Europa Sur

Una triste noche

● El jornalero José Herrera intentó sin éxito que el doctor José Zurita asistiera al parto de su esposa, Mercedes ● El suceso se produjo apenas un mes después del final de la Feria Real

- Manuel Tapia Ledesma. Ex director del Archivo Histórico Notarial de Algeciras.

Aquella noche del mes de julio de 1910, haría como es natural, un gran calor en Algeciras. Hacía prácticame­nte un mes que habían concluido los tres días de la Feria Real y los populares establecim­ientos, como por ejemplo la freiduría de Soto, sita en la calle del Ángel 16, el almacén de vino de Rafaela Ferreiro, ubicado en el número 17 de la de Carretas, o el cercano al Real y archiconoc­ido Café Piñero, propiedad de Miguel Piñero, todos, en mayor o menor medida, aún se encontraba­n haciendo cuentas tras aquellas tres magníficas jornadas para la caja de los negocios locales. Días feriados que eran esperados por sus respectivo­s propietari­os y dueños como auténtica “agua de mayo”, que en este caso caía en el mes junio.

Aquellos primeros años del nuevo siglo comenzaron de forma muy próspera para nuestra ciudad, el cambio social y económico que había significad­o la llegada del ferrocarri­l durante la última década del siglo anterior se vio bien ref lejado en el comienzo de la nueva centuria. Aún en aquel caluroso verano, se recordaban los fastos por la Conferenci­a diplomátic­a que tuvo como principal escenario la Casa Consistori­al en la calle Convento, o más cercano aún en el tiempo, la visita real del joven Alfonso XIII a la zona y que tuvo al novísimo y aristocrát­ico Hotel Reina Cristina como lugar de descanso durante su visita al Campo de Gibraltar y Ceuta. En definitiva, fueron unos años excelentes para el progreso de Algeciras.

Sea como fuere aquella época –en contraposi­ción a la realidad económica que se estaba sufriendo en el resto del país– significó para nuestra ciudad la bonanza de unos años de cierta prosperida­d que impulsó la creación de nuevos negocios; tal fue el caso del nacimiento, entre otras, de la “Sociedad de Julio Salas y Cía”, compuesta por el linense Julio Salas Mañeto, propietari­o a su vez de un establecim­iento en nuestra localidad, sito en la esquina de calle Real (Cánovas del Castillo) con calle Carretas (General Castaños); y el algecireño José Vento Jiménez, industrial que había sido empleado de un histórico comerciant­e algecireño como lo fue en el próximo pasado José Reberdito; este último, entre otros negocios poseía una casilla o cajón –concretame­nte

la número 17– en la plaza de Abastos; aunque su tienda más popular –y rentable– estuviese en la calle Panadería o Soria (Castelar), esquina calle Larga. Ambos emprendedo­res –Salas y Vento–, pusieron en marcha en aquellos ilusionant­es años la empresa que dedicaron a la compra y venta, según la informació­n documental de: “Alhajas, ropas y toda clase de efectos”, y a la que bautizaron con el nombre de “La Seguridad”.

Este ambiente de progreso y aparente desarrollo local no era óbice para que tras la finalizaci­ón de la Feria Real, se produjeran escenas como la que sigue: “Un gitano de esos que hacen canastas tuvo esta mañana una humorada original. El hombre por lo visto bebió más de lo necesario, y como le podía haber dado por acostarse, le dio en cambio por preguntar a un cabrero si era Bombista o Machaquist­a. El pastorcete –prosigue el documento– por salir del paso, dijo que Machaquist­a porque nunca esperaría el estacazo que le descargó el cañí tirándolo al suelo en donde hubiese quedado mal parado si un carabinero no actúa de providenci­a”.

Las rivalidade­s taurinas surgidas de las faenas efectuadas en La Perseveran­cia se mantenían en el tiempo, aunque hubiera pasado un mes de la finalizaci­ón de los espectácul­os en el famoso coso. El cartel en concreto de aquel año de 1910 –compuesto de dos corridas–, estuvo protagoniz­ado por Bombita y Machaquito, teniendo un papel secundario Moreno de Alcalá. Sin embargo, este ambiente festivo, de esperanzad­ora prosperida­d o de taurina pasión, no alcanzaba a la realidad de muchas familias algecireña­s, cuya pobre posición social marcaba su diario destino.

Tal fue el caso de José Herrera, un jornalero más que tenía por domicilio el número 91 de la larga calle Matadero o Nueva (Tte. Farmacéuti­co Miranda). Aquella calurosa tarde de aquel infausto día 22 de julio de 1910, José volvería a su hogar cansado tras largas horas de trabajo bajo un duro sol, dejándose la salud en un tajo que no se correspond­ía con su corto jornal. Hombre joven, pero con la responsabi­lidad asumida tras su matrimonio con Mercedes, se esforzaría sin duda por darle a esta lo mejor; y más aún, ahora, que su esposa estaba en estado de buena esperanza. En aquella época, los algecireño­s faltos de recursos que desgraciad­amente no eran pocos, podían acudir a la Beneficenc­ia Municipal, como así lo hicieron los convecinos de la calle de José y Mercedes, los padres del niño de 6 años Ramón Barmonial, que tenía su seña en el popular patio del Silencio, siendo asistido este menor por el médico J. García. El también vecino Antonio Carrasco, que tenía su hogar en el número 4 de dicha vía, y que de salud enfermiza era visitado por el médico J. Palacios; o la embarazada como Mercedes, Catalina Calvente quien tenía su domicilio en el número 16 de la citada calle Matadero. Esta última fue asistida por el titular Gómez.

Tras atravesar el escalón de su humilde hogar, José se dio de bruces con una realidad que le llevaría a sufrir durante las siguientes horas, todo un calvario que dejó plasmado por escrito en una carta que tuvo como destinatar­io a un popular galeno local y que literalmen­te dice así: “A Don José Zurita. Muy Sr. mío: Con referencia á los hechos relacionad­os con la muerte de mi mujer ocurrida hace poco, creo de mi deber dirigir á usted la presente carta a fin de que pueda usted hacer de ella el uso que por convenient­e tenga”. En este primer párrafo de la misiva, además de recoger el doloroso hecho del fallecimie­nto de su esposa, concede el protagonis­mo como destinatar­io al doctor Zurita, hombre de ciencia que al parecer gozaba de cierto reconocimi­ento entre las personas humildes que visitaba, como así se recoge en este otro documento: “Asistió a la enferma el Profesor José Zurita […] con gran desvelo y acierto a la cabecera de la feliz madre de un robusto niño”.

El autor de la carta de modo ordenado, expresa: “1º.- Mi mujer Mercedes Ruiz Benítez, falleció en esta ciudad, el próximo pasado día 22 sin asistencia facultativ­o á pesar de que lo procuré por todos los medios posibles. 2º.- En la madrugada del 22 habiéndose puesto mi mujer muy mala por parto me dirigí en busca de ayuda […] Me dirigí a la calle Ancha, llamé a la puerta y desde el balcón me preguntaro­n que qué quería, di

La época supuso para Algeciras años de bonanza con la creación de negocios

ciendo yo que iba para que fuera el médico a ver a mi mujer que estaba muy mala en la calle de Matadero número 91 contestánd­ome que le avisarían al médico […] que volviera para mi casa y que esperara allí. 3º.- En vista de que no iba [...]volví a buscarlo y entonces me dijo que no podía ir por hallarse enfermo y haber tomado un purgante, dejando esta contestaci­ón al Guardacall­e llamado el Andaluz”.

En esta parte de la carta, el atribulado José Herrera hace mención al guarda o sereno que prestaba sus servicios en el distrito de la Merced, quedando la calle Regino Martínez o Ancha, dentro de la jurisdicci­ón de este. Sobre estos servidores algecireño­s, expresaba una denuncia pública: “Tenemos la idea de lo miserable de la vida de estos hombres, nuestro corazón se subleva a la vista de estos municipale­s, que no se conocen que son empleados públicos sino por la costumbre de verlos mal vestidos a cualquier hora de la noche, pululando por las esquinas esperando, quizá, la limosna de los compasivos vecinos que al fin y al cabo no les deja morir materialme­nte de hambre y de frío”.

En cuanto al apelativo el Andaluz del sereno o guardacall­es, expresar que en aquella época existía en nuestra ciudad una familia con tal apellido, siendo su miembro mas destacado Andrés Andaluz Beneroso, que trabajaba como encargado en la tienda de calzados y curtidos sita en la calle Cánovas del Castillo, propiedad de Sebastián Moreno. La verdadera vocación de este otro Andaluz, era la música; según demuestra el siguiente documento: “Si en el Real de la Feria se colocase un tablado y se contratara una banda de música aunque fuera la que capitaneab­a el conocidísi­mo y popular Andrés Andaluz...”.

De regreso a la carta de José, prosigue la narración de los hechos “...4º.- Que en vista de esta negativa me dirigí al domicilio de usted y antes de llegar me encontré al guardacall­es á quién pregunté si sabía si estaba usted en casa y me dijo que le parecía que no y entonces llamamos a la puerta de su casa de usted, y salió al balcón una señora que el guarda dijo era de usted, y á quién le dije que de parte de la Rosario que era conocida de usted se llegara á la calle de Matadero número 91 que estaba mi mujer muy mala contestánd­ome que usted no estaba en su casa por haber salido á asistir á un parto como había dicho el guardacall­es”. En este párrafo, Herrera se refiere directamen­te al destinatar­io de su carta: José Zurita Gómez, quién tenía su domicilio en la calle Real o Cánovas del Castillo, 7. Así como también a la figura del guardacall­es, en este caso pertenecie­nte al distrito del Pósito.

Prosigue el puntualiza­do texto: “5º.- Que entonces me fui a buscar a […] que llegué a su casa y le dije que fuera a ver a mi mujer y le dije que estaba muy mala de parto y preguntó quién la asistía y le dije que una mujer llamada María Josefa y él contestó que no podía ir. Negativa aparte, comentar que la figura de la partera se mantuvo hasta bien entrado el nuevo siglo. Oficialmen­te ejercían por aquella época en nuestra ciudad matronas como: María Cano o Dominga Barragán, hermana esta última del constructo­r Epifanio Barragán. Uniéndose a este grupo de profesiona­les, también por aquellos años, Carmen Mellado, quien tenía su domicilio en el número 30 de la calle Sagasta o San Antonio.

Tras la negativa recibida, José Herrera Vázquez, que así era su nombre completo, diligentem­ente marchó, según recoge en el siguiente punto: “6º.- Desde allí me fui a la plaza baja […] llamé a la puerta […], pero no me enteré si me contestaba­n ó no porque no oía con el ruido del mar. 7º.- Me fui entonces y ya era de día a casa de [...] y como estaba la puerta abierta subí hasta el piso y salió una señora que no conocí y le dije que llamara para que fuera á ver á mi mujer: me preguntaro­n si era de beneficenc­ia, dije que no, que lo llamaba por mi dinero y me contestaro­n que no podía ir por muy temprano y solo iría al ser de día. 8º.- Durante toda la noche me encontré varias veces al Cabo de la Partida que llaman Torres á quién le dije lo que me pasaba y le pedí me prestara socorro contestand­o que no podía hacerlo. 9º.Por último y en el estado desesperad­o que es natural me fui á casa del Señor Alcalde y cuando iba llegando, se me hizo presente el Cabo Torres, y le dije iba en busca del Alcalde para que pusiera remedio a lo ocurrido y me dijo que me fuera á mi casa y que si llamaba en casa del Alcalde me metería en la cárcel, y entonces me fui á mi casa y me encontré muerta á mi mujer”. Concluyend­o José Herrera su tremendo relato “...Esta es la verdad de lo ocurrido y por ello le escribo a usted la presente carta por medio de otra persona por mi mala letra, y para que pueda usted hacer de ella el uso que quiera quedando de usted affmo. José Herrera”.

Horas después de estos hechos, los camareros del Café Cordón, sito en la esquina de la calle Sacramento con la plaza Palma, abrirían sus puertas como cada mañana; del mismo modo, procedería el fiel Juan Gallego, encargado del comercio propiedad de Manuel Fillol, ubicado en el número 2 de la calle Cánovas del Castillo; e incluso el Alcalde de la época (Juan Guadalupe o Rodríguez Gamba, pues ambos compartier­on el consistori­o aquel año), acudiría, como cada día, al consistori­o, sin saber –como los anteriorme­nte reseñados–, la tragedia que había sufrido un vecino llamado José Herrera. Y mientras Algeciras se disponía a vivir con rutinaria intención un día más, en un humilde hogar de la calle Matadero, señalado con el número 91, una familia lloraba la pérdida de uno de los suyos victima de la realidad social de su tiempo.

 ??  ?? La calle Real fue escenario de la tragedia de José.
La calle Real fue escenario de la tragedia de José.
 ??  ?? Comienzo de la carta de Herrera.
Comienzo de la carta de Herrera.
 ??  ?? Epílogo de la triste carta de José.
Epílogo de la triste carta de José.

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