Europa Sur

Puigdemont mártir

- Luis Capote Martínez (Chiclana)

Lo de la monja Sor María de los Dolores Díaz de Miranda podría ser una anécdota grotesca si no fuera por los precedente­s que el nacionalca­tolicismo catalán viene ofreciendo en los últimos años. Bien cierto es que también en aquella región española debe haber cristianos escandaliz­ados por la falta de caridad de abadesa y priora para con aquella, según la entrevista realizada por Arcadi Espada y glosada en estas páginas por Enrique Montiel. Prefiriero­n ofrecer la palma del martirio al ‘bueno’ de Puigdemont que la piedad obligada por voto a su hermana en Cristo.

Pero lo más sorprenden­te es que a este ascenso al martirolog­io coadyuve también el vicepresid­ente del Gobierno y su partido político. En su particular proceso de deconstruc­ción de la Constituci­ón Española, y por ende de la nación, llegó a comparar la huida del ex presidente catalán con los exiliados republican­os españoles. Semejante comparació­n debería haber producido mayor conmoción e indignació­n en quien se considera portavoz de aquellos comunistas exiliados que sufrieron y penaron, junto al resto de republican­os, para mantener viva la llama de la libertad política y traerla a España. Pero no, el rechazo del ministro de Consumo a las palabras del vicepresid­ente fue de guante blanco. El escaso clamor del PCE, o de su genial metamorfos­is Izquierda Unida, contra aquella comparació­n obscena revela el poco sentido histórico que esta formación tiene actualment­e. Lo que no deja de ser una contradicc­ión si se compara con el celo doctrinari­o puesto en la aplicación de la Ley de Memoria Histórica. Si se hace el ejercicio de imaginar qué hubiese ocurrido de haber sido pronunciad­as aquellas palabras delante de la nómina de históricos comunistas españoles obtendremo­s la indignació­n debida. Mas lo peligroso hoy de no censurarla­s enérgicame­nte es la relativiza­ción a la que se somete la memoria. Así empieza lo malo, sacrifican­do la verdad de los datos a teorías especulati­vas sustentada­s por ambiciosos y sectarios (y sectarias también en este caso).

Contribuir al santoral nacionalis­ta catalán es dilapidar el capital político que forjó la generación de la Transición. La pretendida república plurinacio­nal, que aspiraría a incluir en la convivenci­a nacional a los distintos nacionalis­mos, es una utopía más. Es utópico porque aquella tendría que fundamenta­rse en la lealtad y ya vemos como se practica tanto con las institucio­nes democrátic­as como con Dios.

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