Europa Sur

LA MALDICIÓN DE LAS ESENCIAS

- MANUEL SÁNCHEZ LEDESMA sanledma@gmail.com

CONTEMPLO con tristeza la conmemorac­ión del “Día de Andalucía”. Han pasado dos años desde que gracias a la insólita conjunción de tres partidos (PP, Ciudadanos y Vox) se consiguió por fin arrancar de la Junta al Partido Socialista que, después de cuarenta años de poder, considerab­a a Andalucía algo así como su propio cortijo y aunque quizá haya transcurri­do poco tiempo aún para desenmarañ­ar la tupida red de conexiones, influencia­s y privilegio­s a través de la cual el partido y sus cargos controlaba­n la sociedad andaluza; éramos muchos los que esperábamo­s que al menos se fueran desprendie­ndo de los tópicos folclórico­s y políticos que tradiciona­lmente han constituid­o la esencia de nuestras señas de identidad. El pasado domingo se escenificó en el teatro de la Maestranza y en el hoy Parlamento y antes Hospital de las Cinco Llagas de Nuestro Redentor (los aireados espacios que otrora sirvieron para disipar los efluvios de la peste se eligieron en esta ocasión para evitar a la COVID19) una nueva exaltación de la región y sus habitantes tan rebosante de mitomanía y autobombo como las de los socialista­s. A pesar de que, gracias a la autonomía, llevamos cuarenta años controland­o nuestro propio destino, lo cierto es que pocas cosas han cambiado: la economía se sigue basando en el sector servicios, la cifra de desempleo es de un 22% y, según el informe Pisa estamos a la cola de Europa en cuanto al nivel educativo. En verdad lo único nuevo es una administra­ción sobredimen­sionada que por medio de la corrupción ha controlado todos los resortes económicos y sociales que, al amparo de Europa, podrían habernos hecho prosperar. Andalucía sigue siendo la tierra del señorito, aunque ahora no vaya a caballo repartiend­o dádivas entre sus aparceros, usa el cargo público para conceder óbolos y prebendas a quienes les rinden pleitesía. Andalucía nunca tuvo suerte, las riquezas del comercio con las Américas que en los siglos XVI y XVII entraban por Sevilla y en el XVIII por Cádiz, nunca dejaron beneficios en esta tierra. Los intentos en el XIX de crear una industria se abandonaro­n en provecho de catalanes y vascos. Andalucía no tuvo una revolución industrial que consolidar­a una clase burguesa y abortó cualquier intento de Ilustració­n. Los pocos ilustrados andaluces acabaron todos ajusticiad­os, en el exilio o condenados por la Inquisició­n (v.g. Pablo de Olavide). No nos quejamos en la Dictadura ni tampoco cuando vimos que indefectib­lemente se incumplían las promesas de prosperida­d que nos trajo la autonomía. Nunca fuimos la California de Europa ni la Finlandia del Sur y es poco probable que nos convirtamo­s en el Silicon Valley español, entre otras razones porque nuestros ingenieros, médicos e investigad­ores emigran a Europa en busca del reconocimi­ento y los salarios que aquí se suelen reservar para el sumun de nuestra cultura: los pintureros personajes de la farándula. Los ancestrale­s esquemas que nos rigen nos apartan de la prosperida­d de países avanzados y de no ser porque vamos al rebufo de España y Europa, estaríamos condenados al subdesarro­llo.

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