VACUNA CONTRA LA INDEFERENCIA
LA peor pandemia que puede vivir la humanidad es la de la indiferencia. Es encender el televisor, almorzar con la muerte y que no te conmueva. Es como si nos hubieran anestesiado los sentidos a base de olas, de cifras, de estadísticas y de bastoncillos infinitos que ahondan hasta los tuétanos a eso de la hora de la siesta… De tanta saturación nos estamos inmunizando al dolor. Parece que tengamos el pensamiento confinado, la comunicación paralizada y la ilusión congelada en los dispensarios vacíos de vacunas de los centros de salud.
Otra de las grandes pandemias que está viviendo la humanidad es la de la insensatez, que no siempre va adosada a la juventud o a la adolescencia, no. No todos hacen botellón. Verano, Main Street; una chica de 18 años -que podría ser mi hija-, pasea con sus amigas por la adoquinada calle central de Gibraltar. Señor octogenario, se dirige a ellas en tono imperativo: “Señoritas, quítense esas mascarillas. Son perjudiciales para su salud”. Respuesta educada de una de ellas: “Señor, no me la pienso quitar por mí, ni por usted”. Fin de la historia. Moraleja: “La insensatez no tiene edad”. Nunca sabremos qué fue de él…
La insensatez, la desmemoria, la indiferencia no entienden de edad. Pero somos gente muy olvidadiza, a veces insensata y en demasiadas ocasiones indiferente. Por eso, muchos de los que se rompían las manos aplaudiendo en los balcones en marzo ahora se van de copas a mediodía para estar listos a las seis. Ya no hay festival a las ocho, ni arcoíris, ni aquel “todo saldrá bien”, porque si olvidamos, no… Si olvidamos tan fácilmente, no va a salir bien. Porque los héroes de las batas blancas están cansados y además no, no quieren ser héroes. Sólo quieren ser gente normal que hace su trabajo y vuelve a casa con su familia sin temor a la hora de cenar. Pero, la más grande de las plagas que acechan a nuestra sociedad es la de la falta de respeto. Sin él no hay vacuna que pueda asegurarnos un pasaporte de vuelta a una vida medianamente normal.
La peor pandemia es la del egoísmo, la de la picaresca, la del yo primero, la del “me llevo a mi casa unos frasquitos y unos viales, que no se va a enterar ni el gato. Y los de las UCIs y los de las residencias que se esperen, que primero yo, que para eso tengo un carguillo y mi vida vale más, porque soy muy importante…”
Quizás la pandemia nos durmió el corazón, nos anestesió los sentidos y nos dejó las emociones suspendidas en el pico de una curva que no se aplana ni se doblega a golpe de decretos. ¿Cómo resolvemos la pandemia del olvido, de la insensatez, del egoísmo? ¿Qué hacemos con esta pandemia que taladra el concepto de lo humano? ¿Quién vacuna contra la indiferencia?”
La peor pandemia es la del egoísmo, la del yo primero, la del “me llevo a mi casa unos viales y no se va a enterar ni el gato”