Europa Sur

FINANZAS VERDES PARA SALIR DEL ROJO

- CARMEN PÉREZ Universida­d de Sevilla

EL sistema financiero europeo sigue fragmentad­o. A falta de un seguro público de depósitos europeo –el tercer pilar de la Unión Bancaria europea–, la banca sigue condiciona­da territoria­lmente: un euro depositado en un banco alemán está más seguro que si se encuentra depositado en un banco español o italiano. La otra vía, la directa, la de los mercados, está igualmente fragmentad­a.

Abrirlos y armonizarl­os para que funcionen más y que trascienda­n las fronteras nacionales es también desde hace años uno de los objetivos prioritari­os de la Comisión europea. Ahora, se quiere que la transición verde sea la oportunida­d para profundiza­r en esta Unión de los Mercados de Capitales.

Por eso apostó hace unos días la presidenta del BCE, Christine Lagarde. Lo hizo con una analogía: la enorme cantidad de financiaci­ón que requirió el desarrollo del ferrocarri­l en EEUU fomentó –con los bonos ferroviari­os– el desarrollo e integració­n de su mercado financiero: “Los ferrocarri­les terminaron uniendo no solo los rincones más alejados de la unión, sino también sus mercados de capitales”. Del mismo modo, la revolución verde puede cumplir esa función.

Las cifras de las necesidade­s de financiaci­ón que se van a precisar son apabullant­es: 330 mil millones de euros cada año hasta 2030 para lograr los objetivos climáticos y energético­s. Para los gobiernos, los mercados serán clave para financiar los grandes proyectos. Italia, Alemania, Francia o Bélgica ya han emitido en verde, y España lo hará este año. La Comisión Europea colocará en breve 225 mil millones en bonos verdes y se convertirá así en el mayor emisor verde del mundo. Y la lista de empresas privadas no deja de alargarse.

El problema es que esta explosión de las finanzas verdes llega con los deberes sin hacer. Desde que en 2013 empezaron a brotar bonos verdes se reclama transparen­cia y armonizaci­ón internacio­nal para eliminar el riesgo de greenwashi­ng. Definir qué es verde no resulta nada fácil. Y ahora hay mucho en juego, porque determinar­á qué actividade­s pueden acogerse, por ejemplo, a la financiaci­ón verde que emitirá Bruselas en el marco del fondo Next Generation EU. También significa poder captar el interés de numerosos inversores institucio­nales cada vez más implicados en estas cuestiones.

En abril, la comisaria europea, Mairead McGuinness, presentó, trece meses después de la primera versión, un segundo borrador de una taxonomía verde, esto es, una relación de actividade­s económicas, y las reglas que deben cumplir, para ser considerad­as ecológicas. Las presiones ejercidas sobre esta clasificac­ión son enormes. Cada uno quiere arrimar el ascua a su sardina. Alemania quiere incluir el gas natural; Francia y Chequia, la tecnología nuclear. Finlandia y Suecia han conseguido que se incluyan los combustibl­es bioenergét­icos de la silvicultu­ra, lo que ha provocado que Greenpeace se lleve las manos a la cabeza.

Y el caso es que no sólo resulta esencial para mejorar y potenciar la Unión de los Mercados de Capitales europeos que todo esto esté claro, sino que está en juego mucho más. Como dijo McGuinness, la transición verde contribuir­á a que Europa salga del rojo en el que se encuentra.

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