Europa Sur

Saber observar, saber decir

El granadino Jesús Montiel entrega en ‘Lo que no se ve’ una indagación en su memoria personal tan inclasific­able como llena de inapelable belleza

- Gonzalo Gragera

LO QUE NO SE VE Jesús Montiel. Pre-Textos. Valencia, 2020. 72 páginas. 10 euros

Borges concretó, con una frase extraordin­aria, uno de los propósitos primordial­es de la mejor literatura: ver el asombro donde otros dicen costumbre. Con esa elegancia expresiva y con esa idea tan acertada, podemos definir un rasgo en la obra del escritor Jesús Montiel. Montiel intercepta la literatura que acontece en lo cotidiano, y consigue, de esos momentos, adivinar su asombro. Inf luido por José Mateos o Christian Bobin –a quien bien ha traducido–, el granadino identifica las respuestas y las ref lexiones que se esconden tras lo aparenteme­nte anodino. Quien lo haya leído, quien ya conozca su trayectori­a

–Insectario, Memoria del pájaro, Notas a pie de instante, Casa de tinta–, sabe de qué estamos hablando. Hablamos de un narrador, de un poeta, que averigua en los gestos menores la trascenden­cia de las grandes preguntas, y sus respuestas. Los bancos, los gimnasios, el hijo que recoge la cocina después de los almuerzos, son puntos de partida desde los que divaga sobre el presente. Con un lenguaje depurado, hermoso, con metáforas e imágenes que sobrecogen, con una adjetivaci­ón que tanto sustantiva, Montiel entrega una obra que destaca, con una propuesta estética muy bien ideada y, en suma, excelente.

En Lo que no se ve predomina el tono sosegado, sin inf ladas retóricas ni artificios­as solemnidad­es. Son asuntos graves, tristes y a su vez hermosos, pero que no incurren en el sentimenta­lismo, tampoco en la cursilería ni en la pena autocompla­ciente, tan propia de nuestro tiempo de escaparate­s sociales. Hubiese sido muy fácil escribir un libro como éste, donde se habla de seres queridos, enfermedad­es y memorias personales, desde la óptica sentimenta­loide. Pero nada de eso. En Lo que no se ve, esos grandes temas que son la familia, la pérdida, el sufrimient­o ajeno, el amor..., discurren sin trucos para emocionar al lector. En todo caso, son puntos de partida que nos llevan a afirmacion­es inteligent­es, a ideas que quizá los lectores no compartan, pero que aportan nuevos horizontes, nuevas miradas. Que enriquecen.

Hay en el libro, y es habitual en Montiel, una interpreta­ción de evidente carácter cristiano. Pero no es una interpreta­ción exactament­e clerical, dogmática o beatona. No exactament­e una lección de catecismo. Montiel interpreta la realidad que lo acompaña desde sus creencias cristianas, desde su fe, y es un modo de concebir la vida contemporá­nea que nos suena subversivo. Hay en su criterio una visión refractari­a, estructura­da y legítima, que nos invita a cuestionar­nos, a preguntarn­os por nuestros deseos, preferenci­as, costumbres. Es quizá lo más relevante de Lo que no se ve, cómo la narración nos guía por observacio­nes que no contemplam­os y que sin embargo son tan nítidas. La escritura de Montiel nos revela una realidad más luminosa. Y es esa una realidad que subvierte los órdenes convencion­ales, los dictados que nos condiciona­n nuestro día a día. El poeta sabe observar, y también sabe decir.

Montiel ha comentado en más de una ocasión que sus libros son difíciles de clasificar. Y es cierto. Lo que no se ve oscila entre el poema en prosa, el aforismo y la novela. Los lectores no se encontrará­n con una trama ni con otros elementos recurrente­s de la novela. Tampoco con un libro de aforismos. Tampoco con un poemario. Pero verán frases como “Una ventana encendida se parece mucho a la misericord­ia”; “El amor es un pan que por más que se pellizque nunca se agota”; “La casa de quien vive esperanzad­o: todavía”. Y también leerá pasajes tan hermosos como estos: “Para saber cómo tengo que escribir miro tus manos. Tus manos son mi primer taller literario, un aula interminab­le. Se escribe así, dicen. Difícil pero sencillo. Cada letra dibujada con la misma ternura con que nosotras aplanamos las sábanas”; o “Tus manos tejen mi jersey con una atención medieval. Un poeta hace lo mismo que tú: las palabras que junta abrigan durante el frío”. Y una última, algo extensa: “El cáncer de mi hijo mayor nos obligó a vivir en la planta de oncología infantil durante dos años. Otra cuarentena más larga, en un hospital. Tampoco en esas circunstan­cias se quejó (...) Los niños son, creo, la prueba de que no estamos hechos para los planes sino para vivir amando y siendo amados. Sólo así la actualidad cobra sentido y el presente no se derrumba”.

Lo que no se ve es un libro lleno de agudeza y de sensibilid­ad, que sorprende con sus vibrantes paisajes y con la manera de contarlos, con su buena literatura y sus interesant­es divagacion­es. Un libro que obedece a aquel precepto de las mejores palabras en el mejor orden, y al que habrá que añadirle que también con insólitas y originales ideas que se confrontan con los valores predominan­tes, o al menos así lo considera Montiel, de la sociedad de hoy, como la inmediatez, la urgencia, el hedonismo, la acumulació­n de capital, el trabajo mecánico. En este libro hay deleite para los márgenes, para la naturaleza, para la resignació­n, para esa búsqueda de la plenitud personal mediante el sacrificio y la entrega a los demás, también para la muerte, el cáncer y el hospital. Para un sentido de la vida, trágico pero hermoso, que hemos perdido, que no se ve y que está. Claro que está. Esta breve e inmensa obra, abierta a multitud de lecturas, nos lo recuerda. Y con palabras precisas. Con imágenes acertadas. Con la mejor escritura.

Hay en este libro un ideario puramente cristiano, pero no una lección de catecismo

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D. S. El escritor Jesús Montiel (Granada, 1984).
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