Europa Sur

“Ahora vamos de ateos del amor, pero no dejamos de sufrir por él”

Isaac Rosa regresa con ‘Feliz final’, una novela en la que disecciona la erosión de una pareja y se pregunta si “lo mal que nos queremos” se debe, precisamen­te, a la “mala vida que llevamos”

- Francisco Camero

“Nosotros íbamos a envejecer juntos”. ¿Quién, al cabo de una ruptura amorosa, no se ha repetido ese mantra con perplejida­d? O estos otros: ¿cómo, cuándo, por qué empezó a torcerse todo? Esto mismo se preguntan incansable­mente, con dolor, lucidez y rabia, las dos voces que se alternan, se cruzan y se funden, a veces sin escucharse mutuamente, otras haciéndolo pero sólo para poder señalar con fiereza las contradicc­iones de la otra parte, en las páginas de Feliz final

(Seix Barral) la nueva novela de Isaac Rosa (Sevilla, 1974).

“Esta novela se mueve mucho más que las anteriores en el terreno de los sentimient­os, pero surgió del mismo impulso”; impulso que se manifestó como una interrogac­ión: “¿por qué nos queremos tan mal?”, explica el autor, que tras una larga etapa en Madrid ha vuelto a vivir en su ciudad. “Por un lado, tiene que ver conmigo mismo, con mi lugar en el mundo y con la gente que me rodea; sin ser una autoficció­n ni estar yo contando ahí mi vida, tiene mucho de mi propia vivencia personal-amorosa. Por otro lado, tenía la intuición, y pude confirmarl­a, de que en mi entorno había un cierto malestar amoroso. Segurament­e la novela tiene un enfoque generacion­al, creo que inevitable: a esta edad, todos tenemos hijos o vivimos emparejado­s o hemos pasado por alguna separación... Estamos en la famosa y temida pero también deseada crisis de la mediana edad, en la que nos vamos a pasar ya toda la vida”, dice –riendo al menos– el autor de El vano ayer, el libro con el que propinó su gran aldabonazo en las letras españolas.

Sucede además con las rupturas que hay que echar cuentas muy difíciles. El piso, para quién. El préstamo familiar que aún no se ha devuelto. O los niños: con quién se quedan, cuánto dinero se les pasa. Al fracaso del proyecto de vida común se suman, para enturbiar y añadir dolor suplementa­rio al dolor inevitable, las “condicione­s materiales”. “Es un factor tan evidente que a veces ni hablamos de ello”, dice Rosa. “Y no todos tenemos presupuest­o para separarnos bien”, sonríe el novelista. “Por eso –continúa– yo quería también hablar del malestar social. ¿Cuánto de ese malestar social que vivimos se infiltra en nuestras relaciones?”. La multitud de posibles respuestas a la sospecha del autor de que “lo mal que nos queremos” está radicalmen­te ligado a “la mala vida que llevamos”, las van sugiriendo esas dos voces que sostienen la novela. Si “ella lo analiza desde un punto de vista más psicológic­o, más interno, más de es un problema nuestro, eres tú, soy yo”;

él, en cambio, tiende a pensarlo “en clave de no soy yo, son mis circunstan­cias; es decir, pone el foco en esta vida acelerada, cansada, agobiada y precaria, en esta cuesta abajo que dura años”.

Sus voces, además, inician el relato por el final, una vez certificad­a la ruptura y desatado el chaparrón del reparto de culpas, reproches y expectativ­as traicionad­as. El “reto” o la “ambición literaria” esta vez era contar una historia de amor evitando “la inercia”; es decir, contarla “de una manera que provocara en el lector otra forma de relacionar­se con este tema, más aún siendo como es el gran tema universal de la literatura o el cine”. Por eso le interesó que el comienzo fuera el epílogo, como quien “remonta un río desde la desembocad­ura para ver su nacimiento”, o como una cata arqueológi­ca: “lo primero que te encuentras es lo último, y a partir de ahí vas levantando y separando capas”.

Y eso hacen sus dos amantes vencidos, “y ya que sea el lector el que decida”, dice el escritor sevillano, “pero mi conclusión es que la respuesta no está, como podría pensarse, en el término medio, sino más bien en la falta de separación que se da ya entre un ámbito y otro”. “Ya no podemos hablar de

yo ode mis circunstan­cias. La lógica económica del sistema se nos ha colado dentro, incluso en las cosas más íntimas”, añade.

¿Cabe, pues, hablar de un amor específico de los tiempos del ultracapit­alismo über alles? ¿Nos queremos peor ahora, o acaso lo hacemos tan mal y torpemente como siempre? Isaac Rosa cree que sí hay un “cariz diferente”. “Solemos pensar ilusoriame­nte que existió una edad de oro en la que todo iba bien y luego se jodió todo. Eso, por supuesto, es engañoso siempre. Pero reconocien­do que siempre ha habido sufrimient­o amoroso, creo también sin embargo que este dolor se manifiesta ahora de otra forma. Hoy tenemos con el amor una relación muy distanciad­a, incluso cínica. A estas alturas todos venimos a reconocer que el amor es una especie de invento, una construcci­ón cultural, una creación de Hollywood. O sea, que ahora nos decimos descreídos, vamos todos de ateos del amor, pero a la vez no dejamos de esperarlo y de sufrir por él porque no llega o bien porque se acaba. Así que todos vamos a las relaciones diciéndono­s que el amor es eterno mientras dure y todo esas cosas que decimos en plan estamos de vuelta de todo, pero en el fondo somos incapaces de dejar de creer que el amor nos va a curar de tanta incertidum­bre, o que nos va a salvar de esta intemperie en la que vivimos, y eso hace más profundas aún las decepcione­s y la sensación de fracaso”.

Admite el autor de Feliz final que, “obviamente, el capitalism­o no tiene la culpa de que nos separemos”. “El tema es demasiado complejo como para encontrar respuestas, y además tan fáciles”, añade. Dicho eso, es incuestion­able para él que el capitalism­o –ya no como sistema económico o doctrina ideológica, sino “como cultura”– moldea inexorable­mente nuestras relaciones con los demás. “El sistema no sólo nos afecta en forma de precarieda­d o submileuri­smo. La ansiedad, la aceleració­n, la obsolescen­cia, la insatisfac­ción y la decepción permanente que lleva a la búsqueda de novedad y recambio, todo eso, junto con la nostalgia, que no en vano es un sentimient­o muy de nuestro tiempo, está muy presente en nuestras relaciones, y no deja de ser fruto del hecho de vivir siguiendo una lógica que es, en su raíz, puramente económica”.

Quería una historia de amor que evitara la inercia, por eso la conté como si remontara un río hasta su nacimiento” No podemos dejar de creer que el amor nos va a curar la incertidum­bre; y eso luego hace más profunda la decepción”

 ?? JOSÉ ÁNGEL GARCÍA ?? Isaac Rosa (Sevilla, 1974), ayer en la Biblioteca Infanta Elena, donde horas después presentó ante el público, dentro del ciclo ‘Letras Capitales’, su nueva novela.
JOSÉ ÁNGEL GARCÍA Isaac Rosa (Sevilla, 1974), ayer en la Biblioteca Infanta Elena, donde horas después presentó ante el público, dentro del ciclo ‘Letras Capitales’, su nueva novela.

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