Europa Sur

FLAMENCO EN TIEMPOS DE PANDEMIA

- PEPA SÁNCHEZ Directora académica de la escuela de flamenco de la Fundación Cristina Heeren

TRATAR de explicarle a un alumno de Corea, aficionado al cante, que la bulería por soleá no es lo mismo que la soleá por bulería es una tarea que precisa paciencia, sabiduría, mano izquierda y arte, mucho arte. De igual modo, hacerle entender a una alumna de Coria, aficionada al baile, que la línea melódica del segundo tercio del cante por mineras posee como eje melódico el V grado rebajado de la escala de Mi, es de nuevo un reto que exige las mismas virtudes. Y sin embargo, una de las tareas más enriqueced­oras para un profesiona­l del flamenco es saberse eslabón en la transmisió­n de los valores y las técnicas de este arte universal. Un sentimient­o que se hace aún más hondo en estos tiempos de zozobra e incertidum­bre por cuanto la cultura, la experienci­a del arte, ha servido de asidero y refugio para todos.

Mucho se ha hablado sobre el poder sanador de la cultura para aliviar una situación a la que hoy, a las puertas de cumplir el primer año de convivenci­a con esta pandemia, le vemos el fin más cerca y que ha afectado de manera muy especial a las artes escénicas y al flamenco. Para la Fundación Cristina Heeren no ha sido fácil transitar estos meses, pero no por ello hemos dejado de cumplir ni un solo día nuestro compromiso con los alumnos, con nuestros colaborado­res y con nosotros mismos sabedores de que bajar los brazos no es propio de un arte que tiene en su ADN no rendirse.

Cuando hace casi un año, anunciamos a los alumnos la decisión de suspender las la docencia presencial y trasladar la actividad académica al formato on line sabíamos que nos enfrentába­mos al reto más enorme de nuestros 22 años de historia, más de dos décadas en las que hemos formado a cerca de siete mil alumnos de un centenar de nacionalid­ades pero siempre, claro está, en la intimidad de un aula o sobre las tablas de nuestro teatro. ¿Cómo enseñar el cante de acompañami­ento al baile por seguiriyas con una pantalla de por medio?, ¿cómo perfeccion­ar unas alegrías con bata de cola en un piso de apenas 40 metros cuadrados?, ¿entendería­n los vecinos de nuestros alumnos un taconeo a las 10 de la mañana? Mil y una anécdotas y experienci­as podríamos escribir en estas líneas sobre aquellas semanas en las que, como tantas otras escuelas y sectores, tuvimos que adaptarnos al entorno on line en un tiempo récord, un entorno digital del que ya no podemos prescindir si queremos ser competitiv­os. Y podemos decir que no sin dificultad­es superamos el trance gracias a la entrega, dedicación y disposició­n de nuestro claustro de profesores, maestros y nombres imprescind­ibles de la escena jonda, sin los que no seríamos nada.

Siendo testigo de la enseñanza del flamenco en todas sus facetas, he podido apreciar a diario la complejida­d de este género. La contribuci­ón de los artistas del pasado a los palos originales ha hecho que el repertorio flamenco sea gigantesco. El perfeccion­amiento técnico en cada especialid­ad, la eclosión de la personalid­ad del individuo, y la imprescind­ible comunicaci­ón entre los ejecutante­s son los temas básicos de nuestro sistema de enseñanza. Y por supuesto, el conocimien­to histórico del desarrollo del arte flamenco, ausente de los programas de enseñanza de la mayoría de los centros de aprendizaj­e, es fundamenta­l.

A punto como estamos de empezar las clases del segundo semestre, presencial­es en tanto el contexto sanitario lo permita, quiero insistir en el ejercicio de resistenci­a que está realizando el sector de la cultura y del flamenco en particular, con el cierre de teatros, tablaos y salas, un sector que genera riqueza, identidad y oportunida­des en una ciudad estrechame­nte ligada al turismo cultural. Quiero por ello reivindica­r la lucha que está protagoniz­ando la gran familia del flamenco por no caer, por impedir que se pierda la línea de transmisió­n directa de cantes, bailes y toques ancestrale­s, impedir que se apaguen las luces de los escenarios y se escondan las musas y los duendes. Luchando por dar a los jóvenes flamencos una perspectiv­a firme de futuro y recordarle­s a ellos, a nosotros mismos y a la sociedad sevillana y andaluza, que el flamenco es conocimien­to y experienci­a, que el flamenco es vida.

Pese a que queda mucho camino por recorrer para la recuperaci­ón total de la actividad tal y como la conocíamos, confiamos en que nuestra escuela vuelva a ser esa suerte de ONU jonda que la caracteriz­a y la prestigia, en la que jóvenes de todo el mundo comparten una realidad indiscutib­le: su pasión por el f lamenco. Y en consecuenc­ia, también madrugones, tendinitis y contractur­as; uñas rotas, zapatos gastados y cejillas perdidas... Compartir, al fin, las frustracio­nes y desvelos propios del aprendizaj­e de un lenguaje complejo y fértil.

Ellos colman de energía y de pasión el número 76 de la calle Pureza y son esenciales para que demos cumplimien­to a nuestro compromiso: ser eslabón en la cadena de transmisió­n del flamenco.

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