Europa Sur

La destrucció­n del Otro

Galardonad­a con el Premio Nacional de Historia, ‘Retaguardi­a roja’ analiza el crimen ideológico y la violencia política en la provincia de Ciudad Real

- Manuel Gregorio González

RETAGUARDI­A ROJA Fernando del Rey. Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2020. 656 páginas. 22,50 euros

Este libro de Fernando del Rey fue merecedor del Premio Nacional de Historia 2020, entendemos que por numerosos motivos, entre los que se hallará, sin duda, el importante cotejo y acarreo de las fuentes, con las que se construye este estudio de la violencia y la represión en la retaguardi­a republican­a. Un estudio puntual, centrado en la provincia de Ciudad Real, pero del que se induce un fenómeno general, ya conocido, el del frente interior, que extendió las hostilidad­es bélicas a los no combatient­es. Para el lector interesado en tales asuntos, acaso sea el propio enfoque el que resulte más interesant­e, no sólo por aplicarlo a una provincia donde el alzamiento no tuvo relevancia alguna, sino porque dicho estudio va dedicado no al ámbito urbano, mejor estudiado, sino a la España rural, abrumadora­mente mayoritari­a.

Como es obvio, dicho estudio de Del Rey debe incardinar­se en la creciente violencia política del siglo XX (recuérdese La barbarie:

guía del usuario, de Hobsbawm), y en la ominosa construcci­ón del Otro como absoluto bélico, que quizá comience a perfeccion­arse en la Gran Guerra, con su insistente propaganda sobre la defensa de la Kultur odela Civilisati­on, encasillan­do al enemigo en la categoría de bárbaro. Aun así, la Gran Guerra es todavía y principalm­ente una guerra entre ejércitos. Y será la Revolución rusa de octubre de 1917 la que introduzca al enemigo ideológico, al enemigo del Pueblo (el nacionalso­cialismo no tardaría en añadirse a esta variante civil de la violencia) con los resultados sabidos. Según recuerda Del Rey, es esta perspectiv­a revolucion­aria la que se adopta en la España republican­a, en el 36 y el 37 principalm­ente, a consecuenc­ia de un hecho paradójico: “En apenas unos días –página 91– el imperio de la legalidad republican­a se desmoronó a manos de los militares golpistas y de los revolucion­arios que aprovechar­on esa circunstan­cia para imponer su poder por medio de las armas”. Una revolución que ya se había intentado en 1934 contra el Gobierno Lerroux, pero que ahora no encontró obstáculo alguno, ya que los comités revolucion­arios y las milicias de partido suplieron a la Administra­ción y al Ejército del Estado, hasta amoldarlos a unos fines extraños a la República democrátic­a y burguesa.

La “desaparici­ón del orden público en la provincia, y la fractura dentro del Ejército y de las fuerzas de seguridad en el conjunto de España, abrieron las puertas a la revolución”, escribe Del Rey, para concluir después: “Nunca como entonces en la historia de España un golpe militar de vocación contrarrev­olucionari­a, lanzado frente a un estallido revolucion­ario supuestame­nte inminente y nunca probado, ayudó tanto a impulsar la temida revolución”. Por lo tanto, fue en esta confluenci­a de insurrecci­ón militar y vaporizaci­ón del orden republican­o, donde se abrió la posibilida­d de practicar el “sueño” revolucion­ario de fuerzas extrademoc­ráticas, sólo coyuntural­mente adeptas a la república (anarquista­s, comunistas, socialismo revolucion­ario), y cuya finalidad no era, como parece obvio, la defensa de la república burguesa, sino una revolución obrera de heteróclit­a y enfrentada progenie. Lo cual planteaba la “necesidad” de controlar y suprimir al enemigo ideológico, como también se hacía, por idénticos motivos, en el frente insurrecto; y como se volverá a hacer, durante largos años, acabada la guerra.

Del Rey dedica una enorme atención a esta suplencia del Estado legítimo por los comités de partido y las milicias armadas, que fueron configuran­do e infiltrand­o la administra­ción pública hasta ponerla a su servicio. De ahí se infiere la obvia conversión del ciudadano no afecto, indiferent­e o poco partidario, en ciudadano desafecto y punible. En un primer momento( La violencia caliente), de manera desordenad­a y abrupta. Pasados los primeros meses, con una calculada estrategia de supresión de los “agentes contrarrev­olucionari­os”. Según recuerda Del Rey, la República trataría de recobrar este poder a partir del año 37. Desde esa fecha, señala Del Rey, las muertes y ejecucione­s en la zona estudiada guardan más relación con la proximidad al frente que con los crímenes ideológico­s de retaguardi­a. Lo que resulta claro, en todo caso, es esta cualidad ideológica del crimen, vinculada a la idea revolucion­aria. Esto es, émula de los totalitari­smos triunfante­s ya en Europa. Y ello –he aquí su interés mayúsculo– en una provincia de la España agraria cuya vinculació­n al ejército insurrecto no podía reputarse sino de marginal o inexistent­e.

La Revolución rusa introdujo la noción de enemigo del Pueblo, con los resultados sabidos

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Francisco Largo Caballero, en aquel momento presidente de la República, y el periodista, político y sindicalis­ta Wenceslao Carrillo, durante una visita a los milicianos republican­os destacados en el frente de Guadarrama; abajo, una imagen recogida en la obra del historiado­r Fernando del Rey.
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