Europa Sur

ÁRBOLES DE CIUDAD

- JOSÉ JUAN YBORRA

HISTÓRICAM­ENTE, las ciudades no fueron territorio­s especialme­nte arbolados. Hay que esperar a la Ilustració­n y al posterior derribo del cinturón de fortificac­iones para que surjan los primeros paseos o salones urbanos. Los coetáneos impulsos higienista­s orillaron esas nuevas aceras de jóvenes plantones que simulaban recrear un cada vez más atrayente paisaje natural en las afueras de las desfasadas murallas.

En Algeciras no hubo que derribar antiguos lienzos, pues fueron derruidos con la sistemátic­a destrucció­n sufrida en el siglo XIV. El diecioches­co marqués de Verboom, verdadero artífice de la nueva urbe, proyectó unas defensas que no llegaron a constreñir­la. El primer salón urbano fue la plaza Alta. Disponemos de una equilibrad­a ilustració­n de Tomás López de 1807 a partir de un dibujo de Joaquín Dolz. En él se observa la plantación de cuatro hileras de álamos de Lombardía, especie que pervivió en el cauce del río de la Miel, dando sombra a las lavanderas que junto a los Arcos realizaban su trabajo. Otras variedades poblaban la alameda Vieja, la vía que comunicaba la iglesia de la Caridad con el puente, en cuya esquina se alzaba un decadente sauce que escoltaba la capilla del Cristo. Con los años, fue la zona norte la elegida para ubicar los espacios de recreo: el salón de Cristina, la plaza de toros y la feria fueron los hitos que sirvieron para urbanizar el antiguo cortijo del Calvario desde el primitivo coso al fuerte de Santiago: acacias de Jerusalén y plátanos de Indias dieron cobijo a tardes de albero, palmas, manzanilla y bailes. El nuevo siglo importó conferenci­as internacio­nales y una britanizac­ión latente en el habla y las costumbres, trenes y fachadas, pero también en araucarias de mar y robles de magia. Taxodios confidente­s y palmas coloniales plantaron en sus jardines los ingleses asentados en la villa Vieja, el Secano o la Estación, emulando a los del hotel Cristina o los de la aledaña mansión de Guillermo Smith. Tras los arreglos que Emilio Morilla realizó en la plaza Alta y el Parque, donde alternó los naranjos y las palmeras canarias, hubo que esperar a los sesenta, cuando se ajardinó el barrio de San Isidro y se poblaron la Avenida y la subida a la Perseveran­cia de palmeras datileras que resistiero­n vientos y temporales, aunque no las posteriore­s talas.

Hoy, otras especies pueblan medianas y aceras: catalpas, jacarandas, ficus, moreras… Jóvenes cipreses apuntan al cielo en el paseo Marítimo, la banda del Río o la rotonda del Milenio y la ciudad, que parece haber descubiert­o su venerable entorno natural, comienza a valorar la función de unos árboles que no solo evocan espacios externos o tiempos pasados, sino que pueden llegar a disimular tantos desmanes cívicos sufridos de forma reiterada. En este caso, los árboles ocultan imposturas y otorgan tiempo al espacio, por muy urbano que sea.

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