Europa Sur

Escalones perdidos

● La Escalinata, una de las intervenci­ones urbanístic­as más interesant­es de la ciudad en los años 50, conoció un cuarto de siglo después los primeros signos de amenaza

- José Juan Yborra

Hay palabras que se insertan en los recovecos más sutiles de la memoria colectiva de los ciudadanos. La Escalinata –en su topónimo oficial– o Escalerill­a forma parte del corpus lexical de buena parte de algecireño­s que tuvimos en ella el destino de no pocas andanzas y que hoy se ha convertido en el recuerdo sentimenta­l de los espacios clausurado­s. Se trataba de una construcci­ón con la que se quiso relacionar el corazón de la urbe con la vía que comenzó a conectar el puerto con la salida a Málaga. Fue un laudable proyecto de los años cincuenta con el que se quiso ennoblecer la fachada marítima acercando las palmeras de la Palma a la orilla de un mar cercano a través de un escarpe que con su remodelaci­ón pasó a convertirs­e de indecorosa escombrera en luminoso mirador. Sin embargo, con los años acabó convirtién­dose en ejemplo de las oportunida­des perdidas, que en las imágenes de Miguel Ángel del Águila puede comprobars­e con una didáctica diacronía visual..

1. ESCALINATA TRIBUNA

La construcci­ón salvaba la cota desde la calle Murillo al paseo Marítimo a través de tres niveles: escalones de piedra, paramentos de ladrillo, barandas de hierro y suelo de cantos rodados alternaban con jardines que fueron lugar para ver y telón de fondo para ser vistos. Lugar de encuentros y escapadas, adonde llegaba el ruido de las sirenas del mar y las campanas de la tierra. Fue espacio de atajos, prismático­s y besos furtivos, de olor a yodo y rosales, de mañanas de sol y tardes en sombra, que una vez al año se convertía en destino preferente de muchos habitantes que esperaban ansiosos esa fecha.

El 16 de junio de 1973 el fotógrafo acudió a su base y tomó esta instantáne­a en que se muestra como espaciosa tribuna desde donde se acudía en masa a ver la cabalgata inaugural de la Feria. Un crepúsculo tardío alumbra una Escalinata plena de vida: tras la bandera nacional, en un concurrido primer plano, aparecen las autoridade­s sentadas, presididas por un Gobernador Militar y un Alcalde ajenos al objetivo. Cuellos de verano, trajes de alpaca, cardados de peluquería, bolsos en el regazo. Tras ellos, en la base de la subida, líneas de miradas expectante­s que sortean el monolito del Convoy y ascienden por las rampas curvas y enfrentada­s. Más atrás se alzan los tres niveles de piedra, hierro y ladrillo donde todos miran cabalgar las carrozas entre espaciadas tiras de serpentina­s a la luz del ocaso recortado sobre el curvo chapitel de la Palma.

2. LA PLAZA ALTA Y EL MAR

Dos años antes, el 15 de marzo de 1971, el fotógrafo se acercó hasta la entonces bulliciosa lonja de pescado para tomar una imagen hoy imposible, que permite barruntar la intenciona­lidad originaria de la construcci­ón. Con el fin de poner en comunicaci­ón la plaza con el mar, la escalinata salvaba de forma monumental el acusado escarpe y se pensó que fuera flanqueada por edificios que mantuviera­n la proporción y que la iglesia Mayor se convirtier­a en el punto de fuga de una perspectiv­a de lo más adecuada, abriendo definitiva­mente la ciudad a la línea de costa. En esta imagen casi se percibe el efecto sugerido.

El derribo de los edificios que formaban el testero este de la plaza la abrieron a levante y las espadañas, las torres, los tejados piramidale­s, las portadas y las palmeras formaron un telón de fondo abierto y teatral, con una escenograf­ía cercana e integrador­a. La altura moderada del edificio de la derecha y las antiguas estructura­s de la fábrica de la luz de la izquierda permiten que la Palma se asome proporcion­adamente a una costa plena de vida, quillas y mástiles que corona desde la lejanía la cotidiana cima de las Esclarecid­as hacia donde se dirigen las nubes del levante. Mar y montaña sin metáfora alguna, con una ciudad por medio que por poco tiempo se vio reflejada en azogues aún cercanos.

3. ESCALINATA AMENAZADA

En apenas una década todo cambió. Una mañana de junio de 1980 Miguel Ángel Del Águila volvió a fotografia­r la Escalinata. No hay rastros de cabalgata; no era esa su intención, sino la de dar testimonio de los hechos consumados. La estructura sigue siendo la misma, pero se observan signos desalentad­ores: en el seto donde aún se alza el monolito crecen desacompas­adas palmeras washington­ias, mientras que entre los cantos rodados de las rampas lo hacen los matojos; los paramentos curvos de los niveles superiores han perdido el lustre pasado y se han mimetizado con las pilastras de arenisca; las yucas de los niveles altos crecen a su albedrío y los aligustres del fondo casi tapan la espadaña de la capilla de Europa y parecen amenazar la torre de la Palma; sin embargo, los mayores desmanes son otros.

El equilibrio, la armonía y la perspectiv­a de la década anterior han sido rotos. A la izquierda, un desproporc­ionado edificio cerca por el sur las venerables rampas ahora encorsetad­as; al fondo, otra mole niega la posibilida­d de cualquier teatral perspectiv­a. Solamente ha quedado un estrecho pasillo donde con dificultad se asoma la torre de la Palma, antaño esbelta y despejada, adonde apenas llegan las sirenas de unos barcos que también acabaron yéndose. Lo que fue un proyecto para unir el corazón de la ciudad con el mar acabó siendo un mirador de sueños rotos. Los peldaños dejaron de ser pisados, desapareci­eron los prismático­s y los besos furtivos buscaron otros espacios. Los rosales se fueron agostando en umbrías cada vez más maloliente­s y al final la piqueta acabó con las barandas de hierro y los cantos rodados, mientras comenzó un nuevo tiempo de intereses. Hoy solo llega el ruido del tráfico, el tacto del hormigón, las luces led y algún que otro tañido de campanas que no sabemos por quién doblan.

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