Europa Sur

EL TRUCO DEL ALMENDRUCO

- ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ

NINGÚN lector de este artículo ve normal –estoy seguro– los ataques, agresiones y asaltos a los actos políticos de Vox en la campaña electoral catalana, tenga las simpatías políticas que tenga. Esas imágenes (que son repeticion­es de la campaña vasca) avergüenza­n a todos porque no son propias de una democracia sana. Así que no dedicaré esta columna a condenar lo obvio.

Preguntémo­nos por qué se permiten. Obsérvese que las protagoniz­an un puñado

de friki-radicales que no tienen ni media actuación policial. Si los mandos políticos, ordenasen a las fuerzas de seguridad que garantizas­en los actos electorale­s de Vox, sería coser y cantar. En cambio, los responsabl­es políticos, además de no cursar las órdenes pertinente­s, deslizan invitacion­es al boicot y calientan el ambiente.

Incluso suponiéndo­les las peores de las intencione­s, algo no encaja. ¿No ven que esos ataques favorecen electoralm­ente a Vox? Hay un impulso caballeres­co en toda persona de bien que le lleva a solidariza­rse con el desamparad­o. Además, se deja ver a las claras qué partido político irrita a los más antidemocr­áticos de la sociedad, enviando señales a todos los amantes de la ley y el orden de cuál pudiera ser el antídoto más eficaz o más directo. ¿No ven esto?

Lo ven. Pero paralelame­nte hay otro proceso gracias al cual calculan sacar muchísimo más provecho de estos bochornoso­s alborotos. Lo ha descrito el filósofo brasileño Olavo de Carvalho, considerán­dolo un “mecanismo de inversión revolucion­aria”. Consiste en que hoy “para tener fama de odiador no hace falta odiar a nadie, basta con que te odien”.

Observen cómo funciona. Los cuatro susodichos frikis atacan a Vox y, entonces, lo que se instala en el subconscie­nte colectivo es que Vox es un partido que crispa. La víctima, se supone, “algo habrá hecho”; que es una frase muy antigua, de resonancia­s trágicas.

Urge no caer en esa trampa. Bastaría preguntars­e qué ha hecho realmente la víctima. Sin enredarse en el egocentris­mo de pensar que todo lo que te molesta es objetivame­nte censurable, como si nosotros fuésemos el faraón de la pirámide de Kelsen. Que alguna idea nos choque no implica que choquen con una piedra a quien la dice. Estoy convencido de que, si cada uno desactivas­e ese mecanismo de inversión revolucion­aria, estaríamos haciendo mucho (y lo mejor que está en nuestra mano) para que esas imágenes de vergüenza (tan maquiavéli­cas) no se repitan.

Tan importante o más que condenar los ataques a Vox en la campaña catalana es comprender­los bien

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