta que inventes algo diferente y novedoso para que el sistema lo quiera acaparar”, explica la artista Nuria Mora, quien prepara en la actualidad un libro sobre su vida como artista urbana. Se refere también a una “domesticación del término” en nuestros días: “Los que practicábamos el arte urbano de manera ilegal, furtiva y espontánea nos hemos quedado sin un nombre para definir
“ME SIGUE MOLESTANDO QUE SE LLAME ARTE URBANO A UNAS FRASES PINTADAS EN EL SUELO Y PAGADAS POR UN AYUNTAMIENTO”
nuestra actividad. Llevo veinte años trabajando en las calles de manera ilegal, pero paralelamente he desarrollado una actividad artística dentro del sistema. Aun así, me sigue molestando cuando se llama ‘arte urbano’ a unas frases pintadas en el suelo subvencionadas por un ayuntamiento”, asegura no sin antes rematar: “El poder se está apropiando de un movimiento que no nació con esa flosofía...”.
EL ‘PROCÉS’ EN GRAFITIS
En los años 60 y 70 el arte urbano fue una útil herramienta arropada por el anonimato para escupir sobre el sistema. Por entonces, ciudades como Filadelfa y Nueva York se cubrían de eslóganes políticos que reflejaban el cambio social de la nación. Desde signos de paz en los campus universitarios a mensajes por la integración racial en los EEUU. Hoy este carácter subversivo se ha ido apocando en pos de una cultura visual de la inmediatez, de la estética por la estética y de la proliferación de proyectos subvencionados.
Sin embargo, algunos artistas siguen apostando por hacer del muro en blanco un panfleto político. Prueba de ello es la revolución gráfca que ha traído consigo el procés catalán. “En Cataluña se han llevado a cabo varias intervenciones pensadas por artistas y comunicadores visuales con un engranaje gráfico muy consciente”, explica Pallarès. El artista Jordi Calvís ha ideado incluso una serie de stencils (plantillas) que pueden compartirse en Internet con una clara intención viral. “Aunque algunas cuenten con el respaldo de asociaciones, el mensaje sigue estando ahí”, zanja.
En la rama más comprometida del arte urbano en nuestro país encontramos al artista TVBOY, quien días después del que el Gobierno frmara el decreto para exhumar los restos de Franco del Valle de los Caídos sorprendía con una imagen del dictador retratado como Frankenstein en la plaza Urquinaona de Barcelona.
También allí se encuentra en su mejor momento la crew barcelonesa The Hate Lovers, fundada por Vegan Bunnies y Malicia, un grupo que lucha por el empoderamiento de la mujer en el sector. Algo que se encuentra en la misma línea de acción de otras escritoras de grafti como la checa Sany o la legendaria Lady Pink.
MISMO ARTE, DISTINTO NOMBRE
El boom del arte urbano ha provisto al movimiento de nuevos hábitats de interior. Como consecuencia, se ha acuñado el término ‘nuevo arte contemporáneo’ para designar a un arte que, si bien guarda parentesco con la vertiente más callejera, está destinado a ser expuesto. En España, galerías como Swinton & Grant, Delimbo, SC Gallery o la pionera Montana Gallery llevan años apostando por estos lenguajes. Los estilos van desde el postgraffiti al lowbrow (pop surrealista) pasando por arte cinético. Hoy, nuestro país cuenta ya con su propia feria dedicada al género, Urvanity, que se celebra en febrero coincidiendo con la feria de arte contemporáneo ARCO. “El mercado se está consolidando gracias al interés de los coleccionistas. Otros factores a tener en cuenta son la proliferación de subastas de este tipo de obras, y que sus precios siguen por debajo de las de otros artistas”, explica Sergio Sancho, director de la feria.
La propia acción de comprar ‘arte urbano’ es en sí misma un oxímoron. “Hay artistas que hacen intervenciones en la calle, pero que son también capaces de generar un tipo de obras adaptadas a la galería”, explica Raquel Ponce, fundadora de la galería Ponce+robles. Los Boa Mistura fguran en su cantera de artistas al lado de otros que presumen de una trayectoria más convencional. “Con el colectivo hicimos una exposición a partir de material gráfico recogido durante el proceso de sus murales. Para los coleccionistas es como llevarse ‘ un trozo de la calle’ a sus casas”, dice Ponce.
REYES DEL SUBASTEO
En efecto, los artistas Keith Haring, Kaws, Shepard Fairey y Banksy –todos provenientes del street art– se encuentran entre los diez artistas contemporáneos que más piezas venden en subastas. En 2018, la facturación del último de ellos superó los 9,5 millones de euros, y la friolera de 17 millones en el caso de Kaws, seudónimo de Brian Donnelly, quien batió su propio récord con la venta de un retrato de Bob Esponja por un 1.120.000 euros. La calle vende.
El misterio que envuelve la identidad de Banksy y sus rocambolescas acciones callejeras lo han elevado en la última década a una categoría sin precedentes, a la de un artista que se propone explotar el sistema desde dentro. Su último troleo
consistió en la autodestrucción de un lienzo con su obra Girl With Ballon segundos antes de ser vendido por 1,18 millones de euros –nunca sabremos si como estrategia de marketing del artista, de la casa de subastas o de los dos juntos–. Nadie entre los artistas levanta tanta espectación como para mantener una exposición en Madrid durante cuatro meses: Banksy, ¿genio o vándalo? estará en Madrid hasta el 10 de marzo. Suso33, una de las voces más respetadas de nuestra escena, presenta la exposición ¿ Arte urbano?, que estará en el CEART de Fuenlabrada en enero. No hay duda de que el género está cambiando. “No hay que olvidar que aunque pinten en la calle y usen un lenguaje y técnica distintos, los urbanos no dejan de ser artistas”, apostilla Sancho.