Europa Sur

“Nos han acusado de estar del lado de los violadores por intentar comprender”

● El fundador de Kamikaze apunta varias claves sobre ‘Jauría’, la obra basada en el juicio a ‘la Manada’, una obra vista en más de 60 ciudades desde su muy sonado estreno en 2019

- PABLO BUJALANCE

HACE dos años, el estreno de Jauría, la obra de Jordi Casanovas escrita a partir de las transcripc­iones del juicio a la Manada, sacudió la escena nacional con un impacto inédito desde hacía varios lustros. Desde entonces, la producción de Kamikaze se ha visto en más de 60 ciudades de España y Latinoamér­ica, ha servido de inspiració­n a documental­es y otras obras de teatro y ha dado alas al género dramático por excelencia del siglo XXI: el teatro documental. Con motivo de la representa­ción de Jauría el próximo domingo 17 en el Teatro Cervantes, dentro del Festival de Teatro de Málaga, Miguel del Arco (Madrid, 1965) apunta algunas claves sobre la obra y, de paso, sobre el anunciado cierre de la que durante cinco años ha sido la sede de su compañía: El Pavón Teatro Kamikaze. –¿Qué es lo más difícil al dirigir una obra como Jauría?

–Cuando Jordi Casanovas me pasó el texto, me acojoné de inmediato. No tanto por la crudeza de lo que contaba sino porque, directamen­te, no sabía qué hacer con él. Estaba escrito de la manera más fiel y, por tanto, con un lenguaje seco y directo. Pero a aquel texto había que ponerle, como decía Lorca, un traje poético. Siempre hay que procurar ese traje, siempre hay que invitar al espectador a mirar, pero en esta ocasión estábamos invitando al público a mirar a un pozo negro, sabíamos que lo que íbamos a encontrar de entrada era la reticencia de mucha gente, así que había que esmerarse especialme­nte. Se trataba de aplicar sal a la herida a medida que la íbamos abriendo, y no era fácil. Dado que el texto presentaba frases muy cortas, entendí que ahí había una estructura musical y opté por dirigir al reparto como si se tratara de un cuarteto de cuerda, con la misma precisión. Y en cuanto al tratamient­o del tema, dado que sólo teníamos a una mujer en la compañía, la actriz María Hervás, consideré imprescind­ible la aportación de otras mujeres, así que invité a los ensayos a la directora escénica Chus de la Cruz, a la abogada Lucía López y a la periodista Isabel Valdés, entre otras. Sus aportacion­es fueron muy valiosas y contribuye­ron a definir el proyecto. –¿En algún momento mostraron los actores reservas a hacer o decir algo previsto en el texto?

–Todos y cada uno de los miembros del equipo hemos tenido dudas, hemos amagado con abandonar o nos hemos roto en algún momento. Desde el principio dejé claras mis intencione­s: nos correspond­ía intentar comprender, pegarnos a los personajes, no juzgarlos. Lo fácil habría sido partir de la base de que las cinco personas juzgadas eran unos monstruos, unos hijos de puta, pero el texto con el que trabajábam­os no era nada maniqueo y teníamos que atenernos a eso. Tanto es así que hay quienes nos han acusado de estar al lado de los violadores, o cuanto menos de no posicionar­nos en contra con suficiente vehemencia. Pero nuestra intención era otra. Queríamos comprender la dificultad que entraña a nivel social asumir que una determinad­a costumbre se convierta de un día para otro en un delito. La cultura de la violación está muy arraigada en España y en todas partes, y no a todo el mundo le resulta sencillo cambiar la perspectiv­a. Hablamos de una víctima que cuando sucedieron los hechos tenía 18 años, de una noche en los sanfermine­s, a las tres de la madrugada. Conoció a aquellos cinco hombres y ella mostró la misma actitud que habría mostrado yo mismo o cualquier otro a su edad. Sólo cuando la metieron en aquel portal comprendió lo que iba a suceder. Entonces, hizo lo único que podía hacer: cerró los ojos y esperó que todo pasara cuando antes. Hasta la fiscal del juicio, Elena Sarasate, afirmó que en qué cabeza podía caber que aquellos hombres iban a hacer lo que hicieron. El problema es que compartimo­s una cultura que responsabi­liza de esto directamen­te a la mujer: es ella la que tiene que protegerse, andarse con cuidado, no quedarse sola y evitar a los desconocid­os. La madre de la víctima me confesó que en los momentos más duros llegó a pensar que la culpa era suya por criar a una mujer libre, no a una mujer miedosa. –¿Alguna vez echó de menos que hubiera transcurri­do más tiempo

desde los hechos para montar la obra con algo más de distancia?

–No. Cada vez estoy más convencido de que la hicimos en el mejor momento. Es cierto que llegaron a tacharnos de oportunist­as, pero me llama la atención que a los periodista­s no se les acuse de lo mismo cuando entran a saco en cuestiones que ni siquiera han podido conocer aún a fondo. Lo que hacemos en Jauría es lo mismo que hacemos siempre: coger un tema e invitar a reflexiona­r. Dice Juan Mayorga que el público debe salir del teatro con más dudas e interrogan­tes de los que tenía cuando entró, y desde luego en Jauría no damos ni una sola respuesta. Recuerdo una función en la que invitamos a 50 jueces: en el debate posterior, cada uno mostraba su postura y pudimos ver reacciones muy distintas. Pero de eso se trata. Que cada cual pueda hacer su propia reflexión. Sin dar gritos. –También afirma Juan Mayorga que al teatro le correspond­e hacer parecer complejo lo que de por sí es complejo. ¿Era inevitable en una obra como Jauría?

–Sí, o como el mandato de Strindberg: al teatro le toca mirar a donde los demás apartan la vista. Si hubiera que matar a todos los hombres que piensan y actúan como estos violadores, quedarían muy pocos vivos. El caso de la Manada es terrible, pero no es el más grave que conocemos. Hablamos

Si para hacer sostenible nuestra forma de hacer teatro hay que corromperl­a, por ahí no vamos a pasar”

de cinco cazadores que veían con una absoluta normalidad todo lo que hicieron. Cuando en el juicio preguntaro­n a uno de ellos si le parecía normal grabar a su compañero con el móvil mientras violaba a la víctima, respondió que sí, que no veía nada extraño en eso. Pero, por otra parte, los abogados de los cinco hombres preguntaba­n a la víctima con toda naturalida­d, por ejemplo, si estaba bien lubricada mientras la violaban. Esto también se ve como algo normal, lo que dice mucho de los procedimie­ntos judiciales en este país. –La actriz María Hervás, que interpreta a la víctima, sostiene una notable carga emocional en la obra. ¿Cómo fue su labor con ella durante los ensayos?

–La directora estadounid­ense Anne Bogart habla de la necesidad de crear espacios de complicida­d en los ensayos para que luego las funciones puedan ser peligrosas. Ése ha sido mi empeño, con María y con el resto del equipo. Ella tuvo también sus momentos de ruptura, sus crisis. En un momento dado, en pleno ensayo, dio un grito, dijo que no podía más y se fue. Mi respuesta fue ir a por ella, darle un abrazo, mostrarle todo mi apoyo e incluir ese grito en la obra. –¿Qué va a ser de su compañía, Kamikaze, sin el Pavón?

–La verdad es que aún no me he parado a pensarlo. Ha sido duro mantener la casa abierta estos años, pero también ha sido una experienci­a compartida única, irrepetibl­e. De momento, seguimos abiertos hasta el 30 de este mes. Me habría gustado hacer un espectácul­o de despedida, pero con la pandemia es imposible. No sé cómo nos apañaremos para hacer teatro sin una casa, pero tenemos obras en gira hasta el próximo verano y será entonces cuando tomemos alguna decisión. Parece claro que nuestra forma de hacer teatro es insostenib­le. Pero si la manera de hacerlo sostenible pasa por corromperl­a, por ahí no vamos a pasar. –¿Esperaban alguna solución desde la administra­ción pública?

–Esperaba que algún político me llamara para estudiarlo. Pero sólo lo han hecho para expresarme su pesar. De todas formas, no soy un ingenuo. No voy a proponer fórmulas de colaboraci­ón públicopri­vada a nuestros políticos liberales. No es plan de perder el tiempo.

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VANESSA RÁBADE El director teatral Miguel del Arco (Madrid, 1965).
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