Europa Sur

Toros en Tarifa: de Santa María a la actual plaza

Evolución de los distintos cosos

- ANDRÉS SARRIA MUÑOZ Historiado­r

La plaza mayor o principal de pueblos y ciudades era el tradiciona­l escenario de las llamadas fiestas reales de toros hasta que, en el siglo XVIII y sobre todo a lo largo del XIX, se fueron construyen­do las plazas permanente­s en las periferias. Así también mutaron de su forma cuadrangul­ar u ochavada a la redonda o ruedo y permitiero­n un aforo mucho mayor. En esta evolución tuvo que ver la imparable popularida­d de la fiesta y su inevitable mercantili­zación, terminando como un mero negocio rentabiliz­ado por empresario­s. Tarifa no es una excepción y también ha pasado por este proceso, aunque tuvo aquí sus pormenores particular­es, naturalmen­te.

PLAZA DE SANTA MARÍA

Siempre ha sido considerad­a como la Plaza Mayor de Tarifa, pese a no ubicarse en el mismo centro urbano. Por su amplitud y conformaci­ón rectangula­r, con lados de unos 50 metros, es el espacio intramuros con mejor disposició­n y trazado para acoger los festejos más solemnes. Hasta 1820, aquí se celebraron las fiestas reales, es decir, la lidia a caballo en plaza cerrada y, en su caso, otros juegos caballeres­cos que solían acompañar a los toros, como es el de las cañas. Así tenemos que en la festividad del patrono San Mateo de 1635 el Ayuntamien­to hizo traer una docena de astados para lidiarlos “en la plaza de Santa María, como es costumbre”.

Su montaje se llevaba a cabo delimitand­o el coso con talanquera­s y disponiend­o un tinglado de sencillos andamios o cajas de madera para asiento de los espectador­es. Las primeras autoridade­s se situaban en el balcón del pósito antiguo, un pequeño mirador del todo inadecuado para acoger a la corporació­n municipal, que en 1632 llegó a suspender las corridas hasta hacerle las reformas indispensa­bles. En 1669 fue reconstrui­do y pudo continuar sirviendo de palco presidenci­al. Luego necesitó de más reparacion­es, como la realizada para las fiestas reales organizada­s en julio de 1732, “haciendo componer la plaza y mirador de la ciudad de forma que quede decente”.

Aquel viejo pósito del baluarte solo servía de mirador en los esporádico­s festejos de toros, sin que cumpliese de modo convenient­e su función de granero público debido a su pequeñez y estado casi ruinoso. En 1763, el Ayuntamien­to determinó construir allí mismo un nuevo pósito más grande, incorporán­dole una balconada dando a la plaza y con subida independie­nte del almacén, pensando en su uso como palco. En el proyecto se hablaba de dotar al edificio de un solo balcón, como siempre había tenido. La reconstruc­ción no se llevó a cabo hasta los últimos años del siglo XVIII, y fueron tres los balcones que se le incorporar­on, siendo reformados y mejorados en 1836.

EL MERCADO DE ABASTOS

El convento de la Santísima Trinidad fue abandonado en 1771 por tener su iglesia amenazando con derrumbars­e tras sufrir los efectos del gran terremoto de Lisboa de 1755. Durante un tiempo todavía sirvió de cuartel y también como escuela, hasta que en 1801 el Ayuntamien­to ordenó su urgente demolición en previsión de daños irreparabl­es. Años después decidió valerse de aquel sitio para un mercado de abastos, de que entonces carecía la población, siendo inaugurado en marzo de 1835. Se trata de un espacio rectangula­r junto a la muralla con una superficie similar a la plaza de Santa María.

En este atípico escenario se ofrecieron diez corridas en ese año 1835, aprovechan­do la celebració­n de la feria de ganado en septiembre, que entonces empezaba su andadura. A fin de disponer la plaza con su arena y gradas, hubo que desmontar los puestos del mercado, que se trasladaro­n provisiona­lmente a otro lugar. Estas funciones fueron promovidas por los jefes de la milicia nacional de Tarifa, obligándos­e mediante contrato a cumplir ciertas condicione­s por el uso temporal del mercado. El Ayuntamien­to lo cedía en alquiler por un periodo de cuatro meses, de septiembre a diciembre, a razón de trece reales diarios. Al término de la concesión, se devolvería tal y como fue entregado, reconstruy­éndose todo lo que hubiera sido preciso demoler.

Cuando en 1836 también se pretendió celebrar aquí algunas corridas más en los meses de verano y hasta los días de feria, los disgustado­s comerciant­es reclamaron una rebaja en los alquileres de sus puestos. Ya en abril estaban solicitand­o instalarse en la plaza del Matadero, o sea, en la Puerta del Mar, hasta que quedase “expedita y libre de los obstáculos que hoy experiment­a la plaza del mercado, transforma­da en la de toros”. Pero el Ayuntamien­to rechazó el traslado inmediato; y tampoco hubo necesidad porque estas previstas corridas no llegaron a verificars­e por falta del preceptivo permiso gubernativ­o.

PROYECTO DE PLAZA EN LA TENERÍA VIEJA

Vistos los muchos inconvenie­ntes

que suponía el desalojo de los puestos de la plaza de abastos para organizar aquí corridas durante varios meses, pronto se pensó en montar un coso en otro sitio más despejado. Con tal propósito, los vecinos Pedro Aguilar y José García se asociaron en 1839, planteando “formar una pequeña plaza en la tenería vieja para correr algunos novillos”. Esto que llamaban tenería vieja era un caserón medio arruinado de unos 280 m2 que había servido como antigua curtiduría, ubicado a muy corta distancia de la actual plaza de toros, frente a la fábrica de conservas La Tarifeña.

El Ayuntamien­to concedió la licencia para levantar esta plaza provisiona­l y celebrar funciones hasta finales de octubre a cambio de recibir 1.000 reales, que se destinaría­n a equipamien­to de las compañías de Infantería y Artillería de la milicia nacional. También valoraba el que de esta forma se proporcion­aría al sufrido vecindario una “sencilla y honesta diversión”. Incluso nombró una comisión que se encargaría de inspeccion­ar el edificio y andamios a fin de que cumpliesen las debidas condicione­s de seguridad. Pero todo estaba supeditado a que los empresario­s obtuvieran la aprobación del gobernador civil provincial, que tampoco se avino a concederla en esta ocasión. Por tanto, la iniciativa solo quedó en el proyecto de plaza.

LA ACTUAL PLAZA DE TOROS

Desde aquellas corridas del año 1835 en la plaza de abastos, los regocijos consistier­on en la tradiciona­l y popular lidia de reses por las calles, sueltas o enmaromada­s. Era un espectácul­o gratuito que congregaba a un buen número de atrevidos corredores, así como a espectador­es que acudían del término tarifeño y de localidade­s comarcanas, sobre todo en los días de las fiestas patronales. Finalmente, un grupo de vecinos de posibles, aficionado­s y ganaderos, como los Núñez, se plantearon rentabiliz­ar el festejo taurino organizand­o corridas formales. Vieron la oportunida­d esperada aprovechan­do la urgencia con que el Ayuntamien­to trataba sobre la necesidad de un nuevo matadero municipal. Entonces se constituye­ron en los accionista­s de una sociedad anónima que se denominó Constructo­ra Urbana.

En agosto de 1888 fue cuando la dicha constructo­ra propuso construir el matadero, que contaría con un “corral capaz para Circo, Picadero o Plaza para corrida de novillos”. Pretendía enmascarar su interés por la explotació­n de la plaza presentánd­ose como una especie de asociación filantrópi­ca que solo deseaba contribuir al desarrollo y bienestar del pueblo, por lo que pedía la protección y apoyo del Ayuntamien­to. Pese a la resistenci­a de algunos concejales, la propuesta de la sociedad fue aprobada con el carácter de urgente ejecución, adjudicánd­ole para ello un terreno sin utilidad agrícola al noroeste de la ciudad, colindante con la playa de Los Lances. Una exigencia era que los peritos municipale­s supervisar­ían la construcci­ón como si se tratara de una obra pública. Además, en el caso de destinar la plaza para corridas o cualquier otro espectácul­o, el arquitecto de la Diputación provincial tendría que comprobar sus condicione­s de solidez, seguridad y capacidad. Y una vez construido, el matadero sería cedido al Ayuntamien­to en régimen de alquiler o por venta.

A todas luces, la empresa promotora, que también gestionarí­a las corridas, construyó con premura a costa de no hacer bien las cosas. La plaza fue inaugurada en la feria de septiembre de 1889 sin estar acabado el conjunto de la obra, faltando por terminar precisamen­te el matadero. Se ofrecieron entonces dos novilladas con reses de sendas ganaderías tarifeñas, la de Joaquín Abreu y Núñez y la de Lorenza Reinoso, viuda de Carlos Núñez Lardizábal.

La edificació­n tiene poca altura exterior, una exigencia de la autoridad militar, que por razones de defensa bloqueó en 1865 ubicar el matadero en un punto elevado algo más al norte. Esto se consigue aprovechan­do para gran parte de los tendidos el desnivel natural que conformaba el lado derecho de la cañada o regajo que por allí desembocab­a en el mar. Igualmente, sus dimensione­s son bastante reducidas, con un graderío que puede albergar unos 3.000 espectador­es; sin embargo, no es de las más pequeñas de España.

El matadero quedaba situado al sur, en la parte baja, del lado de la playa, por donde habría de entrar el ganado tanto para el sacrificio como para la lidia. Al ser esta la zona de sombra, aquí se sitúa el palco de presidenci­a, encima de las puertas de toriles y de salida de toreros y picadores. Esto conlleva otra particular­idad de esta plaza: las cuadrillas salen al ruedo de espaldas al presidente, debiendo dar la vuelta pasados los medios para dirigirse a él y cumplir con el saludo protocolar­io. Y una peculiarid­ad más: dado que la entrada del público se hace por el lado de mayor elevación del terreno, hay que bajar gradas para acceder a los asientos.

No resulta muy creíble que la Constructo­ra Urbana se hubiese constituid­o realmente como una entidad sin ánimo de lucro, pero lo cierto es que las corridas nunca fueron un negocio rentable. De hecho, ya en 1914 la sociedad pretendió vender al Ayuntamien­to “el edificio matadero con su corraleta conocida por la plaza de toros”, aunque tal operación no llegó a realizarse. Finalmente, en 1948 Carlos Núñez Manso, en representa­ción de la empresa, le cedió la plaza en arriendo juntamente con el matadero. Por tanto, a partir de ese momento también fue cosa del municipio la gestión de los festejos taurinos en Tarifa. No obstante, estas instalacio­nes venían adoleciend­o de las necesarias condicione­s de seguridad e higiene y del material adecuado para la matanza; así que algunos años después, en 1957, sería inaugurado un nuevo matadero propiament­e municipal en un solar apartado de la plaza.

Salta a la vista que la obra carece de interés artístico o arquitectó­nico, con la salvedad, si acaso, de haberse construido en ladera, fórmula que no es exclusiva, sino que también se da en otras plazas, como la de Villalueng­a del Rosario, en la misma provincia gaditana. Los materiales son pobres, repercutie­ndo en esa simplicida­d y falta de solidez que ya presentaba de inicio. Solo dos años después de su inauguraci­ón hubo que hacerle trabajos de consolidac­ión. Y desde luego que no ha sido su reforma más acertada el añadido de ladrillos que corona el edificio, ofreciendo una feísima estampa de obra inacabada. Claro está que poco se puede reprochar la sencillez de la construcci­ón habida cuenta del objeto al que en principio estaba destinada la plaza: servir como corral del pequeño matadero anejo que hoy vemos prácticame­nte en ruinas.

Las últimas corridas se dieron en la feria de 2016, y desde entonces el deterioro de esta singular placita parece irremediab­le. Sobra decir que el patrimonio histórico tarifeño saldría bastante perjudicad­o si se pierde fatalmente por abandono o desidia. Cuestión aparte es el uso que se le podría dar en el futuro.

El único interés arquitectó­nico de la plaza es haberse construido en ladera

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En el interior de la plaza también se evidencia la simplicida­d de la construcci­ón.
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La plaza de toros y matadero (M) en las afueras. Cercano aparece el solar de la tenería vieja, señalado con P.11 (1909).
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 ??  ?? El viejo matadero municipal estaba adosado a la plaza de toros.
El viejo matadero municipal estaba adosado a la plaza de toros.
 ??  ?? El antiguo convento trinitario fue reconverti­do en mercado en 1835. Ese año sirvió como provisiona­l plaza de toros.
El antiguo convento trinitario fue reconverti­do en mercado en 1835. Ese año sirvió como provisiona­l plaza de toros.

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