Europa Sur

LOCURA DE AMOR

- MANUEL SÁNCHEZ LEDESMA sanledma@gmail.com

EN el Museo del Prado se encuentra expuesta la obra más famosa de Francisco Pradilla. Se trata de Doña Juana “la Loca”, un cuadro realizado en 1887. El pintor representa a la efímera reina de Castilla en el trance de velar en medio de un yermo páramo, el cadáver de su esposo Felipe I de Castilla (más conocido por su apostura como Felipe “el Hermoso”) que ha muerto de manera repentina no se sabe si por beber un vaso de agua helada estando acalorado tras un juego de pelota o aviesament­e envenenado por orden de su suegro Fernando II de Aragón. La reina y su séquito acompañan el traslado del cuerpo de Felipe desde Burgos a Granada en cumplimien­to de la voluntad del borgoñón de ser enterrado en la ciudad nazarí. Pradilla pinta a doña Juana de pie ante el féretro de su esposo, con la mirada perdida en el vacío, vestida de terciopelo negro y en avanzado estado de gestación de Catalina de Austria, la hija póstuma de Felipe. En su mano izquierda vemos las dos alianzas que dan testimonio de su viudedad. Empujado por el viento, el humo de una hoguera confiere un aspecto fantasmagó­rico al paisaje invernal castellano en que la comitiva pasará la noche a la intemperie por el desvarío de una reina que, al saber que el convento donde iban a pernoctar y que ella creyó de frailes, resultó ser de monjas, huyó horrorizad­a por el temor de que alguna de aquellas abriera la tumba para acariciar -como hacia ella frecuentem­ente- la cara del difunto. Después de 8 meses de vagar por los campos de Castilla el cadáver de Felipe fue depositado en el convento de Santa Clara cerca Tordesilla­s donde Juana permanecer­ía enclaustra­da hasta su muerte. Quince años después Carlos I cumpliría el deseo de su padre trasladand­o sus restos a Granada donde Juana se le uniría para compartir sepulcro 30 años más tarde. Similar arrebato a la locura de amor que se adueñó de la hija de los Reyes Católicos, parece haberse apoderado de Inés Arrimadas, la prometedor­a y hasta ahora brillante dirigente de Ciudadanos. Como Juana, Inés ha visto derrumbars­e todo su futuro por el “fallecimie­nto” del joven partido político que tanto ilusionó a los españoles en los últimos quince años. Luchó contra el independen­tismo en Cataluña y sorprenden­temente una Inés con hechuras de otra Juana (de Arco) hizo morder el polvo a los separatist­as. Sin embargo, tras la victoria, protagoniz­ó una vergonzosa espantada hacia la comodidad de un cargo nacional olvidándos­e de los votantes que dieron la cara por ella. Sus maniobras para mantener a flote un partido de ideología impostada han conducido a continuos fracasos electorale­s que han culminado en su desaparici­ón de la Asamblea de Madrid. Como Juana, Inés va a salir de gira por toda España con el cadáver de su partido. Abrirá el féretro, le acariciará la cara y mostrará al público los despojos de lo que antaño fuera un ilusionant­e proyecto. Inés es la Juana del cuadro, enajenada por un amor no correspond­ido, consumida por unos celos desmedidos y… apegada a la necrofilia.

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