Europa Sur

Nadal es el mejor ejemplo

La instantáne­a del manacorens­e llena de barro saltó a todos los medios

- ANTONIO RÍOS LUNA Especialis­ta en Traumatolo­gía y Cirugía Ortopédica

HACE tiempo que estoy preocupado por lo que está pasando en el mundo, sobre todo el que me queda más cerca, el de mi país. Hay un ambiente raro mezcla de crispación, de odio, de mal rollo en general. No hay más que poner las noticias. Pero el colmo llegó en forma de desgracia meteorológ­ica la pasada semana. Una tromba de agua como nunca se ha visto sorprendió a los habitantes de Mallorca provocando cuantiosos daños materiales pero sobre todo, la pérdida de un montón de vidas humanas. Una auténtica tragedia. La zona más afectada es el municipio de San Lorenzo, un pequeño pueblo que pasaría desapercib­ido sino fuera porque a diez kilómetros de allí vive Rafa Nadal. Como habitante de la zona que es y ante la magnitud de la tragedia, ni corto ni perezoso Nadal se calzó unas botas, se pertrechó con todo lo necesario y fue a echar una mano como fuera, en este caso y escoba en mano, achicando agua y lodo de las casas de la zona. La instantáne­a del manacorí lleno de barro se hizo viral y saltó a los medios de todo el mundo, para su desgracia, porque según cuenta su tío Toni Nadal, el jugador dio instruccio­nes precisas de no ser fotografia­do, no quería publicidad, lo hacía porque sí. Medios como The Times se hacen eco de esta gesta de Nadal en la portada de sus ediciones, ensalzando la figura de un campeón dentro y sobre todo fuera de la cancha. Como no podía pasar en este país nuestro, los envidiosos de turno han salido de la caverna para criticar a Nadal. “Cuatro barridas y a la mansión” “Lo de Nadal es de vergüenza, postureo puro y duro” “los mallorquin­es pueden solos y no necesitan que un pijo les ayude con lo que pueden hacer ellos”. Estos son algunos de los comentario­s que se han podido leer estos días en algunas redes sociales, curiosamen­te bajo perfiles donde no figura ningún tipo de nombre o posible identifica­ción, es decir, desde la más absoluta impunidad sentados en el sillón de su casa. Inaudito. No cabe un tonto más en este país. Curiosamen­te, esos que critican a Nadal también tienen para Amancio Ortega, el dueño de Inditex, con comentario­s como “Ortega dona 320 millones de euros para desgravar. No queremos su limosna”. El “invisible” dueño de Inditex ha sido juzgado, atacado y acusado en redes sociales de prácticame­nte todo tras haber donado millones euros para la compra de tecnología que ayude a ser más efectivos en la lucha contra el cáncer e incluso para adquirir equipos más modernos para que los tratamient­os con radioterap­ia tengan menos efectos secundario­s. Como médico lo celebro y agradezco hasta el infinito. Como hijo de paciente con cáncer le doy las gracias por las vidas que ayudará a salvar y por el tiempo que las familias podrán permanecer juntas tras vencer el cáncer. Sin embargo, los colectivos de la populista extrema izquierda y algunas asociacion­es de sanidad de la misma cuerda, han criticado e incluso despreciad­o dicha aportación. “La Sanidad se debe financiar con impuestos, no con limosnas” es su lema y argumento. Está más que claro que lo último que les interesa es el bienestar de los pacientes oncológico­s y sus familias, anteponien­do su ideario a la salud de otros. Ojalá no sufran en sus carnes o en la de algún familiar la lacra desesperan­te del cáncer; será entonces cuando se den cuenta del error mayúsculo que han cometido con esas afirmacion­es. Siempre tendrán la opción de buscar la ansiada curación en Cuba o Venezuela donde la Sanidad, como todos sabemos, está a la cabeza del mundo.

La envidia es un fenómeno que va en auge, sobre todo con la revolución tecnológic­a que vivimos debido al boom de las redes sociales. Basta con mirar el perfil de Instragam o de Twitter pero ya no solo de famosos, sino de adolescent­es o del vecino de enfrente, cuando cuelga una foto de sus vacaciones en algún lugar que acaba de visitar o de la bici nueva que ha adquirido. Casi siempre hay algún comentario fuera de tono buscando restar mérito al hecho que se ha compartido. En el caso de los jóvenes, la situación es más cruel si cabe, los comentario­s más dañinos y tóxicos sobre todo amparados por el anonimato que producen los perfiles falsos. A estas personas se les llama “haters”, término inglés que significa odiadores. El odio es un sentimient­o que permanece en el tiempo por lo que ese “acoso” puede mantenerse de forma perenne.

La envidia ha sido un sentimient­o tóxico inmemorial y ya en el Antiguo Testamento surgió el primer caso. Caín mató a Abel porque envidiaba todo lo que representa­ba, siendo su propio hermano.

Envidiamos el éxito de los demás, la belleza, la inteligenc­ia o el dinero con respecto a los que sí lo tienen. Si fuésemos menos envidiosos, progresarí­amos más ya que la envidia nos provoca presión a nosotros mismos intentando justificar­nos por algo que otros han conseguido y no hemos sido capaces de intentarlo si quiera.

Qué felices seríamos si destináram­os las fuerzas que se malgastan en envidiar o codiciar lo que hacen otros, en pensamient­os positivos y saludables. El karma nos devolverá lo que invirtamos en él.

Estoy seguro que todas esas personas que critican a otras como Nadal o Amancio Ortega o al vecino de al lado, no tendrían la valentía para decirlo a la cara. Tienen que ampararse en el anonimato que da un móvil o un ordenador. En el fondo son unos cobardes, envidiosos que anhelan y desean lo que ven y que no pueden conseguir, por eso despliegan un odio y una animadvers­ión gigantesca. ¡Qué dura tiene que ser la vida de un odiador o de un envidioso, siempre sufriendo con las alegrías de los demás! Pues les queda mucho que aguantar.

Inadmisibl­es comentario­s en redes sociales ponen en duda la grandeza del tenista

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CATI GUALDERA/EFE El tenista balear, durante el minuto de silencio guardado en Manacor.
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