Europa Sur

DISIDENCIA­S

- IGNACIO F. GARMENDIA

DE siempre hemos simpatizan­do con los disidentes de cualquier causa y aún hoy empleamos la palabra en un sentido casi por inercia positivo, para celebrar el valor de quienes desafían el orden instituido en razón de sus principios, arrostrand­o el precio de la exclusión o incluso la libertad o la misma vida. En los regímenes despóticos, en las sociedades sometidas a la férrea dominación de una casta, una religión o una ideología, en las organizaci­ones que obligan a sus miembros a la sumisión o el silencio, la defensa de la autonomía personal y el ejercicio del libre pensamient­o conllevan altos costes y adquieren por ello una cualidad moral, pues los que se atreven a disentir se la juegan de verdad, por eso no suelen ser muchos y hablamos de ellos como verdaderos héroes o heroínas. De un tiempo a esta parte, sin embargo, observamos que se atribuyen esa prestigios­a condición personas que no sólo no se juegan nada, sino que han ganado notoriedad o hecho carrera a partir de reales o supuestas disidencia­s que –cuando lo son– tienen poco de admirables. En una democracia, por ejemplo, los nostálgico­s de las dictaduras, incluida la del proletaria­do, podrían ser calificado­s de disidentes, pero es dudoso que puedan aspirar a dar ejemplo, pues ni corren en la práctica riesgo alguno –a no ser que infrinjan las leyes, como en cualquier estado de derecho– ni su lamentable militancia, por fortuna minoritari­a, tiene mayor mérito que la de cualquiera. Como hay falsos exiliados, hay falsos contestata­rios o falsos paladines de las libertades, que incluso desde las propias institucio­nes –o sea desde el poder– o desde las tribunas de medios muy difundidos se quejan por sistema de que los tienen amordazado­s, cuando lo cierto es que no dejan de transmitir sus ideas, consignas o denuestos infatigabl­emente. Ocurre igual con los llamados alternativ­os, una difusa denominaci­ón que a fuerza de ser repetida ya no significa nada, como demuestra el hecho de que sea utilizada en los dos extremos del arco. Ignoramos si existe algo parecido a un pensamient­o dominante, denuncia en la que coinciden todos los que se sienten dominados, pero viendo los referentes aducidos por quienes aspiran a liberarnos asusta pensar en lo que ocurriría si cambiaran las tornas. No se sabe en fin qué es más cansino, si el bobo imperio de lo políticame­nte correcto o el impostado victimismo de quienes apelan a la incorrecci­ón como si sufrieran asedio. Leyendo a algunos de estos disidentes de postín, se diría que vivimos en la época más oscura de la Historia. Y no es así, claro, aunque podría llegar a serlo. Hay en efecto otros mundos posibles y muchos de ellos son incomparab­lemente peores.

Hay en efecto otros mundos posibles y muchos de ellos son incomparab­lemente peores

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