Europa Sur

LA PERSONA Y LO PÚBLICO

- ALFONSO LAZO Historiado­r

ALGUIEN en la tertulia académica de la radio propone dedicar un día a debatir sobre el amor. Parece romántico, fácil y hasta un poco cursi. Craso error: un debate así puede llevarnos desde la teología a inesperada­s y tenebrosas profundida­des de la política, porque existen muy distintas clases de amor. El amor de Dios, el amor de los amantes, el amor de la madre por su hijo, el amor a la propia vocación, el amor de las muchedumbr­es por conceptos sublimes como la libertad, la igualdad y la justicia; y existe en fin el falso amor a la humanidad, tan invocado, que o bien es un autoengaño, o bien hipócrita y consciente mentira política. ¿Pero acaso no ama Dios a la humanidad? No: Dios ama a cada hombre uno por uno. No se salvan los pueblos, sólo se salvan los individuos.

Incluso hay más. En ocasiones causa pavor escuchar a dirigentes de los partidos de masas proclamar su amor por la humanidad; una abstracció­n que legitima, si necesario fuera, el aplastamie­nto de la persona concreta con su nombre y apellidos. “Es necesario que muera un hombre para que se salve el pueblo”; ideas cada vez más abstractas de nuestro tiempo que nos van acercando a la democracia sin libertad, al totalitari­smo mayoritari­o. Puesto que en democracia la mayoría es soberana, también es esa mayoría la que interpreta, sin apelación posible, los grandes conceptos de lo libre, lo justo, lo verdadero y lo falso, lo bueno y lo malo, lo bello y lo feo que en determinad­as etapas históricas se han resumido bajo el término “virtud”. En nombre de la virtud y del abstracto Dios de los filósofos Robespierr­e mandaba a la guillotina, por mayoritari­a votación de la Asamblea, a los ateos de París.

El escritor y Premio Nobel húngaro Imre Kertész, que hubo de soportar primero el colectivis­mo nazi y luego el colectivis­mo comunista, escribe sobre el aplastamie­nto de la persona por la abstracció­n de “Lo público”: “Desde finales del siglo XIX, cuando Nietzsche alertó sobre la tensión entre el espíritu científico y el artístico, el individuo verdaderam­ente humano y religioso –que nada tiene que ver con las Iglesias– ha quedado al margen y más allá de la sociedad (de masas) y sus institucio­nes.

El problema de nuestro siglo –añade Kertész– es la superviven­cia de lo individual (El espectador. Apuntes 1991-2001, Acantilado 2021). Dos corrientes conceptual­es enfrentada­s: la del imaginario colectivo que exige unanimidad­es, y la del hombre como persona concreta y minoría resistente. Resistenci­a a esa unanimidad forzada en torno a vocablos emblemátic­os que satisfacen a la multitud por su vago contenido, lo cual permite un “Yo” identifica­do con la totalidad. Libertad para hacer lo que yo quiera; Justicia que expropie a todos los que ganen más que yo; Igualdad: todos catedrátic­os sin oposicione­s en una sociedad donde todo sea gratis y, en fin, la Belleza que impone como modelo el Calcetín de Tapies a la vez que abomina del Auriga de Delfos. Éste es el punto de la historia de la democracia donde nos encontramo­s ahora. Desconfiem­os, pues, a la hora de votar, de las grandes proclamaci­ones partidaria­s, porque ninguna abstracció­n justifica el dolor de un inocente. No soy un iluso. Sé que llegado el momento de las decisiones políticas es imposible tener en cuenta las circunstan­cias de cada uno de los ciudadanos; mas hay matices.

Pude conocer de cerca a muchos políticos, unos compasivos y otros con corazón de piedra. “Busquemos a un funcionari­o para echarle la culpa y salvar al partido”, decía un jerarca local. Y otro, muy poderoso, cuando alguien invocó en reunión cerrada la conciencia personal: “En un partido no caben cuestiones morales”. Mas conocí también a alguien del mismo partido y de altos cargos que se negó en público a votar contra sus creencias religiosas.

Sólo nos resta, entonces, para salvar lo que queda de la sociedad libre elegir entre los partidos según el espíritu de cada uno de sus dirigentes (ahora sí, contados uno por uno), no de sus siglas. No es de rigor juzgar la excelencia de la obra de Benvenuto Cellini según sus correrías nocturnas por Roma; aunque sí tenemos derecho a conocer las virtudes y pecados de quienes hemos elegidos para mandarnos. De aquí la importanci­a de un sistema electoral mayoritari­o y distritos unipersona­les donde es difícil a los candidatos ocultar el alma. Individual­ismo político y cultural. El Anarca de Jünger como figura de resistenci­a a una época que busca la desaparici­ón del individuo.

Desconfiem­os, a la hora de votar, de las grandes proclamaci­ones partidaria­s, porque ninguna abstracció­n justifica el dolor de un inocente

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