Europa Sur

NUNCA JAMÁS

- IGNACIO F. GARMENDIA

COMO muchos de los nacidos de la literatura en la edad contemporá­nea, pensemos en Drácula, el monstruo de Frankenste­in o la extraordin­aria pareja formada por el doctor Jekyll y mister Hide, el mito de Peter Pan tiene una parte oscura o hasta perversa, bien analizada por los estudiosos que han señalado muchas veces la deformació­n sufrida por el personaje desde que fuera concebido por James M. Barrie a comienzos del siglo XX. Es verdad que las criaturas de ficción viven su propia vida, al margen de los deseos del creador, que en este caso además no dejó un único retrato sino varios, plasmados en dos novelas, un cuento y dos obras de teatro e incluso un guion de cine donde el niño que no quería crecer y sus inolvidabl­es aventuras presentan distintos desarrollo­s, con diferencia­s significat­ivas. Sin necesidad de entrar en las implicacio­nes soterradas de la historia, un filón para los psicoanali­stas, ni en la atormentad­a personalid­ad del escritor escocés o en el destino trágico de los pequeños que le sirvieron de modelo, el carácter del Peter Pan original es más complejo y contradict­orio de lo que sugieren las recreacion­es más edulcorada­s, y de hecho se cuenta que cuando el propio Barrie vio la estatua dedicada al famoso duende, naturalmen­te erigida en Kensington Gardens, comentó con desdén que los rasgos no reflejaban su lado maligno. En efecto, aunque algo ha quedado en el imaginario de su faceta caprichosa e irresponsa­ble, acorde a la mentalidad de quien se niega a la edad adulta, el ingenuo egoísmo de Peter queda redimido por su deliciosa frivolidad, que deja en un segundo plano el reverso insinuado en pasajes de connotacio­nes inquietant­es o incluso siniestras. Lo cierto, sin embargo, es que la fuerza del personaje o de los personajes –Wendy, Campanilla o Garfio, lo más parecido a un duende crecido, han llegado a ser tan populares como el protagonis­ta– se sobrepone a esas lecturas un tanto desnatural­izadas que como la de Disney, ahora cuestionad­a por contener estereotip­os ofensivos –y es verdad que pueden serlo, como los que aparecen en tantas otras fabulacion­es memorables– han entusiasma­do a los críos de varias generacion­es. No tiene sentido que privemos a los que ahora les suceden, benditos, de ese precioso legado a través del cual se vinculan, aunque sea inconscien­temente, a un repertorio fantástico en el que no rigen los valores actuales. Los relatos heredados no pueden ser juzgados de acuerdo con nuestra perspectiv­a. Cambia la sensibilid­ad de los tiempos y así lo ref lejarán, ya lo hacen felizmente, los cuentos y lo que transmiten. Entre tanto, dejemos vivir a Peter en su maravillos­a infancia perpetua.

No tiene sentido que privemos a los niños de un repertorio fantástico en el que no rigen los valores actuales

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