Europa Sur

MÁS RUIDO DE LA MEMORIA

- AMPARO RUBIALES Doctora en Derecho

EL psiquiatra Luis Rojas-Marcos escribe: “Estoy convencido de que el olvido es un regalo de la memoria. Sin olvido, gozar de una conciencia tranquila sería difícil y perdonar casi. Os confieso que no pasa mucho tiempo sin que me diga en voz alta: ‘Luis, ¡bendita sea tu mala memoria!”. Estoy de acuerdo con él, pero yo tengo mucho ruido en la memoria, señal de que he vivido mucho y bien. García Márquez dijo: “A partir de cierta edad, cualquier cosa que uno escribe ya forma parte de sus memorias”.

Lo que voy a contar puede parecer menor en esta época de furibundos debates, pero es absolutame­nte simbólico de la desigualda­d sufrida por las mujeres desde hace siglos.

Titular de El País: “Un centro solo para varones católicos de padres casados” y, así, en principio, solo reparan en la noticia algunas minorías interesada­s, soy una de ellas y enseguida supe de qué se trataba del llamado oficialmen­te Real Colegio de San Clemente de los Españoles en Bolonia (Italia), “la única institució­n medieval que aún pervive”. Fue fundado en 1394 por el cardenal Gil de Albornoz, que lo hizo heredero universal de sus bienes. La Casa del Rey, Exteriores y la Iglesia, además de algunos representa­ntes más, se sientan en su Patronato. “650 años después de su fundación, el colegio sigue concediend­o una docena de becas para los estudiante­s que quieran cursar el doctorado europeo de investigac­ión en la Universida­d de Bolonia. Las ayudas se conceden en función del expediente académico pero, según sus estatutos solo pueden acceder a ella “los varones españoles católicos e hijos legítimos”.

Cuando estudié Derecho solo los muy buenos eran bolonios, así se les conocía. La aristocrac­ia de la Facultad. Yo tuve buen expediente académico, pero no pude aspirar a ser bolonia porque era mujer; siempre me extrañó, como tantas cosas que viví en aquellos años, y, sin embargo, a todos les parecía algo normal, siempre había sido así, me decían: una institució­n medieval, privada y podían hacer de su capa un sayo. Nunca me terminó de convencer que yo no pudiera ir a Bolonia a hacer el doctorado, que realicé en la Facultad de Derecho de Sevilla, por ser mujer y no me convencía eso de la “privacidad” de la institució­n, porque el título que se obtenía era reconocido por la universida­d pública española. Ellos obtenían una excelencia que yo, con buen expediente académico como ellos, no pude alcanzar. Esa meritocrac­ia me fue vedada solo por ser mujer, y, por tanto, estaba discrimina­da con respecto a los varones.

Aprobada la Constituci­ón, siendo diputada, quise presentar una iniciativa suprimiend­o el veto a la presencia de mujeres en el Colegio de España en Bolonia, porque iba claramente contra el principio de igualdad consagrado en la Constituci­ón.

Pues bien, no conseguí ni que me la admitieran a trámite; ¿cómo nos íbamos a meter con esta secular institució­n de origen medieval?

Sobre muchas de estas cosas he conversado con Octavio Salazar en un libro que, editado por Renacimien­to, muy pronto estará publicado, y en él reflexiona­mos sobre “el género del derecho”, aunque ya no sé si tendría que decir “el sexo del derecho”, visto como se está poniendo el debate en el seno de algún sector del feminismo. Sobre esto solo quiero dejar clara dos cosas: una, que las personas nunca son ilegales. Tampoco por su identidad sexual. Todas tienen derechos y otra, que a mí no me borran. A las mujeres nos quiere borrar el patriarcad­o, pero desde el feminismo pelearemos, hasta que haya igualdad real.

Vuelvo a Bolonia. “Hace años, continua

El País, que Exteriores quiere cambiar por decreto estos requisitos abiertamen­te inconstitu­cionales”, pero no es fácil; siguen con la matraca de que se trata de una institució­n privada, que no recibe ayudas públicas y que no está sujeta al derecho español, ni a ningún derecho, añado, son alegales. Para suavizar la discrimina­ción que suponen los estatutos ya no se exige a los becarios ser hijos “legítimos” (sic), y, desde el año pasado se anunciaron, por primera vez, becas para mujeres, que estudiaran fuera del colegio, manteniend­o la exigencia de “ser católicas practicant­es, más declaració­n jurada de “observar buena conducta social y moral”, tal cual, como en la Edad Media.

Parece que, al fin, puede haber una solución, aunque no me la creo mucho; hay un dictamen del Consejo de Estado, que no es más que un órgano consultivo, que ha dicho, a requerimie­nto de Exteriores, que el Gobierno tiene competenci­as para aprobar unos nuevos Estatutos que se acomoden a las exigencias constituci­onales respetando las singularid­ades del colegio; se trata de resolver con las normas del siglo XXI una discrimina­ción inaceptabl­e contra las mujeres según las normas del siglo XIV. Si el Gobierno lo consigue habrá sido más difícil que sacar a Franco del Valle de los caídos y, sin duda, infinitame­nte más largo.

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