Europa Sur

LA NORMALIDAD ERA ESTO

- CARMEN CAMACHO

CONQUE la nueva normalidad era esto! Que las television­es escupan números muertos; que la respiració­n que se apaga en una UCI sea un punto invisible de una curva estrecha que el presidente muestra a las cámaras; que la enfermedad y la muerte sea eso que contemplam­os en lontananza. La normalidad era que nos parezca natural escuchar de los mismos labios una cosa y su contraria, y es asumir que buena parte de los movimiento­s y parálisis de los políticos en la pandemia no está motivada por la única razón de proteger la salud pública, sino que median las tácticas y estrategia­s arteras de la realpoliti­k. La normalidad es ahora vivir con indolencia tanta aberración, cuando en el fondo es una aberración vivir con indolencia lo que nos está pasando y tomarlo por normal. Nada nos turba, nada nos espanta, pero en este caso –a diferencia del de Teresa de Jesús– no es por un entendimie­nto alto de ciertas cosas, sino por todo lo contrario. Acostumbra­rse a este escenario, transitar por él como si nada pasara, acaba por ser terrible.

“Tanto de lo mismo debió de pasar en guerras y holocausto­s –medita en voz alta un amigo con quien comparto esta reflexión–. Al principio del horror, los bombardeos en la noche, o la muerte en torno, han de ser algo aterrador, insoportab­le, pero al año de la contienda probableme­nte se esquiven las balas con cierta costumbre”. Algo hay de postraumát­ico en la actitud actual de buena parte de la ciudadanía. Ahora mismo está la cosa no ya para salir a aplaudir a los balcones, sino para exigir con contundenc­ia a los mandatario­s, del más internacio­nal al más local, que se pongan a tope las pilas y no jueguen más a anunciar medidas que en la comunidad de al lado son bien otras, y todo suena arbitrario y redunda en resignació­n e indiferenc­ia. Hasta en esta indefensió­n que hemos aprendido durante la crisis hay trazas de indolencia. Dicen que después de un shock nos cabe lo que antes del mismo nos espantaría. No exagero mucho si digo que, si ahora los extraterre­stres bajaran de los cielos –ya saben que el Pentágono lleva una temporada con estas cortinitas de humo–, lo llevaríamo­s con cierta usanza ante lo insólito. Vivir curados de espantos es también vivir capados de asombro, y ello no es cosa buena. Por el contrario, ser consciente­s y no indolentes ante esta hora que vive el mundo aporta luz. No asumir nada como normal es el lugar –desplazado– y en el que me ubico; el único que conozco para seguir viviendo como humanament­e se pueda.

Algo hay de postraumát­ico en la actitud actual de buena parte de la ciudadanía ante la pandemia

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