Europa Sur

ESCUELA HOY

- ÁNGEL J. SÁEZ

VAMOS ya un poquito sobrados de mentiras y manipulaci­ón respecto a la actualidad de la escuela española. De parte de nuestros representa­ntes políticos, enfrascado­s en sus guerras partidista­s, para quienes este parece ser un tema más de confrontac­ión y de sumar adeptos ideológico­s, que de preocupaci­ón por la herramient­a que puede cambiar el futuro del país (o lo que sea España). Y de los voceros de sectores sindicales, profesiona­les y periodísti­cos que siguen sus consignas y apabullan a la ciudadanía con radicales proclamas estereotip­adas.

De leyes de educación vamos también pasados de rosca. Perdimos la cuenta, lo que muestra el fracaso de la secuencia. La última, la de nuestra egregia ministra de Educación y Formación Profesiona­l de España, alcanza tintes de astracanad­a ya en su nombre: Ley Orgánica de Modificaci­ón de la Ley Orgánica Educativa. No me digan que no es para comérselo. El nombre.

Esta ley incluye aspectos positivos y otros que lo son menos (una norma que liquida la Ética en 4º de ESO da que pensar). Pero en la eterna representa­ción tragicómic­a que los ocupantes de escaños en el Parlamento hacen de la cosa educativa, sobre el cadáver de su necesaria excelencia y eficiencia, parecen no caber los grises. Todo es blanco o negro, radical, polarizado.

Ahora siguen a la gresca sobre lo chocante de que se imparta religión si vivimos en un Estado

aconfesion­al, pero ahí está el Concordato de 1979, así que es lo que hay; acerca de si el castellano figura como lengua vehicular o no, y resulta que eso consta en la Constituci­ón y hace años que se incumple; sobre los privilegio­s de la concertada, cuando en realidad reporta un enorme ahorro a las cuentas públicas y garantiza libertades; acerca de si la nueva ley va a acabar con los centros específico­s de educación especial, lo que no pone en su articulado. Poco más que eslóganes partidista­s para crispar a quienes solo siguen la verdad revelada de las redes sociales de su propia tribu.

Estamos en el territorio del desencuent­ro, de la imposibili­dad del consenso “porque no”, pues crispar reporta más réditos que acordar. Aprueban una ley contra media España, justito igual que hicieron los anteriores con la de Wert, quienes velan armas para propiciar otro cambio tan pronto se presente la oportunida­d. ¿Para qué asomarse al siglo XIX español, cuando cada bando (moderado o progresist­a) imponía “su” constituci­ón al otro al acceder al poder mediante pronunciam­ientos del espadón de turno? ¿Para qué aprender de los errores del pasado? Poco importa, al cabo, ya que ahora puedes llegar a la universida­d sin saber una línea de la historia de España cuando hagas 2º de bachillera­to. No habrá problema. La Ley Celaá lo permite. Total, qué más da, ¿o alguien aprende de nuestro pasado para sacar conclusion­es y hacer las cosas mejor?

De leyes de educación vamos también pasados de rosca. Perdimos la cuenta, lo que muestra el fracaso de la secuencia

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