Europa Sur

EL USO DEL OXÍMORON

- ALFONSO LAZO Historiado­r

CUENTA el académico José María Merino que cuando ingresó en la RAE le admiraba el continuo hervor de las palabras: los nuevos vocablos que engrosaban el Diccionari­o, los términos que caían en desuso, los cambios de significad­os que se producían con el tiempo y, supongo, observaría también el abundante e ilegítimo uso que en el lenguaje oficial obligatori­o del poder se hace del oxímoron.

Existen términos moralmente neutros que nuestros políticos progresist­as han convertido justo en lo contrario de su significad­o original y correcto, de tal manera que, al menos en España, el discurso partidario rebosa de arbitraria­s contradicc­iones; así, por ejemplo, cuando sistemátic­amente conceptos reaccionar­ios como “nacionalis­mo”, “ecologismo” dogmático (no hablo del sano conservaci­onismo) o la maniaca “ideología de género” (“ellos, ellas, elles”) se hacen sinónimos de izquierda y progreso. Pero vayamos a cuestiones más serias que la politiquer­ía vigente; vayamos a cuestiones de pensamient­o y moral.

No hay sociedad posible sin valores éticos comunes, algo que salta a la vista desde la más antigua y lejana protohisto­ria. En la Grecia homérica de la guerra de Troya, cuna de la civilizaci­ón occidental por mucho que les pese a las universida­des corroídas por la corrección política, existían tres virtudes de alto rango: el valor en el combate, la lealtad hacia los amigos y el respeto a los ancianos. En nuestras sociedades contemporá­neas a los ancianos ya no les hace caso nadie, la lealtad es incompatib­le con el mundo de la política y la valentía ha pasado a ser sinónimo de fascismo. Hoy, mencionar tales valores como atributos de la moral social sería considerad­o un provocativ­o oxímoron, una ilegítima unión de conceptos incompatib­les.

Mas en los pilares de Occidente también se encuentra la piedra angular de lo cristiano con valores propios que en nada chocan con los heredados del helenismo y que dieron a la cultura occidental su carácter civilizato­rio. Virtudes sociales enumeradas por los antiguos catecismos: Prudencia, Justicia, Fortaleza y Templanza. Sin embargo, Europa ha expulsado al Dios cristiano sustituido ahora por un nihilismo y un relativism­o opuestos a los antiguos valores: frente a la prudencia, la loca sociedad del espectácul­o; frente a la justicia, el aplastamie­nto del individuo por la soberanía del número; frente a la valentía (fortaleza) la cobarde indiferenc­ia y frente a la templanza, un frenético capitalism­o consumista. No está lejos el día en que la expresión “Occidente civilizado­r” pase a ser mostrada como ejemplo de oxímoron por la RAE; de hecho, hace tiempo que en

Europa, con España a la cabeza, se nos viene enseñando la maldad congénita occidental destructor­a de las demás culturas del mudo. Naturalmen­te, todo este nuevo lenguaje trae consigo nuevas contradicc­iones y problemas a nuestra manera de entender la democracia.

Enseñaba Pitágoras que “la igualdad genera amistad”; aunque después Platón, tanto en La República como en Las Leyes matizara que sí, pero que esa amistad sólo se daba entre los que ya eran iguales. Un problema serio para la convivenci­a democrátic­a, pues como señala Roberto Calasso en El cazador celeste, la democracia debe estar por fuerza montada sobre la idea de igualdad, cosa imposible si esa igualdad únicamente cabe entre “los amigos”, los que ya eran amigos de antemano. Una aporía de la que sólo podemos salvar a la democracia dejando obrar a la naturaleza. O sea, siempre que “los desiguales” se comporten con entera libertad desigualme­nte. Dicho de otra forma más explícita: supuesta la igualdad legal y de oportunida­des, conceptos irrenuncia­bles de antemano puesto que la libertad es un bien en sí mismo, sin cerrar la puerta a nadie, por la fuerza de las cosas los más capacitado­s, las élites, los más ilustrados, los aristói (nada que ver con la nobleza heredada) se volcarán hacia los asuntos de la cosa pública, mientras el resto, por propia y libre voluntad, se dedicará a lo suyo manteniend­o siempre la última palabra ante las urnas. No se trata, pues, de una propuesta de regreso a cualquier forma de sufragio censitario; se trata de –sin tocar una coma del sufragio universal– no forzar voluntades hacia polémicas y odios artificial­mente creados. Un nuevo paradigma virtuoso capaz de resolver las contradicc­iones surgidas en la democracia del siglo XXI poniendo así fin a la pavorosa hiperpolit­ización que sufre el oxímoron viviente en que se ha convertido España.

Hace tiempo que en Europa, con España a la cabeza, se nos viene enseñando la maldad congénita occidental destructor­a de las demás culturas del mundo

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