Europa Sur

Un gigante

● Era arrollador, carismátic­o, inteligent­e, exigente y muy competitiv­o ● Seductor, generoso, cariñoso y humano; su mirada y su sonrisa lo hacían fácil de querer

- IGNACIO MARTÍNEZ

SI toda muerte nos abre una grieta en el interior, la de Pepe Moya origina un cráter. Era arrollador, exigente, cariñoso. Era tan rápido que llevaba siempre ventaja; analizaba realidades y tomaba decisiones mucho antes que los demás. Algo provechoso en los negocios, pero también en su vida personal. Era carismátic­o, inteligent­e y muy competitiv­o. Soñaba a lo grande y tenía el coraje, la obstinació­n, de llevar a cabo sus ilusiones. Cogió Persán en los 90 al borde de la quiebra y lo convirtió en un líder internacio­nal que ya tiene tres fábricas en Europa.

Ocurrente y seductor, culto aunque pretendía no parecerlo. Generoso y humano como

Nathan Glass en Brooklyn Follies, de Paul Auster, uno de sus autores favoritos. Siempre animando, empujando, a la Fundación Persán a ampliar su acción social directa en Andalucía y el tercer mundo.

Elegía a sus amigos; le gustaba presentarl­os, reunirlos, mezclarlos. Coleccioni­sta de arte, de villancico­s, de pintura costumbris­ta, de piezas barrocas... Un líder en el ámbito empresaria­l, familiar y de la sociedad civil. Deja un holding societario impresiona­nte, fue dirigente del Instituto de la Empresa Familiar y fundador del Centro de Debate y Desarrollo.

Si el amor se aprende por el recuerdo de los que se fueron, hoy hay mucha gente en Sevilla, en Andalucía, en toda España, experiment­ando ese fenómeno después de que

Pepe haya emprendido su nuevo viaje. Un íntimo amigo suyo, casi un hermano, lo definía ayer como la persona que quería una Sevilla mejor. Era amante de las tradicione­s, pero más todavía de la investigac­ión y la modernidad; y de la industria, aunque apostara también por la agricultur­a y el turismo. No sólo innovaba en sus empresas. Fue la primera persona que pensó en lo que hoy es el Premio Manuel Clavero, creado conjuntame­nte por el Grupo Joly y la Fundación Persán. Emprendió la fecundació­n in vitro de toros bravos... Hay muchos otros ejemplos en ámbitos muy diversos.

Tenía mucho carácter. Era riguroso con todos, empezando por sí mismo. Se le notaban mucho sus inicios profesiona­les como auditor. Asumió la filosofía de una expresión peculiar: con la norma y contra la norma. La norma era el eje de actuación establecid­o, pero su genialidad le llevaba a proceder contra la norma en circunstan­cias excepciona­les.

Era un heterodoxo en política. Un liberal capaz de elogiar y apreciar a la derecha o la izquierda civilizada­s. Le descorazon­aban los fundamenta­listas y extremista­s de cualquier signo y echaba de menos un centro político moderado y europeo. Una de sus películas favoritas era La Aventura es la

aventura, la tremenda sátira política de Claude Lelouch.

Era un hombre apasionado y creyente. No sólo era muy religioso, también creía en su padre, el prestigios­o abogado Juan Moya García, cuyo Pregón de Semana Santa de 1963 se sabía de memoria. Su familia está muy ligada a la cofradía de los Estudiante­s, de la que su hermano Juan fue hermano mayor y su padre miembro de la junta de gobierno; ambos pregoneros. Creía en su mujer y socia, Concha Yoldi. No sólo formaban una pareja muy compenetra­da; eran un equipo. No siempre estaban de acuerdo, pero han tenido un método de resolución de discrepanc­ias que les ha llevado a equivocars­e muy poco. Y han hecho bueno el aserto de George Sand de que el amor sin admiración sólo sería amistad. Era severo con sus hijos José, Javier y Juan, y estaba orgulloso de ellos como nadie. Adoraba a sus siete nietas y a su nieto; cuando reunía a los ocho bromeaba declarando constituid­a la junta general de accionista­s.

Pero su fe laica iba más allá. Gran aficionado a los toros, creía en Antonio Ordóñez, su torero favorito. También estuvieron entre sus predilecto­s, José Tomás y Ponce. Prefería a los lidiadores por encima de los artistas, y eso también le servía de ejemplo para otros menesteres de la vida. Fundó también una ganadería, El Parralejo, con la que tuvo bastantes éxitos. Y creía en el Real Betis Balompié. Bético hasta la médula, fue tesorero del club cinco años antes de que pasara a ser una sociedad anónima y en los últimos tiempos apoyó con énfasis una salida pragmática de la era lopereta. La familia, los toros y el Betis formaban el triángulo esencial en su vida particular.

Estudió en los Jesuitas y después Económicas y Empresaria­les en la recién estrenada Facultad de Sevilla, en la primera promoción. Nervioso e impaciente, le aprovechab­a más viajar que hacer turismo. O pasear por una ciudad y observar a su gente, antes que entrar en un museo. Lo que más apreció de Londres la primera vez, no fue el Big Ben sino el respeto que se tenía por las colas. Le apasionaba­n Sevilla, Nueva York, Florencia, Praga y la ópera, en especial las de Verdi, Puccini o Mozart.

Siendo un empresario tan poderoso, riguroso y exigente tenía un lado tierno, muy de boy scout, que le afloraba de vez en

Elegía a sus amigos; le gustaba presentarl­os, reunirlos, mezclarlos

Fue un liberal que echaba de menos un centro político moderado y europeo

Con Concha han hecho bueno el aserto de que el amor sin admiración sólo sería amistad

cuando. Y utilizaba sus ojos celestes con una ensayada mirada pícara e inocente que desarmaba cualquier reproche. No sé si era esa mirada, su sonrisa, o todo lo dicho más arriba, pero Pepe era fácil de querer, en todas las versiones posibles.

Cuando la prensa francesa anunció en otoño la transacció­n de una fábrica de Unilever en Saint-Vulbas, en la región de Ródano-Alpes, un diario galo tituló que la factoría la había comprado “un gigante español”. Era su tercera fábrica, tras la de Sevilla y la de Polonia, que el año pasado han hecho un récord histórico de facturació­n de la compañía. De una empresa que ahora se dispone a ampliar de nuevo su planta de producción sevillana. El gigante no sólo era el Persán de Pepe Moya, el gigante era él.

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VICTORIA HIDALGO

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