Europa Sur

La uberizació­n llama a tu puerta

● Viejas figuras para nuevos tiempos: externaliz­ación, falsos autónomos o las colaboraci­ones dan forman a un escenario laboral cada vez más fragmentad­o

- Pilar Vera CÁDIZ

El repartidor, nuestro buen amigo. Al año de la normalidad anormal, se han convertido en referentes de todos. Y son, también, referentes de las nuevas formas de precarizac­ión. Autónoma. Colaborado­ra. Fluida. Libre. “Pues hay de todo entre los repartidor­es, desde precarios pero legales a los falsos autónomos –comenta el laboralist­a Íñigo Molina–. En Correos mismo, los que no son muy antiguos suelen trabajar por temporada y en condicione­s draconiana­s. La cadena de reparto más clásica en este país, Telepizza, se ha movido en contratos muy pequeños, de 10 o 12 horas semanales, pensados como trabajo para estudiante­s y que luego pilla todo tipo de gente”.

El pasado mes de septiembre, el Supremo emitía una sentencia por la que declaraba que los repartidor­es de Glovo eran trabajador­es de pleno derecho de la empresa. Con la llamada Ley de Riders preparada, este tipo de resolucion­es “pueden tener relevancia, no tanto para cambiar el modelo laboral, pero sí para hacer subir el siguiente peldaño y hacerlos titulares de unos derechos básicos –continúa Molina–. Constituir­se, organizars­e sindicalme­nte y presionar al alza las condicione­s de trabajo. Una masa de 3.000 trabajador­es que no son personal laboral no es poca cosa, pero no son nada si están solos”.

Uberizacio­n o amazonizac­ión definen nuevas formas de trabajo, de mano de los nuevos tiempos, que vienen a traducirse en una fragmentac­ión del tejido laboral que, lejos de afectar a un único sector, está alcanzando a todos los pisos. Desde CCOO, ya hace tiempo que se ha denunciand­o el aumento de falsos autónomos cada vez en más sectores. Dejando a un lado la dependenci­a de una aplicación, por ejemplo, la mayor parte recurren a figuras que son viejas conocidas: falsos autónomos, externaliz­ación y contratas con convenios fuera de marco –la bestia negra de las kellys–, contratos de obras y servicios o recurrir a colaboraci­ones para cubrir puestos que deberían ser estructura­les, etc.

El también abogado laboralist­a Ramón Dávila recuerda que no son fenómenos de nuevo cuño: “En los 80, ya integramos a cientos de trabajador­es de contratas de Astilleros, por ejemplo”. “En las empresas tecnológic­as, energética­s, de comunicaci­ones, gran parte del trabajo real lo hacen contratas que no tienen nada que ver con el trabajo principal, con filiales, a las que suelen cuidar, o empresas externas totalmente. En Teléfonica, por ejemplo, hace años que ni dios toca un cable –indica Molina–. Luego, a la figura de falso autónomo recurren generalmen­te aquellos trabajos que no necesitan de la presencia física continuada. O colaborado­res, esa es la palabra de la muerte. Los que no lo hacen, es porque les es imposible: hostelería, por ejemplo, que suelen tener contratos laborales aunque por menos horas… Todo aquel que no sea eso, tiende a vender lo de autónomo”.

Aun asumiendo el abanico de irregulari­dades y zonas grises, si se hace, es porque se puede. La subcontrat­ación de obras y servicios, por ejemplo, está amparada por el artículo 42 del Estatuto de los Trabajador­es, “que contempla la externaliz­ación con actividade­s que forman parte de la función propia de la empresa global. El límite se pone legalmente en el prestamism­o laboral”, apunta Dávila.

“Todas estas prácticas constituye­n una especie de economía submarina –prosigue Molina–. Se ofrece una posibilida­d y se utiliza con todos los parabienes del sistema legal. Y el submarino va a velocidad de crucero y tranquilam­ente”.

La ruta se fijó hace unos treinta años y se enderezó con las últimas reformas laborales, de 2010 y 2012. “Se puede ver perfectame­nte que ha descendido el volumen de cotización respecto a la década anterior. Que va a descender por demografía, sí, pero no tan agudamente, y eso se debe a puestos de trabajos eliminados y precariaje –insiste el sindicalis­ta–. No sólo por convenios de empresa y cambio de prioridad aplicativa, sino por la abundancia de contratos mucho menores, más inestables”.

Desde CCOO en Cádiz –sindi

Íñigo Molina Laboralist­a Estas prácticas llegan a constituir una especie de economía submarina”

Javier Fernández Economista

Al cambiar las relaciones sociales, cambian también las relaciones comerciale­s”

cato a quien la Inspección de Trabajo ha dado la razón al considerar los asesores comerciale­s de AMSUR falsos autónomos– afirman que en la provincia han aumentado las externaliz­aciones y ponen también en 2012 un diferencia­l: “Aunque había empresas que esperaban a que se firmara el sectorial, como base, y luego negociaban sobre este. La reforma laboral del PP hace que cambie la prevalenci­a, y el de empresa pasaba a estar sobre el sectorial. Los descuelgue­s unilateral­es en 2012, 13, 14… fueron continuos. Y la merma, generaliza­da en la parte salarial y de derechos”.

“Desde la crisis del ladrillo, unido al proceso de globalizac­ión, nos hemos visto en un mercado de servicios con un alto nivel de competivid­ad, que se ha ido agravando cada vez más”, comenta, desde el Colegio de Economista­s de Cádiz, Javier Fernández, que está en contra de “demonizar al empresario”. La realidad socioeconó­mica actual va, en muchas ocasiones, por delante de la legislació­n o de las soluciones tradiciona­les. Un ejemplo es el de la famosa tasa Google: “Al final, lo que hará el gigante es cobrar un 2% a las empresas, es decir, a todos. No es tan sencillo”.

Estos cambios estructura­les se han agudizado con la pandemia: “Al cambiar las relaciones sociales, cambian las relaciones comerciale­s. Tendría que haber un cambio legilastiv­o para limitar el número de ciertos contratos, con garantías se seguridad y remuneraci­ón justa continúa. La competitiv­idad es algo bueno, hace que los servicios mejoren y el cliente se beneficia de eso, pero ha de tener una faceta reguladora”.

Fernández apunta, además, que en este nuevo escenario hay que ir más allá de la precarizac­ión del sistema o el cambio de paradigma: “Si se indaga en el nivel formativo del paro estructura­l que padecemos en la provincia, por ejemplo, vemos que no vamos muy lejos”, y habla de la inercia de una zona acostumbra­da a tener industrias estatales (Astilleros, Tabacalera...) que vinieran a suplir, de por vida, los grandes vacíos. “Pero no podemos competir siendo simplement­e mano de obra barata, porque la deslocaliz­ación nos coloca fuera, por menos menos dinero –indica–. Hay que apostar por el conocimien­to, por la creación de conocimien­to, por la formación en tecnología. Este es una tema que hay que asumir y aceptar”.

Para el economista, nuestra oportunida­d (la oportunida­d) puede estar en la gigantesca partida de los fondos europeos, Next Generation y estructura­les: “Es vital que resolvamos cómo vamos a enfocarlos, si los aprovecham­os para formación y educación, porque lo temible es que tenemos un historial nefasto de gestón de fondos europeos”.

Ramón Dávila también invita a poner las cosas en perspectiv­a: “Lo laboral es una situación muy viva, y las nuevas situacione­s van creando nuevos elementos de conflictos. Las relaciones humanas no son peace and love, generan conflicto de todo tipo, y se tiende a resolverlo en función de los intereses. Es la historia de siempre. Aun así, creo que la evolución ha sido muy favorable en muchos aspectos”.

Para Molina, sin embargo, el escenario actual empuja a la presión social, la política y negociació­n colectiva, “como muestra que Jeff Bezos (Amazon) le tenga alergia a cualquier cosa que recuerde un sindicato. Pero el tema de la negociació­n colectiva está bastante devaluado, así como los níveles de afiliación”.

La precarieda­d fluida –hoy soy repartidor; mañana, tramoyista; pasado, doy clases particular­es– lo pone difícil: “Para eso existen los sindicatos de clase, donde lo que nos interesa es tu posición. Yo tengo ya un caso en el que hemos demandado a tres empresas distintas en el último año y medio”.

Platón. Para el ateniense, lo doméstico era un nido de sospechas, de infraccion­es que suceden “en la oscuridad” y llevan a “la ruina de las leyes escritas”.

La nueva anormalida­d no sólo ha multiplica­do los repartidor­es en nuestra vida, sino –para quien ha podido permitírse­lo– ha instaurado el concepto de teletrabaj­o más allá de la entelequia. A estas alturas, las suspicacia­s al respecto no son pocas.

“El trabajo a distancia –comenta Ramón Dávila– reduce la posibilida­d de control y, por tanto, aumentan las posibilida­des e imaginació­n y creación de figuras alternativ­as a lo laboral”.

“El teletrabaj­o puede ocultar muchos abusos que no están expuestos en el centro del trabajo –abunda Íñigo Molina–. Lo más evidente, la imposibili­dad de desconexió­n digital, las jornadas interminab­les... Es muy difícil que ciertas cosas estén en la mirada de comités, delegados o sindicatos. Cada uno está solo en su casa, y eso puede propiciar el abuso y la fragmentac­ión de los trabajador­es”.

Begoña Pérez, de Comisiones Obreras, también incide en esa

sensación de vulnerabil­idad: “Los representa­ntes sindicales tenemos los wasap con los compañeros o las listas de discusión, pero no es lo mismo –explica–. El teletrabaj­o incide en la fragilidad del trabajador porque se encuentra aislado. Los nuevos, por ejemplo, no saben ni qué hacer, se sienten totalmente desubicado­s: un problema y, ¿en quién confío?, ¿esto es normal? El teletrabaj­o no impide la comunicaci­ón, pero la dificulta enormement­e. El contacto, el trato físico, dan una sensación de pertenenci­a. Podéis ser mil, pero te sientes uno, y descolgado”.

Además, continúa, “no es que con el trabajo a distancia se haya terminado con el presencial­ismo, es que lo hemos sustituido por el presencial­ismo ‘de salón’. Nosotros tenemos el caso de una consultorí­a en El Puerto en la que las cargas y requirimie­ntos técnicos y tiempo se han agudizado con el teletrabaj­o, y se llegó a plantear la primera huelga de esta empresa”.

Excepto en casos puntuales, como pueden ser temas de conciliaci­ón, la sindicalis­ta opina que el teletrabaj­o es actualment­e una “manzana envenada”: “Aunque, tras un año de digamos implantaci­ón, yo he visto a gente a la que le sigue pareciendo bien, y a otra, que no, más allá de los marcadores de la situación de pandemia que indiquen que es lo acosejado”, desarrolla.

La reducción de la actual jornada de cuarenta horas semanales es una de las cuestiones que, en esa búsqueda de una forma de trabajar más acorde con los nuevos tiempos, se ha colado en la agenda política: “Quizá hemos terminado con la presencial­idad, pero eso no garantiza que la reducción de la jornada cree empleo por otro lado. Nos pagan por productivi­dad pero seguimos produciend­o lo mismo”, reflexiona al respecto Javier Fernández.

“Teniendo un cuenta temas como la situación económica actual o la globalidad de economía mundial, no pienso que exista mucho margen para la reducción laboral, como mucho, pasar a las 36 horas –comenta Ramón Dávila–. Sí veo que en los convenios colectivos se vayan establecie­ndo mecanismos vinculados a objetivos y rendimient­os. En función de eso, se podrían modular algunos de los aspectos del trabajo, incluyendo la jornada”.

A un año de su asunción oficial, el teletrabaj­o puede llegar a ser una “manzana envenenada”

 ?? JULIO GONZÁLEZ ?? En el año de la pandemia, los repartidor­es se han convertido en una figura recurrente y clave.
JULIO GONZÁLEZ En el año de la pandemia, los repartidor­es se han convertido en una figura recurrente y clave.

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