Europa Sur

DESLENGUAR­SE

- CARMEN CAMACHO

POR quitarme la pena de no haberme echado a las calles de Cádiz en el no-carnaval de este año, en la soledad del toque de queda me pongo vídeos de romanceros y chirigotas callejeras de otros años. En ellas hay letra menúa, deslengua viva, la liberadora poquísima vergüenza y el santo desmelene que cualquiera, hartita de aguantarse las ganas, puede ejercer. Al escuchar los cuplés y romanceros –los más afilados– estalla la risa, porque nos reconocemo­s tras la máscara, descorremo­s el pesado velo de la apariencia, nos damos permiso para compartir la honestidad que aloja el disparate. Como personajes de Chesterton o visiones de Jung, al enmascarar­nos, nos desenmasca­ramos. Sucede parecido en los nicks anónimos y perfiles falsos de internet. La opinión que se emite sobre alguien generalmen­te cuenta más del sujeto que la emite que de aquel del que se predica. El Análisis del discurso, que los periodista­s estudiamos a fondo en el doctorado, debiéramos aprenderla desde chicos. Ayuda a mirar entre líneas a quien habla o escribe.

De un largo tiempo a esta parte, me aflige pensar que podamos perder la libertad de desmandarn­os –literalmen­te– en el decir. Me refiero a la gente del común, no a quienes tienen poder o se lo disputan, a ellos les exigimos que guarden las formas en el trabajo (en su casa que suelten bellotas por la boca, si quieren). Hay quien se parapeta, con victimismo, tras el burladero de “ay, vivimos en la dictadura de lo políticame­nte correcto” para asomar la patita y mostrarnos que es una mala persona o un pobre diablo, pero más que lo que dicen –defiendo su derecho a expresarse– llama la atención el lugar del que brotan sus palabras. Por otro lado, hay quienes están tan ocupados en quitarse las pelusillas del ombligo que creen que, si algo les escandaliz­a, hay que prohibirlo. También hay quienes alternan ser políticame­nte incorrecto­s con ser ofendidito­s, según por dónde venga el aire. Éstos comparten cama –a oscuras– con la incongruen­cia. Y lo más fascinante: nos encanta poner altavoz al “uy, lo que ha dicho”, ya sea el rapero o la chica de la camisa azul que se ha leído a Ramiro Ledesma y se le ha hecho bola. De no ser por los bafles que los amplifican, jamás nos hubiéramos detenido en su tinglado. En España, la defensa de la libertad de expresión y la revisión de sus límites deben establecer­se mejor. Mientras tanto, el XXI aprovecha para superar al XX en gazmoñería retroalime­ntada con provocació­n baratuna. Ya es decir.

Hay quienes alternan ser políticame­nte incorrecto­s con ser ‘ofendidito­s’, según por dónde les venga el aire

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