Los cerilleros de Algeciras (y II)
● La vinculación ‘comercial’ con la cercana Gibraltar propiciaba que los expendedores locales se pasaran las circulares de la Compañía de Cerillas y Fósforos por el arco del Ojo del Muelle
A la primera remesa de facturas exigidas por Manuel Albalí a Vento siguió la inspección sobre la segunda: “Tres cajas con noventa gruesas. Fabricante E. Ramírez de Sevilla, clase número 1.= 4 de Diciembre de 1893. Dos cajas con 60 gruesas. Fabricante E. Ramírez de Sevilla, clase número 1 y con destino á San Roque. De la misma fecha se recibió otra factura que no aparece pero que del estado de cuentas resulta tener el número 180, por once cajas de 330 gruesas del fabricante E. Ramírez de Sevilla, clase número 1.= 7 de Diciembre de 1893. Dos cajas de 40 gruesas, fabricante C. Carreño de Sevilla, clase número 1.= Una carta factura de fecha 1 de Marzo de 1894 por cinco cajas y 150 gruesas sin indicar fabricante ni clase de cerillas, pero sí señala que los números del talón es 403 y 26.= De otro estado de cuentas resultan varias gruesas cuyas facturas no existen por no habérselas remitido la casa García Borbolla y son: 20 de Marzo de 1894. Dos cajas con 60 gruesas, fabricante E. Ramírez de Sevilla, sin indicar clase.= 26 de Marzo. Por cuatro cajas con 120 gruesas de E. Ramírez de Sevilla, sin indicar clase. 30 de Marzo de 1894”.
Y como no hay dos sin tres, pasaron a la tercera: “Por cuatro cajas con 120 gruesas, fabricante Moroder Hermanos (Valencia), sin designar clase.= Carta factura de 13 de Abril de 1894. Por tres cajas con 90 gruesas de Moroder Hermanos (Valencia), de cuyas cajas 2 son de la clase número 1 y la otra especial. Una carta factura de 18 de Junio de 1894, por cuatro cajas con 120 gruesas, fabricante Enrique Ramírez, clase número 1.= Otra carta factura de 30 de Junio por 3 cajas con 90 gruesas de Enrique Ramírez, Sevilla. Clase número 1.= Una factura de 14 de julio por cuatro cajas con 120 gruesas de E. Ramírez, clase número 1.= Un caja de 30 gruesas de Moroder de Valencia, número 2.= Otra ídem de 30 gruesas del mismo Moroder, número 4.= Otra caja de 20 gruesas de Moroder, número 3.= De estas facturas solo han sido recibidas las del fabricante E. Ramírez.=.
Visto el resultado de la inspección, el cumplidor Albalí Cabanocas, preguntó a Vento: “¿Por qué razón en los registros verificados en varias expendedurías oficiales de esta ciudad, ha encontrado cajas de las fábricas de C. Carreño, Viuda de Prieto, Luna, y de José María Gómez –este último con razón social en el número 51 de la calle Arrebolera de Sevilla–; siendo así que de las facturas extraídas anteriormente no consta haya llegado a esta misma ciudad remesa alguna de la primera fábrica desde el 7 de Diciembre del año 1893, y ninguna de la segunda en todo el tiempo que comprende dicha facturas”. Contestando Vento Jiménez: “Como tenía existencias de las fábricas de C. Carreño de la remesa últimamente recibidas; y de la fábrica de Gómez de otras remesas anteriores, según facturas que enseña de fecha 23 de Septiembre de 1893, número 106, por diez cajas con 300 gruesas, luego nada de particular tiene que existan todavía en algunas expendedurías”.
Albalí, decidido a aclarar sus dudas, volvió a preguntar: “¿Cómo explica, á pesar de lo manifestado, que habiéndose encontrado dichas clases de cerillas en las expendedurías de mayor venta y que han hecho sacas de la tercena o almacén del Estado, recientemente puedan tener aquellas, datando de fechas tan lejanas, cuando según el contrato, es obligatoria la venta de cerillas por el orden en que reciban las gruesas, y no tienen los estanqueros de las cerillas o clases recientemente recibidas de la clase 1?”. Respondiendo Vento (se ha de suponer, con cierta sonrisa de los presentes y muy especialmente del sargento carabinero): “Esta pregunta solo podrá contestarla y explicarla los expendedores a quienes el Señor Manuel Albali Cabanocas, se refiere”.
El estirado inspector demostraba tener poca idea con respecto a la zona, y su conocida vinculación comercial con la cercana colonia británica; lo cual propiciaba que los expendedores locales –así como del resto de la comarca y hasta donde la presencia del recientemente inaugurado ferrocarril alcanzara–, se pasarían las circulares de la toda poderosa Compañía de Cerillas y Fósforos por el arco del Ojo del Muelle.
Al día siguiente y tras desayunar en la terraza del Hotel Anglo Hispano, contemplando la visión de la jornada anterior, Manuel Albalí, después de preparar su concienzudo informe sobre lo observado en los almacenes de cerillas de Algeciras, pagó su estancia, marchando a continuación en dirección al muelle de los ingleses para nuevamente convertirse en pasajero de vuelta del vapor Joaquín del Piélago. Mientras caminaba en dirección a la pasarela, coincidió en el ancho pantalán de tablas con mujeres que desembarcaban del vapor procedente de Gibraltar, llamándole la atención la anchura de sus cuerpos. Difícilmente, el diligente inspector gerundense podría imaginar que en el refajo de aquellas matuteras se encontraban todas las respuestas que intentó obtener del bueno de José Vento.
Si bien se desconoce la valoración –positiva o negativa– que del informe del inspector Albalí hizo la Compañía de Cerillas y Fósforos, se ha de suponer que dada la magnífica infraestructura que ofrecía Vento Jiménez, no solo para el almacenamiento sino también para el abastecimiento de la zona del Campo de Gibraltar, la relación comercial, quizá mejor reconducida, se mantuviera. Esta no fue la única y última relación que la gran producción fosforera nacional mantuvo con Algeciras. Meses después de lo acontecido con la visita del inspector gerundense Albalí Cabanocas –y teniendo nuevamente como escenario el muelle de madera construido por los británicos para sus flamantes vapores–, arribó otro gerundense, lo que demuestra el poder del capital catalán en aquella industria fosforera de finales del siglo XIX, aconteciendo lo que sigue y que documentalmente, en lo esencial, está recogido.
Aquella mañana de otoño algecireño, un vecino del lejano municipio de La Bisbal (Gerona), tras dejar el pequeño muelle de madera local, marchaba con rápido paso hacia la consignataria en nuestra ciudad de la Compañía de Vapores La Sevillana, sita en La Marina; estando a cargo de dicha actividad la sociedad denominada: Sres. Hijos de Don Eugenio Oncala. José Carabó y Buch, que así se llamaba el bisbalense de ágil paso, una vez que se identificó ante Eu
Albalí no pudo imaginar lo que había bajo el refajo de las mujeres que venían de Gibraltar
El poder del capital catalán en la industria fosforera de finales del XIX quedaba patente
genio Oncala, como industrial que tiene firmado un contrato con la citada compañía de vapores, y que reconociéndole su único representante de aquella compañía en este municipio de Algeciras, le quería manifestar lo siguiente: –Que en 6 del corriente mes se cargó en Barcelona y en el vapor Ciervana, de la citada compañía 111 cajas de cerillas como lo prueba con el conocimiento que exhibe firmado por el Capitán de dicho vapor Sr. Escudero, y por el representante de la expresada compañía en Barcelona, Sr. Busanyas, de Busanyas y Compañía; mediante guía que también exhibe librada por la Delegación de la Compañía de Cerillos y Fósforos en su sede de Gerona; con la obligación de estar entregadas en esta Ciudad antes del 22 del mes que corre consignándola a la Aduana de esta Ciudad de tránsito.
Mientras Cárabo y Buch seguía con su exposición de los hechos, Oncala –acostumbrado a este tipo de controversias– se limitaba a oír estoicamente aquél monólogo sabedor de que más tarde que temprano podría tomar la palabra y aclarar su posición en el asunto, como en otras ocasiones había sucedido. El popular y conocido comerciante algecireño Eugenio Oncala Gamito era miembro de una familia de gran raigambre en nuestra ciudad. Hijo de Eugenio Oncala Amaya y de Cristina Gamito Troyano, tenía dos hermanas Amalia y Purificación, accionistas como él en la razón social: Sres. Hijos de Don Eugenio Oncala, creada años atrás por su fallecido padre.
El cerillero catalán proseguía su discurso, defendiendo enérgicamente sus derechos ante la comprensiva e impertérrita cara del consignatario algecireño que seguían esperando su oportunidad. Expresando el comerciante gerundense: “En el contrato se obliga al Capitán Sr. Escudero de acuerdo con la Compañía á vapor La Sevillana, á entregar la mercancía el día 13 del corriente en este puerto de Algeciras; y no habiéndolo verificado, no tan solo en dicho día si no tampoco en los que han transcurrido hasta la fecha, habiéndole ocasionado perjuicio por la negligencia, tanto del Capitán como por la Compañía á vapor La Sevillana; puesto que el 22 caducó la indicada guía”.
Personalizando Carabó y Buch en ese momento su protesta ante el consignatario de la calle de La Marina, porque entendía que: “El Sr. Oncala era el único representante de la compañía en esta Ciudad, y por tanto debía hacerle llegar la reclamación de la falta cometida por aquellos, con el fin de que les quede su acción expedita para reclamar en su día, los daños y perjuicios que se le han ocasionado; no solo hasta el día de hoy, sino los que en lo sucesivo puedan irrogárseles por consecuencia de aquella falta”.
Con talante comprensivo hacia el reclamante, Eugenio Oncala vio el hueco en la conversación para mostrar su posición al respecto, informando al airado José Carabó lo que sigue de forma y modo lapidario: “Él no es representante de la Compañía de Navegación a Vapor, La Sevillana; y sí, solo consignatario”. Añadiendo a continuación, fundamentando lo expresado: “Que en el contrato que la compañía tiene celebrado con él, se establece como único domicilio para entablar reclamaciones el mismo de la compañía”. Quedando aclarada la falta de responsabilidad de la firma algecireña Sres. Hijos de Don Eugenio Oncala en aquella controversia.
La respuesta del comerciante cerillero bisbalense a la tajante e irrefutable posición del algecireño consistió en un pequeño discurso donde imperó más la frustración que la lógica comercial, manifestando: “Insísto en la protesta por la falta de cumplimiento cometida por el Capitán del vapor Ciervana, el Sr. Escudero y por la Compañía de Navegación a Vapor La Sevillana, en el contrato que tiene celebrado y al que se ha hecho referencia, reservándose cuantas acciones pueda corresponderle para entablarlas en su día”. A pesar de la airada protesta del discurso final del comerciante catalán perjudicado, salió –como no podía ser menos– exenta de responsabilidad la consignataria algecireña. Al igual que en el caso anterior relacionado con Vento, se desconoce el resultado final de las reclamaciones del cerillero catalán.
Para finalizar, comentar que la falta documental sobre la futura presencia de la Compañía de Cerillas y Fósforos nuevamente en Algeciras demuestra, tal vez, que la citada se rindió ante la cada vez mayor fuerza que en esta comarca iba adquiriendo el comercio ilícito, haciendo imposible el competir en precios. Las cerillas, el tabaco y otros diversos productos procedentes de Gibraltar daban de comer a muchas familias de la zona y a no pocas venidas de fuera empujadas por la necesidad. Mientras tanto, el Estado miraba para otro lado, ayudando con su falta de iniciativas a la creación de un problema de compleja solución a corto y a largo plazo.