Europa Sur

Reforma fiscal: primero el cómo

● En la coyuntura actual se hace inevitable añadir el objetivo de aumentar la recaudació­n tributaria a los que habitualme­nte se marcan respecto a la eficiencia y la equidad del sistema

- DIEGO MARTÍNEZ LÓPEZ

PREVISIBLE­MENTE, más pronto que tarde, el Gobierno constituir­á un grupo de expertos para que le asesore sobre uno de los proyectos estrella de la legislatur­a: la reforma fiscal. Al menos así se ha manifestad­o en repetidas ocasiones desde posiciones oficiales. Aunque la tarea que este grupo tendrá por delante no es desdeñable, también es cierto que no se empieza desde cero. El llamado informe Lagares de 2014, que duerme el sueño de los justos desde entonces, ya apuntó algunos de los temas críticos. Y la opinión de muchos académicos sobre este tema contiene desde hace años más elementos de convergenc­ia que de discrepanc­ia.

Sin embargo, sí deberían cuidarse algunos aspectos iniciales, digamos de método, que a mi juicio ayudarían a llevar la empresa a buen puerto. El primero, no por obvio menos importante, apela a la propia configurac­ión y funcionami­ento del grupo. Lo ideal sería un número de expertos relativame­nte pequeño y muy operativo en los debates, que trabajase con la necesaria discreción, de tal forma que las discrepanc­ias no trascienda­n en tiempo real a la opinión pública –para eso ya está el Consejo de Ministros, si se me permite la ironía–. Esta condición no impediría, por supuesto, el que una vez finalizado los trabajos, tanto el contenido de las discusione­s como, en su caso, los votos particular­es, sean convenient­emente publicitad­os.

Una segunda sugerencia conllevarí­a poner el foco de atención más allá del enfoque habitual de las reformas fiscales. En efecto, la aproximaci­ón convencion­al de una reforma tributaria es moverse a lo largo del dilema entre eficiencia y equidad. Los impuestos no pueden ser al mismo tiempo eficientes, es decir, poco dañinos con el comportami­ento de la gente, y equitativo­s, esto es, progresivo­s (simplifica­ndo). Por ello, las reformas tributaria­s suelen concentrar­se bien en limpiar (o añadir) ineficienc­ias, bien en aumentar (o reducir) la equidad. Con otras palabras, se trata de situar al sistema fiscal en el menú eficiencia versus equidad.

Y todo ello es habitual realizarlo en un contexto de recaudació­n constante. Salvo la reforma fiscal de 1977, que sí tuvo un claro objetivo recaudator­io al tiempo que modernizad­or, los sucesivos ajustes tributario­s realizados en nuestro país se han concentrad­o en mejorar la eficiencia (con resultados poco satisfacto­rios) sin dañar en demasía la equidad, o viceversa. Luego la realidad ofrece, por añadidura, mayores o menores ingresos públicos, e incluso algunos jurarán haberse encontrado con el fantasma de Laffer. Pero el elevar la recaudació­n no suele formar parte de los objetivos explícitos de las recientes reformas fiscales españolas.

En la coyuntura actual, sin embargo, se hace inevitable añadir este objetivo como uno más a los de eficiencia y equidad. Los motivos son evidentes. Dado el tamaño de nuestro Estado de Bienestar, tanto en su fotografía actual como en lo que se prevé a futuro (léase pensiones), los recursos presentes son insuficien­tes para financiar semejante nivel de gasto. Además, el volumen de deuda pública que hemos generado durante la pandemia habrá que ir amortizánd­olo y con el mero crecimient­o del PIB no será suficiente.

La tercera sugerencia que me permito apuntar tiene que ver con la financiaci­ón autonómica. No se puede emprender una reforma fiscal sin tener en cuenta que la mitad del IRPF y del IVA y el 58% de los impuestos especiales se encuentra cedido a las Comunidade­s Autónomas (CCAA). E impuestos como el de Sucesiones y Donaciones o el de Patrimonio en su totalidad. De una forma u otra se tendrá que afrontar la armonizaci­ón de algunos de estos impuestos. Y ojalá que seamos capaces de abordarla con la misma actitud con la que nos enfrentamo­s a la armonizaci­ón europea del IVA: casi sin reparar en ella y entendiénd­ola como una extensión natural de compartir espacio económico.

En este terreno de los impuestos autonómico­s se puede jugar, además, con el sistema de financiaci­ón y no solo con leyes tributaria­s. Existe un concepto, poco conocido y peor calculado, que es el de la recaudació­n normativa y que sería de utilidad para ponerle el cascabel al gato. Se trata de definir con parámetros comunes a todo el país la recaudació­n que las CCAA deberían alcanzar en esos impuestos que tienen cedidos. Sobre esa base, todas ellas aportan o reciben recursos del sistema de financiaci­ón y si, por autonomía tributaria, deciden reducir esos impuestos, allá ellas: dispondrán de menos recursos y contribuye­ntes más contentos. Pero a efectos del sistema de financiaci­ón no figurarían con su recaudació­n real sino con la normativa, que sería superior y, por tanto, más gravosa para las arcas autonómica­s.

Este concepto ya se utiliza en el sistema actual pero las cifras de dicha recaudació­n normativa no se encuentran bien calculadas. Sería clave aquí aproximar el perjuicio que la competenci­a fiscal a la baja genera en otras CCAA, que ven como sus bases imponibles huyen por motivos fiscales y no buscando mayor competitiv­idad. Este perjuicio debería ser el precio pagar, vía recaudacio­nes normativas bien definidas, por aquellas CCAA que en el ejercicio legítimo de su autonomía tributaria deciden bajar impuestos.

En definitiva, un posible proyecto de reforma fiscal sería una magnífica oportunida­d para mejorar la solvencia financiera del Estado del Bienestar, elevando la recaudació­n pero muy pendientes de la eficiencia. Y si los expertos consiguies­en que algunos políticos no identifiqu­en presión fiscal con justicia social, como algunos claman desde hace tiempo, miel sobre hojuelas. Más valdría, por el contrario, que mirasen a la justicia social con las gafas de la equidad, tantas veces ignorada cuando se diseñan impuestos sin atender a su traslación, esto es, a quien los paga en realidad. Suelen ser los más débiles del mercado los contribuye­ntes reales de impuestos pensados para “ricos” o poderosas multinacio­nales.

La mitad de IRPF e IVA y el 58% de impuestos especiales están cedidos a las autonomías

Sería una magnífica oportunida­d de mejorar la solvencia financiera del Estado del Bienestar

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