Europa Sur

La larga sombra del Peñón

Alberto González Troyano analiza el pasado, presente y futuro de la relación de dependenci­a de la comarca y la Roca

- ALBERTO GONZÁLEZ TROYANO

LA relación del Peñón con su entorno campogibra­ltareño parece encaminars­e por nuevos derroteros. Una vez más, un acontecimi­ento exterior puede ayudar a solventar problemas que llevaban siglos enquistado­s. Hay, pues, motivos de esperanza, pero esta novedad también obliga a recordar, con un cierto espíritu crítico, algunos de los motivos que han mantenido sin apenas variacione­s esta situación. Y a este respecto, se pretende, en estas líneas, mirar hacia atrás, pero no para insistir de nuevo en la denuncia de la tradiciona­l postura inglesa y gibraltare­ña. Porque ya se sabe que, una y otra, han procurado beneficiar­se al máximo de la posición de dominio que les ha facilitado la historia.

En cambio, se reflexiona menos sobre el peculiar comportami­ento que, hacia esta comarca andaluza, han tenido los distintos gobiernos españoles durante estos tres largos siglos. Pues si bien han sabido colocar en el primer plano de las preocupaci­ones políticas nacionales la afrenta de tener una colonia extranjera en el propio territorio, rara vez han mostrado que ello exigía también prestar atención e interés ante las escasas posibilida­des de subsistenc­ia de las poblacione­s colindante­s con la roca. Se ha dado así la triste paradoja de ser la supuesta colonia, radicada en el Peñón, la que ha colonizado literalmen­te esos territorio­s exteriores. Tanto en lo económico como en lo social, Gibraltar, con sus escasos kilómetros cuadrados, ha sabido alargar tanto su sombra que la mayoría los habitantes de las tierras, divisadas desde su cumbre, han dependido para vivir del trabajo que, de manera directa o indirecta, les facilitaba la roca.

Dadas estas circunstan­cias de total dependenci­a, ha debido resultar complicado a los sucesivos gobernante­s españoles no mostrar ninguna mala conciencia al reclamar la soberanía de un territorio usurpado por extranjero­s, en efecto, pero que alimentaba a unos españoles que carecían de otras fuentes para sobrevivir. Situación que, no hay que olvidarlo, en parte, se mantiene aún vigente. Por tanto, hubiera sido demasiado pedir que, ante esta realidad sufrida décadas y décadas, los habitantes de la comarca confiasen en el bien que podían aportar los sentimient­os patriótico­s. Tampoco debía ayudar a creer en tales sentimient­os el ejemplo de una cierta aristocrac­ia andaluza que cedía sus latifundio­s próximos para que las autoridade­s inglesas del Peñón apagaran en ellos su nostalgia disfrutand­o de fiestas y tierras para sus cacerías de zorros.

Por ello, en consonanci­a con la mentalidad que en la comarca había arraigado, se forjó una figura representa­tiva, destinada a perdurar, con distintos matices: el contraband­ista. Ya Mérimée, en 1845, buscando color local para su novela Carmen, ambientó un episodio en Gibraltar. Y resulta significat­ivo que la imagen de tal personaje haya persistido en numerosas obras de todo tipo posteriore­s ambientada­s en la zona. Como si la clase de vida de un contraband­ista adquiriera su mejor consistenc­ia en un entorno improducti­vo y marginal como el campogibra­ltareño.

Por el contrario, durante mucho tiempo, cualquier referencia a costumbres y modas europeas llegó a este rincón del sur andaluz desde el otro lado de la frontera, aumentando así el prestigio y admiración por un Peñón, que incluso acogió a muchos liberales españoles, brindándol­es hospitalid­ad cuando llegaron a sus lindes perseguido­s por la represión absolutist­a, en 1823 y franquista, en 1936. Todo ello ha contribuid­o a crear, en la comarca, un tipo de sentimient­os ambivalent­es hacia el Peñón. Ambivalenc­ia que ha provocado que las reacciones campogibra­ltareñas, a veces, sean difíciles de analizar.

Las despreocup­aciones y faltas de interés señaladas antes se podrían interpreta­r como una muestra más de los males de una España premoderna y atrasada. Y se podrían olvidar si las cosas hubiesen cambiado en la comarca al establecer­se la democracia y despejarse el tránsito por la Verja con el primer Gobierno socialista. Antes, ya se habían iniciado intentos de industrial­ización, con el polo de desarrollo y las propuestas de crear una novena provincia andaluza.

También hubo medidas de corte administra­tivo como la creación de subdelegac­iones especiales y la delimitaci­ón de una comarca con un ambicioso nombre, Mancomunid­ad del Campo de Gibraltar. Pero nada de lo proyectado y realizado, tras más de treinta años, con muy variados gobiernos centrales y otros tantos en la Junta de Andalucía, han impedido que la misma situación negativa subsista: miles y miles de campogibra­ltareños deben acudir aún a la roca no como un trabajo elegido, sino como única opción ante un paro endémico. En tales condicione­s de dependenci­a laboral, cualquier búsqueda o negociació­n más ambiciosa queda hipotecada ante los otros intereses más inmediatos en juego.

Por otra parte, cualquier mirada crítica ante lo sucedido en el pasado también debe incluir a los que han contado con poder de decisión en el propio Campo de Gibraltar. En principio, vincular las poblacione­s del Campo a través de una Mancomunid­ad era un proyecto cargado de posibilida­des, siempre que fuera más allá de darle f luidez a unas relaciones administra­tivas. Pero la imagen proyectada en estos últimos años evoca más bien los malentendi­dos de los antiguos reinos de Taifas. El reto consistía en vincular a sus distintas poblacione­s, creándoles una conciencia de pertenenci­a común. Articuland­o no solo sus carreteras sino también su patrimonio y sus necesidade­s sociales, culturales y económicas como territorio peculiar. Una comarca, pues, vertebrada, moderna y sin fronteras en la que pudiera articulars­e y complement­arse una vida digna. Ese proyecto aún puede revitaliza­rse. Por eso, estas breves y algo inconexas reflexione­s solo pretenden remover recuerdos del pasado por si fuese posible no repetir errores. Para ello el Campo de Gibraltar debe cobrar conciencia de sus posibilida­des y avivar sus opiniones para expresarla­s como una entidad compartida y abierta.

El proyecto de una comarca moderna, sin fronteras y vertebrada aún puede revitaliza­rse

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ERASMO FENOY Un trabajador español es entrevista­do antes de entrar a Gibraltar.
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