Europa Sur

La capilla de Nuestra Señora de Europa

● El templo es, con mucho, la mayor joya del escaso patrimonio histórico-artístico de Algeciras ● Su construcci­ón aprovechó la estructura de la primitiva capilla, situada debajo de la actual

- JUAN CARLOS MARTÍN MATILLA

LA capilla de Nuestra Señora del Rosario de Europa se encuentra ubicada en el lado Este de la Plaza Alta. Está orientada en el eje Este Oeste, siguiendo las pautas tradiciona­les de construir los templos orientando su cabecera hacia el Este, y los pies, al Oeste. La razón de esta disposició­n radica en que la cabecera debía situarse en dirección a la salida del sol y a la ciudad santa de Jerusalén. Al penetrar los rayos del sol en su ocaso por un óculo situado en su fachada orientada hacia poniente, iluminaba el altar.

El templo actual comenzó a edificarse en 1769, aprovechan­do la estructura de la primitiva capilla, que se hallaba más de medio metro por debajo de la actual debido a la subida de nivel en la plaza Alta desde fines del siglo XVII hasta mediados del XVIII. Esa primera fase era del siglo XVII y se tiene constancia de ella desde 1690. Era un oratorio o ermita bajo la advocación de San Bernardo, patrón de Gibraltar, en cuyo término municipal se encontraba­n las ruinas de la ciudad medieval de Las Algeciras, motivo por el cual San Bernardo es también copatrón de Algeciras. Aquel primitivo oratorio se hallaba en el cortijo de los Gálvez, terratenie­ntes gibraltare­ños, y atendía las necesidade­s religiosas de la exigua población que vivía en aquellos cortijos asentados en las ruinas de la ciudad medieval. Esta ermita sufrió las consecuenc­ias del terremoto de Lisboa de 1755, el cual la arruinó y obligó a construirl­a, trabajo dado por terminado en torno a 1772, siendo su autor José de Paz y el de su fachada, al parecer, Torcuato Cayón.

En esta capilla se había instalado la imagen sedente de Nuestra Señora de Europa, que fue traída tras la pérdida de Gibraltar. A partir de aquel hecho fue conocida ya como capilla de Nuestra Señora Europa. Esta imagen sería enajenada en favor de los católicos llanitos en 1864, con consentimi­ento del Obispado, con lo cual nuestra ciudad perdió una imagen heredada del Gibraltar español.

En mayo de 1931 fue saqueada, lo que le causó graves daños. Se perdió para el culto y en 1935 fue adquirida al Obispado por Pascual Cervera Jácome. Se convierte en ebanisterí­a hasta que, en 1943, el Ayuntamien­to rescató la deuda, de tal manera que se restauró y se abrió de nuevo al culto en 1945. El Regimiento de Artillería situado en Algeciras contribuyó a esta restauraci­ón, motivo por el cual la puerta lució los símbolos de esta Arma.

Fue por aquellos años cuando se crea la Hermandad de Jesús Atado a la Columna y Nuestra Señora de las Lágrimas. La imagen de Jesús es obra de José Román y la de la Virgen, quizás, de Rafael Barbero. En 1954 se demolió el café La Taurina, que se hallaba anexo a la capilla. Esta demolición dejó a la vista su fachada norte, en la que se abrió entre 1955 y 1956 una gran puerta, obra del arquitecto municipal Manuel Blánquez, para facilitar la salida de los pasos titulares de la citada cofradía. En aquella obra se prolongó la sacristía con una construcci­ón anexa en forma de L, en cuya fachada oeste se abrió una hornacina enmarcada por losas de piedra arenisca y coronada por un copete partido de forma albeada.

En esta capilla se daba culto a la imagen barroca de un crucificad­o, que anteriorme­nte estuvo en la capilla del antiguo cementerio y que actualment­e se halla en el interior de la iglesia, tras las obras de restauraci­ón de 1988, en las que se demuele esta capillita. Años más tarde se añadió una marquesina delante de este oratorio y todo su frente se llenó de plantas con flores, de ahí el que a la sagrada imagen se la conociera como el Cristo de la Flores, a pesar de que su verdadero nombre es Cristo del Amor y la Esperanza. Esta interesant­e imagen fue minuciosam­ente restaurada por Carlos Gómez de Avellaneda Martín.

Por instancia de José Rivera, en 1961 se instaló en la espadaña, cuya campana había pasado a la capilla de San Isidro, la de la capilla anglicana que se levantaba en los jardines del hotel Reina María Cristina, demolida por aquel tiempo. Recuerdo que, siendo yo niño, se celebró la misa en honor de Santa Bárbara, patrona del Arma de Artillería en la capilla de Europa, supongo que sería debido a las obras que se estaban llevando a cabo en la iglesia de Nuestra Señora de la Palma. Me acuerdo de que la cornisa y molduras de su altar se hallaban pintadas de azul celeste; es un vago recuerdo de mi lejana niñez.

EL DESARROLLI­SMO

En los años setenta, durante el desarrolli­smo, la capilla sufrirá graves daños a causa de la sucesiva demolición de los edificios cercanos que la rodeaban por todos sus frentes, para ser sustituido­s por enormes bloques de viviendas en absoluto acordes con los volúmenes y estética del barrio. La situación alcanzó su momento más grave en 1979, pues durante el mandato del alcalde Francisco Esteban Bautista se derriban los edificios anexos por la cara sur. La capilla se resquebraj­a, de este a oeste a lo largo de su bóveda, siendo notable el desplazami­ento de los sillares en la fachada principal. Fue un verdadero milagro el que no se viniera abajo, situación agravada por la profunda excavación del solar colindante para la edificació­n de plazas de garaje en el nuevo edificio. La capilla quedó prácticame­nte en el aire por su lado sur, mantenida por un aparatoso andamiaje. Aquella situación fue en gran medida provocada por la ineficacia de un funcionari­o de la Delegación de Cultura, venido de Cádiz y que no supo evaluar la situación.

La corporació­n municipal tampoco estuvo a la altura de las circunstan­cias, al no defender decididame­nte la protección del edificio. Tanto el Ayuntamien­to como la opinión pública se dividieron y un grupo pretendía la demolición, ya que considerab­a la capilla como una antigualla sin ningún valor histórico ni artístico. Se barajaron las posibilida­des de demolerla y salvar solo su fachada, con la idea primero

de instalárse­la a la capilla de San Isidro y más tarde… ¡A la fachada de la Iglesia de la Palma! Se rumoreaba que alguien habló de llevar las piedras al Parque de las Acacias… “para que no estorbaran”.

Estas ideas, que hoy nos causan vergüenza ajena, no eran mantenidas por sectores poco instruidos de la población, sino por personas de cuyas titulacion­es académicas cabría esperar un poco de sensibilid­ad y respeto, ya que no amor, por la cultura. Pero al final la cordura se impuso y los ciudadanos de 1980 tomaron conciencia de que había que salvar la capilla, tras la campaña de conciencia­ción coordinada por Ángel Luis Jiménez Rodríguez y Carlos Gómez de Avellaneda Sabio. Tras una muy agria polémica de varios meses, el Ayuntamien­to defendió decididame­nte la protección y se encargó el proyecto de restauraci­ón al arquitecto Jaime López de Asiaín. En 1981 la capilla fue declarada Monumento Histórico-Artístico de carácter provincial.

La difícil y larga restauraci­ón fue dirigida desde 1983 por el arquitecto Enrique Salvo Medina, que se encontró con un edificio prácticame­nte en ruinas. Terminada su restauraci­ón, se consagró de nuevo y se abrió al culto en 1988. En aquellas obras se descubrier­on, a más de 50 cm de profundida­d, restos del antiguo pavimento interior y otros vestigios, confirmand­o que el edificio actual es un recrecimie­nto sobre el del siglo XVII. Se reconstruy­eron las molduras laterales de sus paredes interiores, se abrió un óculo ovalado sobre el arco de la hornacina del altar y se desmontó la espadaña, protegida en un embalaje de madera. Se construyó un nuevo basamento más ancho para su apoyo y en el lugar en que quedaban los restos de los pies de unos pináculos, como los que adornaban la espadaña de la desapareci­da capilla de la Merced, se colocaron dos troncos de cono. Se pintaron de color ocre claro la referida espadaña y la pared norte. Por desgracia, se demuele el añadido en forma de ángulo recto respecto de la pared norte del edificio, donde se abría la capilla con el Cristo del Amor y la Esperanza, vulgo de las Flores, que pasaría al interior.

Es edificio de planta rectangula­r y pequeñas dimensione­s. Solo son visibles sus fachadas norte y oeste, la principal; pues las otras dos están adosadas a los edificios colindante­s. La fachada principal, la más noble y de apreciable valor artístico, presenta dos pisos y un ático. El piso inferior es de factura totalmente barroca, en ella se abre la puerta con arco escarzano, flaqueada por dos gruesos contrafuer­tes de sección curva, formados por pilastrill­as con decoración barroca, que presentan algunos relieves sin concluir, sobre amplio basamento. Sobre estos contrafuer­tes discurre un amplio friso con metopas y triglifos, que sostiene cornisa de amplio vuelo sobre la que descansan las columnas del piso superior. El arco muestra en su clave la cabeza de un querubín, en altorrelie­ve, cuyas alas están sin tallar. Esta figura está ribeteada por sendas volutas, a cuyos extremos se extienden unas gruesas molduras a modo de baquetones con forma de alas de mariposa. Estos baquetones también orlan las jambas de la puerta. Sobre la cabeza del angelote reposa una repisa que sirve de base a una hornacina con cupulilla en forma de venera y toda ella ribeteada por gruesas molduras. Sobre esta hornacina se extiende la antes citada cornisa en forma de arco de medio punto. A finales del siglo XX se colocó en ella la imagen pétrea de San Bernardo, obra de Manuel Salvo Jaén.

El piso superior es de orden clásico, su paramento está formado por sillares y en su centro se abre un óculo ciego ornado por una moldura con volutas. En 2013 se colocó allí el crismón o cristogram­a de Jesucristo. Sobre los contrafuer­tes de la portada se apoyan cuatro columnas de orden jónico, con fuste acanalado; otras dos se apoyan sobre sendas pilastrill­as de sus extremos, retranquea­das con respecto a las anteriores. Sus capiteles se hallan muy erosionado­s, sobre todo el de la columna del ángulo sudeste. Sobre estas columnas discurre un friso con baquetilla­s, sobre el cual se extiende una cornisa volada. Esta cornisa está coronada por un basamento reconstrui­do en 1988 sobre el que se apoya la espadaña de mamposterí­a, con aletas a sus lados y baquetilla­s; bajo la cruz resaltan unas volutas. Tiene un solo vano en el que se encuentra la campana. A ambos extremos del basamento se construyer­on en la restauraci­ón los mencionado­s troncos de cono. En 2019 se colocaron unos pináculos de cerámica, que reproducir­ían a los originales desapareci­dos, y se pintó de blanco toda la espadaña y de amarillo sus molduras. Hay que mencionar que existe una discordanc­ia entre la mayor altura de la fachada y la menor del cuerpo de la capilla. Posiblemen­te fueran obras distintas.

En su fachada norte se abre la gran puerta construida en 1955, enmarcada por robustas molduras de piedra, con adornos en forma de artesones; sobre su dintel discurre una cornisa de amplio vuelo y por su parte superior se abren cuatro óculos ovalados orlados por moldura de piedra. Un grueso contrafuer­te contrarres­ta el empuje de la cúpula del presbiteri­o. En 2019 todo su paramento fue pintado de blanco.

EL INTERIOR

Su interior consta una sola nave, cubierta por una bóveda de cañón con lunetos y a sus pies, la balconada del coro. Es destacable, en primer lugar, la cúpula de media naranja o semiesféri­ca, apoyada sobre cuatro pechinas profusamen­te exornadas con palmas y medallones. Se divide en ocho secciones que muestran las imágenes de ocho de los doce apóstoles, y los otros cuatro, los evangelist­as, en sus pechinas. En la clave resalta un plafón con pinjante.

En segundo lugar, destaca el techo del camarín de la Virgen, construido en el trastero del altar mayor, a una altura intermedia. Consiste en un paralelogr­amo de 6 x 3 m de planta y una altura de 3 m. Su decoración se inspira en el techo de palio o baldaquino y muestra adornos en forma de rayos y potencias dorados, con querubines en sus ángulos. Destaca por su preciosism­o rococó y, junto con la cúpula, son los elementos de mayor valor artístico del interior.

Un arco toral apoyado sobre dos pilastras, coronadas por un friso de molduras denticular­es, metopas y triglifos y una cornisa de gran vuelo, da acceso al presbiteri­o, en cuyo testero se abre una hornacina de arco de medio punto en la que se halla la imagen sedente de Nuestra Señora del Rosario de Europa, copia de la original que se encuentra en Gibraltar. A cada lado hay dos repisas con sendas imágenes sagradas. La parte superior del testero está adornado por un friso con metopas, triglifos y cornisas. A cada extremo del presbiteri­o se abren dos óculos ovalados, con una admirable decoración rococó en sus molduras. Sobre la hornacina, en 1988 se abrió un óculo a través del cual se puede entrever el techo del camarín.

En la pared de la derecha se abren tres hornacinas, la del centro, de mayores proporcion­es, acoge a la imagen de Jesús Atado a la Columna y está orlada por una gruesa moldura de madera tallada y sobredorad­a, de un gran barroquism­o. En la pared opuesta hay dos hornacinas y en el vano de la gran puerta de acceso a la calle del Murillo se levanta un altar desmontabl­e sobre el que descansa la imagen de la Virgen de la Lágrimas, enmarcada en un dosel, frente a la citada imagen de su hijo. Unas molduras a modo de baquetilla­s, reconstrui­das en 1988, adornan la parte superior de ambas paredes. Los óculos del lado izquierdo permiten la entrada de la luz del exterior, mientras que los del lado derecho están cegados por la edificació­n anexa al templo. Esta capilla es, con mucho, la mayor joya de nuestro escaso patrimonio histórico-artístico.

En 1981 la capilla fue declarada Monumento Histórico-Artístico de carácter provincial

 ?? E. S. ?? Fachada principal, antes de las sucesivas restauraci­ones. A la derecha se aprecian las recientes modificaci­ones.
E. S. Fachada principal, antes de las sucesivas restauraci­ones. A la derecha se aprecian las recientes modificaci­ones.
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 ?? E. S. ?? Interior de la única nave de la capilla.
E. S. Interior de la única nave de la capilla.
 ?? E. S. ?? Bóveda del presbiteri­o.
E. S. Bóveda del presbiteri­o.

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