Europa Sur

LA CARTA ROBADA

- ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ

CON el llamado “problema catalán”, pasa lo del cuento de Edgar Allan Poe La carta robada. Con la peculiarid­ad de que aquí la robada es la Magna. En el relato, aquella carta que afanosamen­te buscaba la policía estaba escondida en el lugar más visible del salón, y enmarcada, incluso. A nadie se le había ocurrido que se pudiese esconder algo exponiéndo­lo a la vista de todos y, por tanto, no daban con ella ni a la de tres. La invisibili­dad de lo obvio.

La solución al problema catalán está igualmente expuesta con toda solemnidad

en el artículo 1 de la Carta Magna, donde reza que la soberanía nacional reside en el pueblo español. La solución de Cataluña se llama y es España, ni siquiera Constituci­ón, porque ésta no hace más que enmarcar la más evidente solución.

Sin embargo, ¿no es verdad que se ha ido dejando todo el protagonis­mo de una parcela vital de esa soberanía común a una única región, más compartime­nto estanco que comunidad autónoma? Pero una canción de –precisamen­te– Joan Manuel Serrat tiene un par de versos con los que estoy en radical desacuerdo. Cantan: “Nunca es triste la verdad/ lo que no tiene es remedio”. ¿No es lo contrario? La verdad puede ser triste, pero casi siempre remediable, si uno se pone. La cantidad de problemas que consideram­os irremediab­les

empieza a resultar un problema (casi) irremediab­le. Saquen cuentas: la crisis demográfic­a, el modelo productivo, la deuda pública, la calidad de la enseñanza, la conllevanc­ia con el nacionalis­mo, la violencia callejera, el paro juvenil…

Hay soluciones, sin embargo, y quien más claro ha visto la única que tiene el problema que nos ocupa ha sido el núcleo de abstencion­istas catalanes. Saben (inconscien­temente) que la única solución posible al juego de Cataluña será la carta de España. Por eso votan en las elecciones nacionales, pero no en las autonómica­s. ¿No nos recuerdan así a gritos (callados) que la soberanía es nacional y que la salida tiene que venir de la sede de la soberanía, que es el parlamento español, y que, si no, no vendrá jamás; y para qué tomarse entonces la molestia? El pueblo llano está dando una lección magistral a los próceres de la nación, empeñados en dejar el problema del nacionalis­mo a los que lo sufren, como si no existiese solidarida­d compartida. Los abstencion­istas se resisten a que les echen sobre las espaldas –ya tienen bastante con el problema– la búsqueda de la solución.

La de problemas que consideram­os irremediab­les en España empieza a resultar un problema (casi) irremediab­le

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