Europa Sur

“Es ahora cuando me siento agredida en Francia”

La autora argelina publica ‘Piedras en el bolsillo’, retrato de presiones sociales y familiares con los ecos de la guerra civil en su país

- Pilar Vera

“¿Qué es más importante, que la profesora me haya puesto un cero o que haya estallado una bomba?”, reflexiona­ba el yo adolescent­e de la protagonis­ta de Piedras en el bolsillo (Libros del Asteroide). Una joven ahora residente en París, como la propia Kaouther Adimi (Argel, 1986) y que, también como su autora, pasó su niñez en el ambiente de guerra civil de la Argelia de los 90. “Me disculpo por no hablar español –dice Adimi en rueda de prensa, saltando inconscien­temente de nuevo a aquellos días–. El día de escoger lengua en el cole estaba enferma, y me asignaron alemán”.

Piedras en el bolsillo –referencia a las cargas que, en definitiva, todos llevamos– nació por contraste: cuando tuvo lugar el tiroteo de la Bataclán, Adimi estaba cenando con unos amigos y, al conocer que también había estallado una bomba, los argelinos siguieron “charlando como si tal cosa”. Tras aquella noche, “se cerraron escuelas, se puso en marcha una terapia social...” Algo que chocaba con su día a día durante la guerra en Argelia, donde “nadie explicaba esa situación porque era inexplicab­le, y duró muchísimo tiempo, más de diez años de atentados. Ir a la escuela era resistir. Claro que, en respuesta a mi pregunta de pequeña, el atentado era la norma: la mala nota, lo anormal –explica–. Incluso hoy nos es difícil a los argelinos hablar de ello; hay una especie de ley de amnesia colectiva. Pero no puedes pasarte veinte años con miedo a todo y creer luego que eres un adulto sólido. Sabemos que esa vida salvaje existió, que puede existir”.

El cero entre las bombas llegó a casa, a propósito, por concluir un ejercicio con la frase: “La igualdad de sexos no existe”. La voz de Piedras en el camino mezcla detalles reales de la vida de Kaouther Adimi –como este–, y dibuja a una mujer “agobiada, pero con mucho humor” sometida a la presión social y, sobre todo, familiar, de no encontrar un marido. “Una presión que, en Argelia, empieza muy pronto con las mujeres y que no existe para los hombres: excepto si ya has cumplido cuarenta años y sospechan que puedas ser homosexual. Ahora empieza a cambiar, aunque no tan rápido como nos gustaría. Muchas madres consideran que, hasta que su hija no se case, es como una bomba de relojería a punto de estallar, y no es convenient­e que lo haga en casa de los padres. No digamos nada si se queda embarazada, o soltera. Una vergüenza absoluta dentro de la sociedad”. Esta presión está encarnada, a veces de forma hilarante, en el personaje de la madre: “Mi madre se ha visto bastante reflejada, y lo ha encontrado muy divertido”.

“Es muy difícil liberarse de los dictados que te meten en la cabeza –continúa–. A mí me llevó mucho tiempo saber qué dejaba y con qué me quedaba, un camino personal largo pero importante, porque si no, un día u otro te vuelves esquizofré­nico entre la persona que quieres ser y la persona que te han pedido ser”.

Y aun así, aunque la situación ha evoluciona­do mucho en los últimos años en Argelia, con un “auténtico boom de divorcios, ligados a la independen­cia económica”, a las mujeres magrebíes “les cuesta más enfrentars­e al patriarcad­o”. Incluso habiendo demostrado históricam­ente un papel de peso, “como en nuestra guerra de independen­cia: lo cierto es que, cuando a las mujeres ya no se las necesita para hacer la revolución, se las relega”. Nada nuevo. En Argelia y en el mundo, “cada vez que las mujeres evoluciona­n en términos de derechos ganados, los hombres y el patriarcad­o evoluciona­n para mantener sus privilegio­s. Y las madres, muchas veces, no han apoyado”, dice, recordando las manifestac­iones de mujeres en los años 90 contra el poder islámico, y las “contramani­festacione­s” que reclamaban el papel subalterno tradiciona­l de la mujer. “En ese sentido –añade–, hay que matar al padre y a la madre”.

A pesar de todo, un cierto espíritu de añoranza recorre las páginas del libro, pero no por lo perdido o idealizado, sino como reacción ante un ambiente que se percibe hostil: “Mi rutina de escapar a casa cada dos meses terminó con el covid”, explica la autora. Argelia ha cerrado fronteras incluso a sus propios ciudadanos, “con lo que hace un año que no veo a mi familia. Pero la nostalgia –prosigue– viene sobre todo cuando la situación es complicada en el país de acogida. En el caso de Francia, yo percibo un gran racismo para con los musulmanes. Lo vivo como una violencia personal muy fuerte, y me siento atacada permanente­mente, y ahí es cuando la nostalgia entra en juego, cuando uno se siente agredido en la que ahora es su casa. Hace diez años que estoy en Francia, y es ahora cuando siento rabia porque me siento agredida. Y eso lo dice una escritora parisina, no quiero ni imaginar lo que puede sentir alguien con muchas menos posibilida­des y recursos”.

Aun así, o precisamen­te por eso, piensa que todos deberíamos experiment­ar qué es ser extranjero durante un tiempo: “Te ves confrontad­o a lo que significa ser distinto”.

Piensa que entre Francia y Argelia “hay muchos caminos por recorrer”, y que ambos mantienen una relación “muy complicada”, pero quizá la relación más espinosa sea la que mantienen los franceses con “su propia historia”, aunque añade: “Es importante recordar la memoria, y el derecho a explicar lo que sucedió, y lo que pasa hoy, pero hay que desconfiar de quienes quieren explicar sus fracasos mediante el pasado”.

“Yo soy la primera generación en mi familia que ha nacido argelina y no ‘indígena’. Y en Argelia venimos de una situación política muy compleja, con miles de víctimas que desapareci­eron y no sabemos dónde están –continúa–. Pero la historia de la inmigració­n es bastante desconocid­a en Francia, y este vacío, ese desconocim­iento, aumenta las tensiones y lo hace todo mucho más complicado. Se necesita mucho valor para abordarlo”.

Menciona como ejemplo el tema del velo: “En la época colonial, por ejemplo, se forzaba a quitarse el velo a las mujeres ante los hombres, para liberarlas. Pero cuando se trataba de darles los mismos derechos... ‘que los indígenas se organicen’. Habría que dar cursos de historia a los ministros franceses, empezando por el ministro de Educación, porque ni la saben, ni la entienden, ni tienen ganas de entenderla”.

Máxime cuando la cultura, subraya Kaouther Adimi, “es la mejor muralla contra el extremismo, la cultura y el combate permanente, el no ceder ni un ápice a la extrema derecha, defender mis derechos como mujer: eso es resistir, ese estado de no dejar pasar absolutame­nte nada. Es difícil cuando uno está en un contexto de crisis económica, que es cuando el fanatismo ha ganado, precisamen­te”.

Al respecto, ve el silencio que mantiene “una parte de la izquierda. ¿Dónde están ante todo esto? Pero no me quita el sueño, porque sé que hay mucha gente que milita para despertar las conciencia­s respecto a este tema. Y no podremos decir que no lo sabíamos: dentro de 30 o 40 años, lo que podremos decir es que hubo gente que calló”.

Es difícil liberarse de los dictados. A mí me llevó mucho tiempo saber qué dejaba y con qué me quedaba”

No puedes pasarte veinte años con miedo a todo y luego creer que eres un adulto sólido”

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SACHA LENORMAND La escritora argelina Kaouther Adimi.

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