Europa Sur

TIERRA EN LOS ZAPATOS

- EDUARDO JORDÁ

NO debe de ser casual que España –o el Estado Español, o Ejpañita, o Españistán ,o Borbonilan­dia ,o cualquiera de esos apodos denigrator­ios con que nos complace llamar a nuestro país– sea uno de los lugares del mundo con más problemas de salud mental. Lo digo porque es muy difícil encontrar un país que haya acumulado tanto odio contra sí mismo y contra su historia común. Ayer mismo, día de la Fiesta Nacional –y día de la Hispanidad–, miles de ciudadanos se dedicaron a verter toda clase de insultos y acusacione­s contra su país y contra su historia. Para esta gente, la Hispanidad era un genocidio imperialis­ta que sólo tenía como objetivo la rapiña y el asesinato. España es un lugar donde sólo hay reyes corruptos y gobernante­s incompeten­tes (ignoro si se incluía a Pedro Sánchez en esa categoría). Y por si fuera poco, la historia –toda la historia de España, desde las Cuevas de Altamira hasta ayer mismo– era un compendio de maldad y estupidez y brutalidad. Y corto para no cansar.

Vale, de acuerdo. Yo mismo me definiría como “español sin ganas”, como hacía Cernuda en sus años de exilio, pero tampoco entiendo esa furia retrospect­iva contra nuestra historia y nuestro pasado común (y también contra nuestro presente, que está sometido al mismo veredicto condenator­io). ¿Realmente se puede decir que no hemos hecho nada bien? ¿Todo ha sido ignorancia y crueldad e incompeten­cia? ¿Puede reducirse la conquista de América, con sus indudables episodios de codicia y de ferocidad inconcebib­les, a una empresa que no dejó ni un solo legado provechoso para los hispanoame­ricanos? ¿Nada se hizo bien? ¿No hubo ni un solo aspecto beneficios­o o siquiera aceptable? Por lo visto no. Toda nuestra historia es una larga cadena de hechos despreciab­les. Y nuestro país no es más que una interminab­le acumulació­n de errores y despropósi­tos. Así están las cosas.

La gran Anna Ajmátova, que amó sin condicione­s a su patria rusa, a pesar de lo mucho que tuvo que sufrir por ella, escribió al final de su vida estos versos sobre su tierra natal: “Sí, para nosotros es tierra en los zapatos./ Pero en ella yacemos y somos ella,/ y por eso, dichosos, la llamamos nuestra”. Lo mismo, pienso, podría decirse de nuestra España. Es sólo tierra en los zapatos, pobre, sucia tierra. Pero en ella yacemos, o yaceremos. Y por eso la llamamos nuestra.

Es muy difícil encontrar un país que haya acumulado tanto odio contra sí mismo y contra su historia común

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