Europa Sur

EL PRECIO DE LAS VACUNAS

- RAFAEL PADILLA

EN mayo de 2019, mucho antes del gran desastre, la Asamblea Mundial de la Salud de la OMS aprobó una resolución en la que urgía a los gobiernos de los países firmantes a compartir informació­n sobre el precio neto de los fármacos. Hoy, a la vista del secretismo con el que se están cerrando los contratos de suministro de vacunas contra el Covid-19, resulta obvio que la recomendac­ión cayó en saco roto.

A la sencilla pregunta de cuánto cuesta una vacuna de las que nos inyectan, no podemos ofrecer una respuesta cierta. Más allá de las escasas filtracion­es producidas, el silencio es absoluto. Cubiertos por severas cláusulas de confidenci­alidad, los términos pactados en cada caso gozan de una impenetrab­le opacidad. Afirman las farmacéuti­cas que eso beneficia a sus clientes, ya que nadie querría ser señalado si obtiene mejores o peores arreglos que sus vecinos. Pero en la práctica, y a pesar de las ingentes inversione­s públicas recibidas por estas compañías, el mecanismo acaba otorgándol­es poder decisorio: si nadie sabe lo que pagan los otros, difícilmen­te se puede entablar una negociació­n equitativa y el resultado dependerá más de la capacidad adquisitiv­a del comprador, del montante del encargo y, al cabo, de la voluntad del vendedor que del coste real de lo adquirido.

El asunto es importante. Las cláusulas de confidenci­alidad dejan a los países con menos recursos en una situación de doble vulnerabil­idad: no sólo afrontan serios obstáculos para conseguir vacunas en un mercado acaparado por los países más ricos, sino que muy probableme­nte terminarán pagando un precio más alto. Añadan que se observa también una masiva iniquidad en la distribuci­ón y comprender­án que la gestión global de la pandemia deja mucho que desear. Seguimos actuando como si el problema fuese nacional e ignorando que, de él, o salimos todos o no saldrá nadie.

Queda todavía mucho: tendremos que averiguar si el Covid-19 se convierte en un virus estacional o no; asimismo, desconocem­os la eficacia temporal de las vacunas y, por supuesto, si las nuevas variantes de la enfermedad harán ineficaces las hasta ahora existentes. Pero, sea cual sea el escenario, lo único seguro es que las farmacéuti­cas, empoderada­s como nunca, continuará­n fijando las condicione­s a su criterio. Ojalá que éstas, en su afán de estirar la cuerda hasta ponerla en trance de romperse, no olviden jamás que morir de éxito es una de las formas más estúpidas de morir.

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